Capítulo I

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"A mi mamá, quien decidió irse y dejar un vacío en mi alma y corazón. Porque las madres son lo mejor que la vida nos pudo regalar"

Isabella

Cierro los ojos cuando todos los sucesos de los últimos años reaparecen en mi memoria. Intento retenerlas, pero de igual forma algunas gotas de agua salada se me escapan.

Se muy bien que no puedo quejarme.

Vivo muy cómoda a pesar de tener que estar encerrada dentro de este laboratorio. Lo cual me gusta, ya que amo poder trabajar de lo que me apasiona.

También debo reconocer que gracias a no sé quién, el hombre que tengo como esposo, no me separo de mis hijos y que, además, puedo verlos crecer como siempre desee.

Y esa es mi mejor recompensa.

Eso es por lo que me levanto todos los días a la madruga, esforzándome por lograr curar a mi pequeña. Eso y el simple hecho de verlos sonreír.

—Señora – llaman a mis espaldas.

Me doy la vuelta encontrándome con uno de los bioquímicos con los que trabajo, además del italiano. No hay nadie más en la sala de químicos, por lo que suspiro anticipando lo que me va a decir.

No quería estar sola en este momento, el miedo a fracasar mientras mezclaba todas las sustancias era demasiado enorme y ahora, por fin había llegado el momento de saber si tuve éxito o no.

—¿Sí?

—La última dosis fue procesada y está lista para ser suministrada – suelta aliviándome todo por dentro.

Sonrió feliz.

Me apresuro a tomar el frasco que me extiende con una sonrisa. Me saco el guardapolvo blanco y la mascarilla corriendo hacía donde está una de las razones de mi vida.

Todos duermen a excepción de Alexander y mi esposo, quien salieron la noche anterior a no sé dónde y todavía no han regresado.

Abro la puerta pensado que ella duerme y...

—¡Mami! – exclama golpeando el lugar vacío a su lado.

La televisión esta encendida por lo que sospecho que se despertó hace bastante. Ocupo el lugar señalado acunando su mejilla en mis manos.

Mi ritmo cardiaco se ralentiza al verla sonreír tan llena de vida, tan ajena a todo lo que nos rodea. La detallo asombrada de que exista alguien tan perfecta como ella.

El cabello negro le cae hasta debajo de los hombros y se gira iluminándome la vida con sus faroles grises, aquellos que comparte con su tía, a quien tanto ama.

Me tomo un momento para agradecerle a la vida por ella y por su hermano. Ser madre es algo que no deseaba, algo para lo que no estaba lista, pero a mis hijos más que a mi propia vida.

Saco el frasco que mantenía escondido en mi espalda y el rostro se le vuelve a explayar en esa sonrisa que tanto me encanta y por la cual soportaría cualquier cosa en esta vida.

—¡Ya puedo salir! – exclama feliz.

—Si cariño, ya puedes salir.

Sus pequeños brazos me rodean el cuello antes de tomarse el líquido sin rezongar. Siempre ha sido cooperativa con cada medicamento, estudio o inyección que le tuvimos que recetar.

Al igual que su padre, siempre ha sido fuerte. Y esa fortaleza es la que me recuerda de donde viene y de quien es hija.

—¿Y papá dónde está? – cuestiona frunciendo el ceño. —¿Por qué no vino con vos?

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora