15. Bozdağ

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Tuvimos una racha de éxitos. Zula pudo recuperar su dinero y mucho más. Entre los regalos de mis admiradores y los vestidos nuevos que me auto obsequié, ya no tenía espacio en mi cuarto. Siempre que iba de paseo con Garth, para mirar los barcos o darnos un baño en la playa, alguien me reconocía.

Cada noche, terminado nuestro acto, Zula y yo nos escabullíamos en el camerino para besarnos y revolcarnos por el suelo. Después, con ropa distinta, bien peinada y maquillada, esperaba a los admiradores. Zula me besaba la mano antes de marcharse pero nunca iba lejos.

— Si hay algún problema, vendré enseguida. — me aseguraba cada vez.

Entonces miraba a los hombres reunidos fuera de mi camerino y hacía ondular su ropaje tras él.

— Mi serpiente les verá uno por uno. — decía con el orgullo y arrogancia tan propios de él.

Me quedaba sola con el hombre en cuestión, oía sus halagos y rechazaba amablemente las invitaciones a cenar en privado. "Me desean y no me tendrán jamás". El procedimiento era igual en cada caso. Hasta que llegó él.

No lo reconocí de inmediato, porque estaba más gordo y se había recortado la barba. Pero yo no olvidaba sus ojos. No olvidaba la humillación.

— Ha sido una actuación espléndida. — exclamó, entregándome un ramo de flores.

Yo sonreí, aunque todo mi ser quería escupirle. No me recordaba. No recordaba la tarde en que me dio una bolsa con pan y frutas a cambio de mis zapatos. No recordaba cuando me abandonó herida junto al camino. Pero yo sí.

Era un hombre corpulento de mediana edad, trigueño y barbudo. Su túnica era azul y dorada, y lucía un collar con enormes rubíes. Dejé que tomara mi mano entre sus dedos como salchichas.

— Soy Modar Bozdağ, uno de los siete grandes mercaderes en Rau'Bahl. — se presentó. — La amo desde que vi su primera actuación.

Usaba un perfume repugnante que hería mi nariz, pero aguanté el asco y sonreí.
— Muchas gracias. — le dije. — No merezco sus halagos, señor.

— Oh, claro que sí. — respondió. — Usted es una dama bella y talentosa.

No pude contener una sonrisa irónica. "Dama".

— Por favor, deje que la invite a cenar. — pidió Bozdağ.

Vi la marca de un anillo en su dedo.

— Mi señor, usted es un hombre casado. — le reproché, alejando mi mano suavemente. — ¿Qué diría su esposa?

— Eso no importa, señorita Halima. — respondió Bozdağ. — Ella está muy ocupada en labores domésticas. Llevar un hogar y un negocio tan exitoso como el nuestro requiere tiempo y dedicación. Casi nunca hablamos, ya no hay amor entre nosotros.

Miraba con lujuria mi pecho.
— Tengo una casa donde podemos vernos. Mi esposa jamás lo sabrá.

— Me insulta, señor. — le dije, mirándome con indiferencia las uñas. — No soy una cualquiera.

— ¡Oh, claro que no! ¡Perdóneme!

"Vete a la mierda". Su cara me daba náuseas. Y el perfume... ¡Oh, qué asco!

— Si me da una oportunidad verá que soy honesto. — aseguró Bozdağ   — La amo, señorita Halima.

— ¿De verdad?— pregunté fríamente.

— De verdad.

Lo miré a los ojos.
— Póngase de rodillas.

Él obedeció, torpe como un oso. Le brillaban los ojos.
— Haré lo que sea por usted.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora