26. Miedo

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Zula no dejó su cuarto en muchos días. Tuve que suspender varios espectáculos y escribir infinitas cartas de disculpa. Por una vez yo me encargaba de esos molestos detalles. Gracias al brebaje relajante y el vino pude mantenerme a flote. Asumiendo el papel de matriarca, yo luchaba por sostener mi hogar sin perecer en el intento.

Abdou Al-Bashir fue de gran ayuda en aquel tiempo. Aunque yo había dejado mis salidas nocturnas al distrito rojo, el elfo negro visitaba nuestra casa a menudo. Trató en vano de ayudar a Zula.

— No quiere oírme. — decía. — Cuando está así no hay quien pueda hablar con él.

— ¿Qué hago?— le pregunté angustiada.

— Esperar, hacerle saber que estamos aquí para él. Saldrá cuando esté listo y volverá a ser el mismo impertinente de siempre. Necesita tiempo.

Abdou venía casi todos los días y le hablaba a Zula desde el pasillo. La puerta jamás se abrió pero yo agradecía el esfuerzo. Me sentía menos sola.

Fueron tiempos oscuros y de reflexión para mí. Había visto una cara de Zula que él reservaba para sus amigos más cercanos. El brujo no era siempre altanero. A veces caía en la desesperación y era tan frágil como cualquiera de nosotros. Pero yo debía ser fuerte por los dos. Porque lo amaba. Porque amaba a Garth.

Era momento de pensar en mi vida después del teatro. En unos meses todo acabaría y en mis manos estaba decidir el próximo movimiento. Quedarme sentada ya no era una opción.

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Asha, la sirvienta kobold, me ayudó a vestir con un traje azul y blanco. Ya sus hijas habían preparado un almuerzo en el jardín y esperaban a que llegara mi invitado: Khalil Bozdağ. No lo había visto en muchos meses y esperaba que ya no insistiera en casarse conmigo. De él sólo quería asesoramiento para un futuro negocio.

Era inicios de febrero y el viento helado hacía estremecer los arbustos sin hojas. A pesar de los esfuerzos de mi jardinero el paisaje era bastante deprimente. Ni una flor, ni una pizca de verde. Lo único agradable era la vista que teníamos del océano gris. El invierno en Xeer no era tan frío como en otras regiones del continente, pero me puse un chal blanco sobre los hombros antes de recibir a Khalil en el jardín. Era tan apuesto como recordaba, aún si traía la barba descuidada y el pelo alborotado por el viento.

— Me alegró mucho tu carta, Halima. — dijo Khalil.

— Gracias por venir. — estreché su mano. — ¿Crees poder ayudarme?

— Por supuesto. Hablemos de negocios. Pero antes...

Me evaluó con su mirada y asintió.

— Antes déjame verte, preciosa.

— Por favor, Khalil, no seas pesado.— le reproché.

— No lo puedo evitar. Aún sueño con tenerte en mis brazos, Halima.

— Pues no sueñes más. No pienso casarme nunca.

— Qué pena...

Le concedí una sonrisa. Tomamos asiento y durante la próxima hora Khalil me explicó a grandes rasgos la situación económica de Xeer y las tendencias del mercado. Me recomendó dónde invertir mi dinero para minimizar las pérdidas y garantizar el éxito. Lo escuché atenta, anotando los detalles.

— Deberías casarte conmigo y abrir un negocio. — dijo Khalil.

— Tus padres morirán de disgusto. — repliqué.

— Es exactamente lo que busco.

— Ja, ja. Niño malcriado. No entiendo por qué los odias tanto.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora