1. Aziza

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Algo se rompió en mí aquel día. Los golpes no dejaron marca, no en el exterior. Pero adentro había empezado el cambio. Era igual a una enfermedad lenta y silenciosa.

Cuando tía Hanane murió por secuelas de aquella imfame paliza, decidí que era momento de actuar. Ya no quedaba nadie que yo amara, nadie que velara por mí. Estaba sola. Usé mis conocimientos de hierbas nocivas para envenenar a todas las gallinas y vi morir en "circunstancias sospechosas" a todos los miembros de la familia. En ese entonces ya estaba comprometida y llegué huérfana al altar. A mi marido, el simplón, no le importó que yo estuviera maldita. Sólo quería embarazarme rápido. ¡Y mira si lo intentó!

Mi primer hijo fue varón. Una cosita arrugada y chillona que estuvo a punto de matarme al nacer. Yo tenía veinte años y las caderas muy estrechas. No obstante, el niño era sano. Heredó mis ojos verdes y mi pelo negro. Del padre tenía la nariz chata y el mal carácter. No paraba de llorar jamás. Fue una alegría dejarlo en la canasta y esperar a que el río se lo llevara lejos. Atrás quedaba nuestra casa, quemada hasta los cimientos con mi esposo adentro. Había decidido empezar desde cero y, para ello, necesitaba cortar mis ataduras. Con mi esposo muerto y el bebé siendo arrastrado por el río, mi vida nueva estaba por comenzar.

Pero desde entonces pasó mucho. Logré huir de mi aldea con el dinero de mi esposo y llegar a la capital. Sin pasado ni ataduras. Compré vestidos nuevos y joyas. A todo el que preguntaba, le decía que yo era Aziza, hija menor de un hacendado. Tenía la postura, los modales y era bella. ¿Para qué la falsa modestia? Era bella, sí, y pretendía sacarle provecho. Me quedé primero en una taberna y, antes que se agotara el dinero, empecé a tramar el siguiente movimiento.

La ciudad capital era hogar de muchas familias adineradas. Averigüé los nombres más importantes e investigué sobre ellos. Mi dificultad más grande era no saber leer. Pero, siendo una mujer bella, la inteligencia quedaba en segundo plano ante los ojos de un hombre. Sólo tenía que sonreír a los jóvenes que, según mi investigación, eran hijos de buena familia. Encantarlos con la mirada, con una sonrisa, con gestos ensayados. A todos les decía que era una huérfana de familia adinerada y que estaba de visita en la capital. Me llovían los regalos y mi arca estaba siempre llena de oro. Aunque disfrutaba ser mimada por aquellos jóvenes apuestos, de todas formas contraté a un maestro que me enseñara a leer y escribir. Aprendí mucho de venenos, tema que me fascinaba.

Al final me decidí por Bekir Yusuf. Era un joven muy apuesto, cuya amabilidad rayaba en la estupidez. Y era justo lo que yo necesitaba: alguien con mucho dinero y pocas luces. No quería amor. Su amor por mí había matado a la tía Hanane. Desde entonces amor y muerte fueron lo mismo para mí. Bekir me hizo enormes regalos y alquiló una casa para mí, así no tenía que seguir en la taberna. Me dio esclavos y un palanquín. Yo estaba en la cima del mundo. Aquel joven me adoraba, tenía brazos fuertes y una bolsa de oro que jamás se agotaba. Era un sueño hecho realidad.

Pero, mientras yo tomaba baños de leche y miel y paseaba en palanquín, mis futuros suegros habían comenzado a investigar mi linaje. Pronto quedaría expuesta y arruinada. Fue mi esclava Deniza quien me alertó. Era una joven de piel bronceada igual que la mía, pero de ojos negros y bondadosos. Bekir me la regaló pues, según él, "yo merecía lo mejor y Deniza era la más bella esclava en el mercado". Era también la más fiel, como descubrí enseguida.

Yo estaba en serios problemas. Caminaba de un lado a otro de mi cuarto, revolviéndome los sesos. Tenía a Deniza de mi lado. Había ganado su afecto con buenos tratos. Le regalaba mis vestidos viejos y compartía con ella las delicias de mi cocina. Pero, ¿hasta donde llegaba su lealtad? ¿No me traicionaría en el último momento?

— Nos vamos. — le dije, saliendo al fin de mis cavilaciones.

— ¿Yo también, mi señora?— inquirió Deniza.

— Por supuesto. Voy a liberarte.

Deniza lloró de gratitud. Quería ser libre igual que yo. No éramos muy diferentes. Pero yo aún tenía dudas. ¿Por qué me era fiel, si podía venderme a los Yusuf? Era demasiado extraño. A parte de mi tía Hanane, jamás nadie fue amable conmigo sin esperar nada a cambio. ¿Y debía confiar en una esclava? ¡Imposible! Estaba segura de que me traicionaría a la menor oportunidad.

Aquella noche Deniza me ayudó con el disfraz. Me vestí de hombre y oculté mi pelo bajo un gorro. Tendría que huir de Keergahn, a la Alianza de naciones comerciantes. Mis baúles estaban llenos de oro y joyas. Invertiría en negocios para aumentar mi fortuna y sería una auténtica dama. Ya me veía en una casa enorme, con sirvientes y hombres apuestos rendidos a mis pies.

— Brindemos. — le dije a mi esclava Deniza. — Por nuestra libertad.

Serví licor para ambas. Ella era tímida y sólo mojó la punta de su lengua.

— Por nuestra libertad. — dijo con un suspiro.

— ¿Qué piensas hacer?— le pregunté, revolviendo el licor en mi copa.

Deniza miró al techo con emoción.

— Voy a ganar mucho dinero y volveré a Keergahn para salvar de la esclavitud a mis hermanitas.

Bebió de su licor, deleitándose en cada gota. Yo seguí removiendo mi copa.

— ¿Y usted, mi señora?— inquirió Deniza. — ¿Cuál es su plan?

— ¿Yo? Yo voy a ser la mujer más poderosa en toda la Alianza. — le respondí.

— ¿Y cómo?

— Bueno... Primero tengo que morir.

— ¿Morir? ¿Cómo...?

La lengua de Deniza quedó colgando fuera de su boca, inerte. Su lado izquierdo ya no le obedecía. La hice caer de un suave empujón y me senté a horcajadas sobre ella. Deniza intentó gritar pero su boca estaba torcida.

— Hubiera sido más rápido si te bebías el licor de un trago. — le dije, mientras empujaba el resto de la bebida garganta abajo. Ella se retorcía y luchaba en vano. — Lo siento, Deniza.

La joven me miraba con asombro y horror. De sus ojos, oídos y fosas nasales comenzó a fluir sangre. Me alejé para no ensuciarme y vi desde arriba sus últimos espasmos. Sentí algo desagradable en mi estómago. Culpa. Era una sensación horrible. Procuré enterrarla y seguir adelante. Antes que muriera del todo, fui hasta la chimenea y prendí fuego a las cortinas. "Mi cuerpo" debía quedar irreconocible. Una estafadora que se envenena al verse acorralada y prende fuego a su casa era una idea maravillosa. De esa forma Aziza murió.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora