28. El baile del asesino

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Nos encontramos en el jardín al mediodía. Zula estaba radiante en sus telas negras, con el pelo trenzando ondeando al viento y una sonrisa altanera en los labios. Yo, con pantalones y un suéter, caminé hasta él. Iba frotando mis manos heladas.

— ¿Cómo va el asunto del espectro?— dije al mago.

— La casa está segura, como prometí. — respondió él. — ¿Y tu cachorro Bozdağ?

— Se ha portado muy bien. Es todo un galán.

— Felicidades.

Apreté los labios discretamente. Había pasado horas aquella mañana en mi habitación, ensayando frente al espejo una cara neutral. Me asustaba Faran y temía, sobre todo, perder a Zula. No olvidaba su triste sonrisa de la noche antes, la forma en que extendió su mano... y yo la rechacé. Estaba harta de juegos. Si prefería entregarme a Khalil en vez de luchar, por mí bien.

Khalil me había llevado a la ciudad horas antes. Esperaba una reunión seria y aburrida con mercaderes pero, en lugar de eso, fuimos a un establecimiento desierto. Los muebles estaban cubiertos con mantas y nuestros pies dejaban huellas en la capa de polvo en el suelo. Pero Khalil sonrió al decir:

— Contempla nuestro futuro, Halima.

Yo arrugué los ojos mirando lo que, sin duda, era un nido de ratas en una esquina.

— No creo que estemos viendo lo mismo, Khalil. — respondí.

— Usa tu imaginación y verás. — dijo él mientras caminaba por el salón. — Imagina los estantes de exhibición, los maniquíes, el área de espera.

Se detuvo en medio y extendió los brazos.

— Esta será nuestra joyería.

— ¿Una joyería?— sonreí.

— Así es.

— Pero no sé de joyas.

— Pero sabes usarlas. Tienes un gusto exquisito y... tu imagen vende. Los hombres te desean, las mujeres quieren ser tú. Puedes usarlo a tu favor.

Caminé hasta él.

— ¿Y quieres ser mi socio?

— En efecto. — dijo Khalil. — Invertiré un setenta por ciento. En el contrato, sin embargo, iremos a partes iguales.

— Mmm. ¿Por qué sacrificarías tu ventaja?

— Porque necesito de tu carisma y popularidad. Ve visto cómo bailas. He visto el efecto que tienes en la gente.

— Pensé que no ibas al teatro.

— He ido varias veces desde que regresaste de la gira. Solo que... prefiero no visitar el camerino.

Contuve una sonrisa maliciosa.
— ¿Temes ver alguna bailarina desnuda?

— Prefiero no ver a... ese. — Khalil hizo un gesto despectivo con la mano.

— Ah. — puse los ojos en blanco. — No te gusta Zula.

— No me gustan los brujos, no.

— Pues yo soy el instrumento del brujo.

— Es diferente. Eres humana.

Khalil me acarició la mejilla.
— Quiero hacer esto contigo. Así no tendrás que bailar más en el teatro y yo... — suspiró. — yo estaré libre de mi familia.

— Te advierto que seguiré bailando, aunque sea en privado. — contesté.

— Muy bien. Puedes bailar solo para mí.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora