Capítulo VIII

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Maximiliano

Frunzo el ceño conteniendo la rabia ante la imagen que esta unos pasos delante. Mis pies se mueven unos metros al captar un suave sonido.

Es Lía junto a mis hijos. Tiene a uno de cada lado mientras en la pantalla se reproduce una película animada.

La primera, como siempre, en captar mi atención es Raina. Se remueve queriendo salir de la comodidad y corre en mi dirección, feliz, como siempre debe ser.

—¡Volviste! – exclama.

La atrapo en el aire cuando salta y la atraigo hacía mí dejando un beso en su mejilla. Aspiro el olor de su champú mientras me dejo abrazar por uno de los motores de mi vida.

Su hermano se levanta al igual que la italiana y me sorprende que la tome de la mano mientras se acercan.

—Padre – saluda y me agacho aun con su hermana besando su cabellera. —Te extrañe.

Su confesión tan atípica me remueve todo lo que llevo por dentro ya que detesto que sienta que no estoy para ellos o que piensen que lo demás importa por sobre ellos.

—¿Qué hacían? – pregunta el italiano.

Alexander se agacha besando a ambos mientras se centra en la mujer que lo repara con pena. Pena que la mujer acostada en la mesa debería tener.

—Shopia me insistió en venir – se adelanta a hablar. —Exequiel se ofreció a quedarse con los niños, ellos estaban chocos y no me quedo otro remedio que aceptar.

—Está bien Lía.

Y quizás lo esté para él, porque a mí la sangre me hierve al ver a la madre de mis hijos acostada en la mesa, borracha.

Por ellos, hago uso de toda mi fuerza de voluntad, despertándola lo mejor posible. Aunque la mano se me cae en un golpe seco cuando no reacciona a un simple llamado.

—¿Qué se supone que haces?

Los ojos se le abren como si hubieran visto a un fantasma y llevo los dedos a los labios cuando intenta hablarme. Se que cualquier cosa que diga solo me enojara más asique le pido que me acompañe a un lugar donde estemos solos.

—¿Así cuida de mis hijos? – inquiero. —Emborrachándote.

—Lo siento.

Que lagrime me enoja aún más.

—No quiero a una borracha como esposa, ni mucho menos como madre de mis hijos.

—¡Yo no soy ninguna borracha, soy una bioquímica! – exclama altanera. —Ni mucho menos soy tu madre asique si estás haciendo comparaciones, guárdatelas.

Lo último lo grita haciéndome cerrar la boca por primera vez desde que la conozco. Sabe que acaba de cometer un error al mencionar eso, pero me sostiene la mirada a pesar de todo.

—¿Qué fue lo que dijiste?

—Ahora estas sordo.

Estoy sobre ella en cuestión de segundos. Un pequeño quejido sale de su boca cuando la tomo por el cuello, pero aun así no deja de sostenerme la mirada.

—¿Crees que sabes mucho de mi pasado? – cuestiono. —¿Crees que puedes pararte delante mío como si me conocieras realmente?

—Se lo suficiente.

—¿Y quién te lo conto? – inquiero ejerciendo más fuerza. —¿Mi hermano cuando te lo cogías?

La cara se le desfigura ante lo último y me obligo a soltarla.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora