Capítulo VI

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Maximiliano

El nuevo laboratorio se alza frente nuestros ojos después de más de dos horas de viaje y me apresuro a ponerlos a salvo cuando el rostro del italiano me informa que el atentado ya sucedió.

—Entren – pido.

La estructura es media parecida al anterior con la única diferencia que la entrada es directamente, sin un ascensor ni pisos bajo tierra.

—Fue una bomba – informa extendiéndome una serie de fotografías. —No quedo ningún sobreviviente.

Isabella se detiene abruptamente y pongo la mano en su espalda indicándole que continue. No hay tiempo para cuestionamientos morales.

—¿Azul?

—En una de mis casas de seguridad – avisa. —Al sur de Italia.

Lo último que suelta me produce un cortocircuito en mi sistema nervioso.

¿Acaso escuche mal?

—¿La mandaste a territorio del Sacra? – lo increpo deteniéndome a medio camino. —¿Estas demente?

Él imbécil que comanda ese territorio no es de mi agrado por lo que el hecho de que mi hermana este en su radar no me gusta para anda.

—La mande a mi territorio – se apresura a decir. —Italia me pertenece, pensé que lo tenías claro, ya sea la Sacra, la Cosa Nostra, la Camorra o el pueblito más diminuto del país me rinde cuentas a mí y quien ose ponerle una mano encima firmaría su sentencia de muerte.

La seguridad de sus palabras es clara por lo cual solo me queda confiar en su buen juicio.

—Confió en eso.

—Pues sí, deberías.

Le pido que me aguarde en el despacho improvisado mientras acompaño a mi esposa a la habitación preparada para los niños. Acaricio el pelo de mi hijo cuando ingresamos al lugar y ayudo a Isabella a acostarlos para que puedan seguir durmiendo.

Quedaron dormidos a mitad de camino y los dos días de completo aire libre le están pasando factura.

Por el momento tendrás que ocuparte de todo – hablo cuando salimos. —No tendremos cocineras ni gente que limpie ni nadie que puedan usar para encontrarlos.

Camina a mi lado mientras me muevo y la forma en la cual se está adentrando a las cuestiones de la organización me agrada ya que no quiero que sea solo la bioquímica que produce formulas, quiero que sea la esposa del jefe, la mujer de la bestia.

Una mujer que comande, ordene y dictamine.

—Shopia vendrá a enseñarte a disparar – le aviso. —Es fundamental que aprendas, aunque sea, lo básico.

—¿Qué paso? – pregunta. —No me dejes afuera.

—Lo que paso es que el bastardo a quien llamas hermano puso una bomba con el único propósito de matar a tus hijos.

No tengo pelos en la lengua a la hora de decirle la realidad, cuanto antes la asimile mucho mejor. Se que aun cree que lo mejor que le pudo pasar a la Bratva fue que Mijaíl asuma el comando, pero para su mala suerte, está muy equivocada.

—Mijaíl no...

Ruedo los ojos cuando comienza con justificaciones ridículas.

—¡No es ningún Mijaíl! – aclaro. —Es el Boss de la mafia rusa, un imbécil que se cree que matándome y matándolos puede tenerte.

Mis palabras la detienen y me giro asqueado de ver al mismo ser inútil e incompetente con el cual me case. Los avances de estos años han quedado en la nada.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora