3. Ladrona

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Caminé junto al sendero, en harapos. Mis pies dolían dentro de los zapatos demasiado elegantes. Me los quité y seguí con ellos en la mano. Pretendía cambiarlos por una hogaza de pan o alguna fruta, cualquier sustento era bienvenido. A pesar de la frustración y el dolor y la peste que no se iba, mi mente no dejaba de moverse. Llegar a Uelm y trabajar en mi próxima estafa era mi prioridad.

Me quedé con el nombre "Zarah" y con la historia de viuda ultrajada. Iba mendigando junto al camino, ofrecía mis zapatos adornados con joyas a cambio de pan. Sabía que llorar ablandaba corazones y podía hacer fluir mis lágrimas si miraba a un punto fijo y recordaba el horror de esa noche. Al amanecer del segundo día por fin hallé una caravana de mercaderes y me lancé frente a ellos, desesperada. El hambre retorcía mi estómago. Lloré tirándome del pelo, rogando.

— ¡Por favor, ayúdenme! ¡Por favor!

Enseguida estuve rodeada por hombres y mujeres de la caravana. Les conté mi situación, llorando todo el tiempo. Creí ver lástima en sus ojos mientras escuchaban. "El llanto funciona", me dije con satisfacción. Era divertido jugar a la damisela en peligro.

— Si fueran tan amables de llevarme hasta Uelm. — concluí. — Mi familia les recompensará.

Les mostré mis zapatos.

— Es la única prenda valiosa que tengo ahora mismo. Recíbanla como adelanto.

Un mercader, hombre de mediana edad, trigueño y barbudo, fue el primero en acercarse. Tomó los zapatos y examinó las joyas con detenimiento.

— Es una pieza de calidad. — observó. — Esmeraldas y oro de minas Valkan. Un tesoro de Keergahn.

Mostró los zapatos a una mujer de pie junto a él. Ella los miró con asco y asintió.
— Valen una pequeña fortuna. — respondió.

— Es una viuda rica. — el mercader chasqueó su lengua. — Estamos de suerte.

La mujer rió cubriéndose la boca.

— ¿Viuda rica? Ja, ja. Seguro es una esclava fugitiva de Keergahn y robó esos zapatos a su dueña.

— ¡No soy esclava!— grité. — Soy una dama de Keergahn y harás bien en no insultarme, vieja estúpida.

La mujer siguió riendo.

— Insultarme y gritar sólo confirma tu bajo estatus. No eres una dama.

Apreté los puños. Quería abofetear a esa mujer hasta la muerte. Ser elegante y bonita no le daba derecho a tratarme así. Pero yo estaba hambrienta y sin fuerza. Era una contra cincuenta. Me tragué el orgullo y seguí mirando los ojos de aquella mujer, pensando en distintas formas de matarla.

El mercader arrojó una bolsa a mis pies.
— Aquí tienes pan, queso y frutas, a cambio de los zapatos. Sigue caminando y en dos días llegarás a Uelm. Buena suerte.

Era todo lo que tenía. Comida y buenos deseos.

Y rabia. Mucha rabia.


Dejé atrás la caravana y me senté a comer a la sombra de un árbol. Cada mordida traía lágrimas de frustración. Llorar se estaba haciendo muy fácil y no me gustaba. Juré que buscaría al mercader y a esa mujer espantosa y los mataría. Soñar con la venganza era un alivio.

Estando allí sentada, con los pies destrozados y la ropa negra cayéndose a pedazos, comprendí que "Zarah Ekren" ya no era viable. Requería una historia diferente que me permitiera ascender en Uelm. Pero estaba muy cansada. Los ojos me ardían de sueño y cada centímetro de mi cuerpo gritaba por el dolor.

Estando allí sentada, vi pasar mi vida ante mis ojos. La golpiza de mi padre y mis tíos. La indiferencia de mi madre. La muerte de tía Hanane, cuyo rostro desfigurado aún sonreía para mí hasta al final. Tía Hanane, que durante meses agonizó por heridas internas y murió gritando.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora