Capítulo XI (Parte II)

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Samuel

El apellido es una cadena que nos ata y condena desde el útero de nuestra madre. El mío, particularmente, era uno maldito. Todo aquel que lo portaba terminaba de la misma manera, en una caja de madera.

Ambos teníamos eso claro desde el día que jalamos el gatillo por primera vez, arrebatando una vida. Los años que pasaron nos forjaron y nos reafirmaron que lo único seguro era la muerte.

Aunque debía reconocer que la cadena que él llevaba era mucho peor que la mía y por sobre todo, tenía un nombre particular, Ada Wolf.

Mi hermano mayor no solo cargaba con el peso que le ponía mi padre por ser su heredero sino también con aquel que le obligaba a llevar mi madre.

Una mujer enferma. Decidida a vivir entre pastillas y alcohol. Una mujer que lo consumió, que lo culpó y que lo obligó a ser quien era. Porque, en aquel entonces, era solo un joven que no sabía que su propia madre sería su perdición.

Era un hermano mayor dispuesto a quemar el mundo por su hermanito, era quien había jurado poner mi vida por sobre cualquier cosa. Era quien me amaba más que a nada.

Recuerdo muy bien el día que decidí interferir, dejar de ser un cero a la izquierda y meterme de lleno en los negocios sin escrúpulos de mi familia.

Estábamos los dos frente a frente. Con los ojos en una serie de documentos que aseguraban el romance de nuestra madre con uno de los socios más importantes de nuestro padre.

Documentos que dejaban en claro muchas cosas y pretendían aclarar otras más. Cosas que de solo pensar me revolvía por dentro.

Lo miré fijamente cuando el video que se reproducía en la pantalla se detuvo. Llevé la mano a mi boca metiendo la arcada mientras que obligaba a mis ojos a no soltar lágrimas.

No pudo haber pasado eso. Ella no pudo haber hecho eso.

Entonces entendí que ni siquiera él sabía de tal aberración. Vi como la rabia en sus ojos se transformaba en odio. Lo vi perderse, vaciarse. Y no pude hacer nada para evitarlo.

Otro video comenzó a reproducirse, luego otro y luego otro más hasta llegar al que ataba todos los cabos.

—¿Se suicidó porque no podía volver a abrirle las piernas a Vladimir Koslov? - pregunto.

La mandíbula la tenía tan tensa que amenazaba con quebrar sus propios dientes.

—Debemos investigar más - intente apaciguarlo.

No funciono.

—¿Averiguar? - se giró y por primera vez desde que tengo uso de razón, le temí a mi hermano. —Las cosas son claras.

Recuerdo que guardé silencio mientras lo veía romper todo a nuestro alrededor. Quería que se detuviera para abrazarlo. Recuerdo que me odie y culpe por no haber estado ahí para él.

Era un niño, un adolecente consumido por la rabia, el odio y la sed de venganza.

—¡Nos vengaremos, te lo prometo! - le asegure.

Fue él quien no dijo nada y desde ahí todo empeoró.

Fueron semanas largas en donde vi a mi hermano mayor convertirse en el adulto que los demás querían. Fueron años eternos donde solo recibia migajas del amor que siempre se me daba. Fue un lapso de tiempo interminable hasta ese día donde se sentó cerca mio mostrando su fotografía.

Ahí supe que la promesa que le hice en el pasado debía cumplirse y me prometí que haría cualquier cosa por demostrarle que siempre seríamos nosotros dos.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora