Capítulo XXIV

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Isabella

La mirada que me dedicó Maximiliano hizo que mis bragas se mojaran. Era jodidamente retorcido pensar en eso ahora pero mi cuerpo ya estaba ansiando su toque después de que todo esto termine.

El llanto de Lía me trajo de nuevo a la realidad. Sentí mucha pena por ella al verla desnuda y tirada en el suelo. Quería correr hacia donde estaba pero no podía dejar de apuntarle. De eso dependía mi vida y la de todos a mi alrededor. Grité su nombre incontable veces pero no funcionaba. Estaba sumida en un ataque de pánico que me alcanzaría en cualquier momento porque...

Había matado a un hombre.

Joder me había atrevido a dispararle a otro ser humano. Jamás pensé llegar a ese punto. Cruzar esa maldita delgada línea. Porque una vez que se cruza no hay retorno, terminas por agarrarle gusto a esa fuente de poder.

—Lía - casi le suplique.

Seguía sin funcionar.

Mis manos empezaron a temblar. No sabía qué hacer.

—¡Ayúdala! - exigí en dirección al único que podía estar de mi lado.

Por alguna extraña razón confiaba en que no era parte de la traición.

Lukas me miró y movió levemente la cabeza antes de golpear a su hermano de lleno en el rostro. Fue rápido al moverse llegando a ella en segundos. Lía se mantuvo ajena a todo como si su mente se hubiera bloqueado para tolerar lo que su cuerpo recibiría.

Sentí mucha impotencia.

—Ponla en un lugar seguro.

Lukas la levantó en sus manos saliendo de mi campo visual. Alexander los siguió antes de posar sus ojos en mí. Me gustó lo que ví. Sabía lo que esperaba que hiciera. Temblé aún más no estaba segura de poder volver a quitar otra vida.

—Los ayudas aun después de lo que te hicieron - habla Mijaíl.

—Ella no me hizo nada - intente sonar firme. —No me iba a quedar viendo como la violaban, se lo que se siente.

Me dio una punzada de culpa decir lo último. Había intentado olvidarme de mi noche de bodas pero en algunos momentos, como ahora, los recuerdos me golpeaban.

—Puedo encender eso, Isa pero debes soltar el arma.

Negue.

Mis ojos viajaron a quien aún seguía arrodillado y amordazado. La impotencia relucía en ese hermoso par de ojos claros que se cargaba.

—Samuel también debe irse.

Sabía que Maxs, Ichiro y Alexander podrían defenderse, aun estando en esas condiciones, pero no estaba tan segura sobre las habilidades del ser de ojos color miel. No era como su hermano, no era un asesino.

La risa de Mijaíl me sorprendió.

—¿Aún le sigues abriendo las piernas?

Me congele. Se suponía que no debía saber eso. Sobre pensar su pregunta fue mi mayor error ya que con un ágil movimiento salió del alcance de mi pistola.

—Dime ¿estás segura que los engendros que pariste no son suyos?

Había mucha rabia en sus palabras.

—¡No! - grito Maximiliano.

No entendí el rumbo de las cosas hasta que sentí la hoja clavarse en mi costado. Fue rápido. Un corte seco.

Gemí de dolor cuando la retorció y grite cuando la sacó sin ningún tipo de consideración. Caí de rodillas. El arma rebotó a mi lado mientras llevaba la mano a la herida. La sangre se apoderó de mis manos y el miedo de mí.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora