Culpable, desde luego.
Había matado a Khalil Bozdağ a plena luz del día, ante muchos testigos. Era culpable y no me arrepentía. De hecho, sólo pude reír a carcajadas el tiempo que duró el juicio. Tuvieron que amordazarme y atarme en la silla.
¿La condena? Cien latigazos y una vida en prisión. No era de extrañar, considerando la gravedad de los cargos. Había matado a sangre fría a uno de los jóvenes más admirados en la Alianza Rau'Bahl. Toda la nación estaba conmovida. Los Bozdağ, destrozados. Mi juicio fue el más concurrido en la historia de Xeer. Todos querían verme atada al banquillo de los acusados, rapada y vestida con harapos grises. Todos querían verme retorcida por la risa. Todos querían verme derrotada.
Pero mientras yo era condenada, humillada y arrastrada a la calle para el castigo público, mi cabeza estaba lejos. Estaba con Garth y Zula a orillas del mar. Nos reíamos igual que en otros tiempos. Garth, mi niño amado, corría por la arena y me llamaba agitando los brazos.
Y Zula... ¡Oh, maldito brujo embustero! Él también reía. Él me besaba.
— Te perdono. — le dije. — Pero no vuelvas a engañarme.
El dolor me atravesó la espalda.
— Háblame del reino celeste. — pedí a Zula.
Otra vez. Y otra. Los golpes atravesaban la piel como mantequilla.
— Háblame del reino celeste. — pedí al brujo en mis recuerdos.
Pero él no respondió. Sólo miró hacia el mar. Las aguas negras me aguardaban. Sólo tenía que deslizarme al interior y dejarme llevar por las olas.
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Desperté boca abajo en el suelo frío de una celda. No recordaba el momento exacto en que me desmayé. Nada más tenía el dolor en mi espalda como evidencia del castigo. Raparme la cabeza, humillarme, nada importaba. Nada importaba, porque Khalil había muerto, porque Zula no estaba, porque mi Garth ya no estaba...
Alguien se movió entre las sombras del calabozo.
— Tienes quince minutos. — gruñó una voz.
Alcé la cabeza cuanto me era posible y mis ojos encontraron la alta figura de Abdou Al-Bashir. Estaba muy serio en la luz de las antorchas.
— Oh, niña, qué desastre.
— ¿Has venido a presenciar mi desgracia? — murmuré con voz ronca.
— No. — dijo Al Bashir. — Quería asegurarme de que tomes la decisión correcta por una vez.
Yo tenía los labios secos y cuarteados. Necesitaba agua.
— ¿Y cuál es esa decisión?
— Te darán a elegir entre prisión y esclavitud. — respondió Al-Bashir. — La cárcel es una sentencia de muerte. Recházala.
— ¿Qué más da? Ya estoy muerta.
— No. Aún no. Puedes cambiar tu destino.
Lo miré con desprecio.
— No puedo cambiar nada. ¿Es que no ves? Yo soy una serpiente, una asesina. Mi destino es matar. Mi destino es sufrir.
— No, Halima. — insistió Abdou. — No te rindas.
— ¡Oh, cállate!— le espeté. — ¡Fuera de aquí!
— Halima...
— ¡Fuera, fuera!
Abdou guardó silencio. Mi dolor era tan horrible que me hubiera desmayado, si no fuera por la sed.
— ¿Tú sabías lo de Faran?— pregunté. — ¿Sabías que fue una víctima de Zula?
— Sabía. — respondió el elfo con voz inexpresiva.
— Y dejaste que me engañara como a una idiota.
— Faran estaba encerrado en el desierto. Zula nunca imaginó que volvería a ser tan fuerte y que huiría para encontrarlo y vengarse.
— Eso no es una excusa. ¿Por qué me engañó?
— Halima...
— ¿Por qué soy humana? ¿Por qué no era más que un juego para él?
El rostro de Abdou permanecía en las sombras.
— Porque te amaba. Porque no soportaba decirte lo que había hecho a su antiguo amante. Porque lo hubieras odiado.
— ¡Pues sí lo odio!— grité. — Por su culpa Faran usó a Khalil en mi contra. Por su culpa estoy aquí. ¡Lo odio!
— No, Halima. — respondió el elfo, calmado. — Estás aquí por idiota e impulsiva. Nadie te obligó a matar a Khalil. Esa fue tu elección.
Le hubiera escupido... si mi boca no fuera un desierto.
— Los odio, a ti y a Zula. Malditos sean los dos.
— ¿Y qué harás?— preguntó Abdou. — ¿Vas a dar un berrinche eterno, o vas a luchar?
— ¡Quiero morir!
— ¿De verdad? ¿Y por qué no te has suicidado ya?
"Porque soy una cobarde, porque no tengo fuerza".
— No tengo nada. — mis ojos se humedecieron. — No tengo razones para vivir.
— Entonces... ¿quieres que te mate?— ofreció Abdou.
Mi corazón tronó. Sí. Morir se me antojaba delicioso. Mi vida había sido un fracaso tras otro. ¿Por qué no? ¿Por qué no morir de una vez?
— Quiero que se detenga. — respondí. — Ya no lo soporto.
— Dilo. — exigió Abdou. — Pídelo: "mátame".
No debía ser difícil. Era una palabra nada más. Una palabra y sería libre. Entonces, ¿por qué mis labios permanecieron quietos? Se me apretó el estómago y sentí fluir lágrimas por mi rostro. "¡Dilo, cobarde, y serás libre!"
— Quiero...— mi voz se rompió. — quiero...
Quiero bailar otra vez. Quiero danzar en el claro del bosque.
Quiero abrazar a Garth y decirle cuánto lo amo.
Quiero abofetear a Zula por mentiroso... y por dejarme sola.
Quiero...
— Quiero vivir. — sollocé. — Quiero vivir, Abdou.
Mi llanto resonó en las paredes del calabozo. Era mi último ruego desesperado. Quería vivir. Quería ver el mundo fuera de Keergahn y Rau'Bahl. Quería el futuro que me negaron.
— Muy bien. — dijo Abdou. — Rechaza la prisión y vive.
Se arrodilló y pude ver mejor su cara. Tenía las mejillas tensas y el ceño fruncido.
— ¡Vive!— exclamó.
— ¿Qué haré siendo una esclava?— me iba a desmayar por el dolor, ya no conseguía mantener los ojos abiertos.
— Resiste. No puedo comprarte en la subasta, porque soy un elfo. Pero debes resistir y vivir. Siempre habrá esperanza mientras vivas.
Miré sus ojos dorados, sintiéndome desfallecer.
— Yo no tengo esperanza. Ya no. Desde ahora no confiaré ni soñaré con el futuro. Desde ahora la serpiente irá siempre sola.
Abdou me miró a través de los barrotes, con una honda tristeza en la mirada.
— Lamento que fuera de este modo, Halima. — susurró. — Yo...
Pero no escuché el resto. La oscuridad me tragó, llevándome lejos.
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Halima: la serpiente y el mago
FantasyNo puedes borrar el pasado. Tus crímenes siempre volverán a cazarte. Eso aprenderá Halima a sangre y fuego, mientras intenta labrarse un futuro mejor. El destino junta las vidas de Halima, asesina y estafadora, y Zula, un mago de orígenes misterios...