Capítulo III

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Isabella

Tengo que deslizarme por la pared hasta chocar contra el frio piso cuando las piernas me fallan presa del orgasmo que acabo de experimentar.

Maldito Maximiliano y malditos sus dedos.

Intento controlar la respiración y componerme ya que en cualquier momento podrían aparecer los torbellinos que tengo por hijos.

Pero me es imposible ya que llevo cinco años deseando volver a sentir al hombre con el cual me case.

—¿Estas bien? – la pregunta me hace enderezar.

Azul está en el lumbral con el ceño fruncido, mirándome como si supiese todo.

—Si.

—¿Segura?

—¡Si! – vuelvo a repetir parándome.

Intento acomodarme el vestido, la cocina se vuelve un campo en donde la acción principal se basa en un intercambios de miradas y es mi cuñada la que rompe el silencio.

—¿Has visto a Alexander?

Su pregunta me hace sonreír por la impaciencia que hay detrás del tono que uso.

—Mas temprano dijo que iría a ver a sus hijos.

—Oh, ya veo.

—¿Eso te molesta? – cuestionó valiéndome de la confianza que ella misma me dio al confesarme sus sentimientos.

—No claro que no – se apresura a decir. —Es solo que sería bueno que me incluya ya sabes, en todo eso.

—Pídeselo – la aliento. —Dile lo que sientes, lo que te pasa y lo que quieres.

—¿Cómo vos con mi hermano?

—Es diferente, yo lo arruine.

—El tampoco es un santo y no veo que nadie lo esté juzgando.

Y tiene razón, pero por lo menos su peso es más liviano, ya que no se acostó con mi propia hermano.

—¡Mami, ven! – exclaman desde la sala. —Raina me está molestando.

Suspiro dejando la cocina en busca de mis torbellinos, encontrándome con una escena que sin dudas pondría a reír a cualquiera. Mi hija jugando al salón de belleza con su pobre hermano.

—Él accedió – alega antes de que pueda decirle algo.

—A que me peinaras, no que me pongas esas pinturas asquerosas en el rostro – le recrimina su hermano.

Raina lleva sus manos a la boca ocultando la risa que le genera ver a Günther renegar y debo reconocer que estamos en las mismas con su tía.

—¡No obligues a tu hermano a hacer cosas que no quiera! – otra voz se nos une tensándome.

Mi mente viaja minutos atrás donde el hombre vestido de traje rojo me hizo sentir dichosa después de tanto tiempo. Lleva el pelo lacio y, junto con la colonia, dejan en claro que recién se bañó.

¿Por qué tiene que ser tan jodidamente ardiente?

—Nos iremos pronto – habla en dirección a los niños. —Raina irá a practicar tiros.

Lo último me lo informa a mí y asiento sin poder sostenerle la mirada.

—¿Mami puede acompañarnos? – pregunta Günther en dirección a su padre.

Raina está a su lado lanzándole una mirada suplicante y no sé en dónde meterme, lo menos que quiero es que piense que quiero estar detrás de él después de lo que paso esta mañana.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora