Capítulo XXIII

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Isabella

Bajamos del avión y el mundo se me vino abajo al ver a Beltrán en la pista. Su rostro, frío y calculador, me detallo. La sorpresa se vio reflejado en ambos. No esperaba verme acá tanto como yo no esperaba verlo ahí.

El instinto de supervivencia se activó solo. Me aferré al brazo de Mijaíl quien me miró para luego seguir la dirección de mis ojos. Me sonrió pero la cuerva de sus labios no me tranquilizó en lo más mínimo.

—Bienvenida a Rusia - susurro en mi oído.

No quería pero me obligue a bajar cuando su mano descansó en la parte baja de mi espalda.

Beltrán no dejaba de observarme. Tampoco fui capaz de apartarle la mirada. Que esté entre los hombres de Mijaíl solo significaba una sola cosa.

Nos había traicionado.

Me mantuve en completo silencio cuando nos detuvimos cerca de él. No sabía de mi parte en todo esto, eso era una ventaja pero sabía que mis hijos estaban vivos y si se había atrevido a abrir la boca significaba que... el miedo me paralizó completamente.

—Ella...

—La princesa de la Bratva está de vuelta - suelta Mijaíl ignorándolo completamente.

No sabía qué sentir. Me limité a sonreírle al centenar de hombres que me observaban.

—Vamos - pide tomándome la mano.

Nos conduce hacia un auto y agradezco que el maldito traidor no se subiera con nosotros. El motor rugió cuando lo pusieron en marcha y avanzamos sumidos en un silencio sepulcral.

Algo se me prendió en la cabeza. Tenía que alejarme de Mijaíl lo antes posible.

—¿A dónde vamos? - pregunte.

Por un momento, pensé que me llevaría a la mansión familiar pero supe que nuestro destino era otro cuando no reconocí el camino.

Mijaíl me miró. Su sonrisa se mantuvo siempre cuando se dirigía a mí.

—A casa.

Volví a guardar silencio. Me centré en memorizar todo el camino aunque en realidad no serviría de nada. A donde sea que vamos estaba a las afueras de lo que sería la ciudad. Solo podía ver árboles y más árboles.

Abrió mi puerta cuando el auto se detuvo. Me baje segura. Había echado un vistazo al reloj en la pantalla del automóvil. Eran las seis de la tarde. Según lo que mencionó Alexander todos tendrían que estar cerca. Pero eso no iba a ser tan fácil, Beltrán se había encargado de arruinar todo.

Camino hacia nosotros y...

—¿Aquí viviremos? - cuestionó alejándolo de él. —Enséñame.

Mi pedido lo pone dichoso y eso sigue sorprendiéndome. Nunca pensé que sería tan fácil manipularlo.

Algunos hombres armados hasta los dientes nos reciben cuando las enormes puertas se abren y luego del típico saludo de respeto sueltan aquello que me hace dar ganas de matar al hijo de puta que nos traicionó.

—Tenemos a Samuel - hablan en ruso.

Los colores dejan mi rostro. Me suelto del agarre de Mijaíl importándome poco lo que pensara. Ingreso al enorme salón que señalaron casi corriendo. Los ojos me lagrimean al verlo en ese estado.

Levanta la cabeza cuando siente mis pasos y la sorpresa surge en su mirada mientras que a mí me destroza el corazón en mil pedazos. Lo golpearon. Me mira de una forma que no puedo comprar y apartó la vista solo para detallar al otro sujeto.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora