Capítulo VII

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Isabella

Sostengo la pequeña caja en mis manos. No es para nada pesada a pesar de ser de metal. Suelto el aire acumulado antes de salir de la habitación; no me contengo en echar un vistazo a mis hijos antes de seguir hacía el centro del lugar, el cual es adornado por una mesa de madera laqueada en color blanco.

Las palabras de Maximiliano me generan un nudo en el interior, el cual espero desenredar pronto. Que piense que soy idiota, es algo que no me sorprende y, que no sea capaz de entenderme, mucho menos.

Es imposible.

Intento convencerme, aunque sé que no tendría caso que me mentiría sobre eso. Pero mi mente está en completa negación.

Negación justificada.

No es fácil asimilar que la única persona que te queda en la vida intenta atentar contra lo que más amas.

El sentimiento conocido como duda me enloquece al punto de no resistirme más. Abro el pequeño rectángulo de metal sumiéndome más en la nostalgia.

Las primeras fotografías son con mis padres, cuando era pequeña y viajamos por Rusia. La sonrisa de mamá me hace lagrimar y es que, después de tanto tiempo, su partida aun duele como la vez en la que la despedí.

Sigo hurgando entre el monto logrando que aparezca la imagen que deseaba junto con otra que me genera una sensación amarga en la garganta.

En la primera, Mijaíl está a mi lado, sonriendo mientras comíamos algodón de azúcar en una feria americana. Los recuerdos a su lado aparecen como flashes en mi mente mientras que está se niega a pensar que desee hacerles daño.

En la segunda, el fondo cambia trasportándome al primer semestre de universidad, en donde tenía a mis amigos, aunque siendo sincera, mis ojos solo captan aquellos de color miel.

Samuel

En todo este tiempo jamás me he detenido a pensar que ha sido de él. Al fin y al cabo, nos traiciono, me traiciono usándome como una pieza más de su ridículo juego contra su hermano.

También lo usamos.

Me recuerdo a mí misma.

Dejo las imágenes a un lado tomando, con manos temblorosas, el aparato que gracias al cielo aún conserva carga. La pantalla se ilumina al prenderlo y marco el número de mi casa en Rusia, el cual recuerdo a la perfección.

Suena.

Una vez.

Dos veces.

Tres veces hasta que alguien atiende del otro lado. La respiración traspasa la línea y la voz de mi mejor amiga resuena arriba del bullicio.

—Hola – habla.

Llevo la mano a la boca intentando callar el llanto que me surge.

—Ann – hablo cuando logro serenarme.

Todo me tiembla y el silencio que recibo del otro lado me asusta. Ella no puede estar metida en todo esto, ella no puede estar involucrada en todo lo que Maximiliano dijo.

—No vuelvas a llamar – rompe el silencio. La voz es casi como un susurro y siento la angustia en ella. —Cuídate, él enloqueció.

Y cuelga. Cuelga confirmándome lo que me quema por dentro.

Las lágrimas no las puedo contener más y me permito llorar arrodilla en el frio suelo. Golpeo por inercia el suelo bajo mío deseando que no sea verdad.

Pero lo es.

Me repite mi mente.

—Te digo que tiene que estar en alguna parte – capto la voz de mi cuñada y me apresuro a esconder lo que tengo en el suelo secándome el rostro.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora