Capítulo IX

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Alexander

No podía quitarle la mirada a la mujer que se sostenía la cabeza de mala manera. El malhumor que manejaba se sentía en las cuatros paredes.

—¿Qué te impide convertirla en la reina de Sicilia? – indagan detrás.

No quiero que la dañen.

Pienso mientras me giro para encontrarme con la mirada picara de Lía.

—Permítete amar – agrega acariciando mi brazo.

Lo hice, no de esa forma, pero me permití amarla a ella y los hijos que me dio.

Me guardo el pensamiento.

Su pequeña mano se cuela en mi brazo mientras que apoya su cabeza en mi hombro. Beso su coronilla como siempre demostrándole lo importante que es.

Y agradeciéndole a la vida por dármela.

—Con todo lo que se viene, no hay tiempo para esas trivialidades.

Se aparta ofendida.

—¡No es una trivialidad! – exclama. —Y puedo asegurarte que esta tan enamorada de vos, como vos de ella.

Vuelvo a centrar los ojos en Azul.

Y Lía tiene cierta razón. Estoy tan jodidamente enamorado de ella. De ella y de su peculiar forma de ser.

Aparto la mirada. El amor me cegó una vez. Pague un precio demasiado alto para mi gusto. No iba a darme ese gusto. No por el momento.

—Las cosas no son tan fáciles.

—¿A qué te refieres?

Suspiro intentando convencerme de mis propias palabras.

—Los niños... ellos pueden pensar...

Me interrumpe dándome un golpe que me duele más de lo que ella cree.

—Ellos saben que no somos una pareja – me recuerda. —Y lo entienden, asique no los use de escusa.

La llegada de mi hermano me salva de seguir hablando sobre eso. Vine acompañado de Giovani y Ginna, quienes corren a hacía su madre, tirándosele encima.

Cuando comprueban que ella está ahí, se dignan a venir hacía mí. Los abrazo preguntándoles como están mientras los detallo asegurándome de que no tengan ningún rasguño.

—¿Fuiste cuidadoso? – cuestiono hacia Exequiel.

—¿Por quién me tomas? – se indigna. —Ten, llego hace unas horas.

Me entrega un sobre rojo sellado con dos enormes letras en dorado "RC"

—¿Qué...?

Lo dejo hablando solo dirigiéndome a la habitación de Maximiliano, arrepintiéndome enseguida cuando comienzo a escuchar los gemidos de Isabella.

Gilipollas.

La rabia me sube a la cabeza por primera vez en días. No puedo entender que pierda el tiempo en eso cuando estamos a nada de ir en contra de una de las mafias más poderosas de Rusia.

Y siendo realistas, el panorama es simple. Somos nosotros o son ellos.

Recuesto la espalda a la pared. Mi tormento personal de ojos grises sigue en mi campo visual y me pierdo viéndola hablar con mi hija.

Ambas se sonríen y sin dudas es una imagen perfecta. Ella con un enorme vientre cargando algo mío sería perfecto.

—¡Hasta que por fin te dignas a salir! – exclamo cuando la puerta se abre extendiéndole el sobre que trajo mi hermano.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora