33. Tirano

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Yo aún intentaba procesar lo que ocurría. Garth muerto. Su cabeza en las manos de Zula, que gritaba. No podía ser verdad. Habíamos hablado apenas una hora antes. No podía estar muerto. Mi niño... no... Él iba a ser un gran mago. Él tendría una vida maravillosa. Él sería feliz.

Pero su cabeza estaba en las manos de Zula. Eran sus ojos, sus ojos tan lindos, ahora congelados en una expresión de horror. Muerto. Mi niño había muerto.

— Voy a quitarte todo, Zula.

Faran venía hacia mí entre las llamas. Tuve menos de un segundo para reaccionar y agarrar la daga que ahora siempre llevaba oculta bajo mi ropa, en la pierna. Él se rió.

— ¿Qué piensas lograr con eso? — preguntó.

Me puse de pie, tosiendo y cubriéndome la nariz con un brazo. Él era inmortal, mi daga no haría ningún daño. Pero de todas formas seguí amenazándolo con ella mientras buscaba la salida.

— No puedes huir. — dijo Faran. — Voy a quebrar tus defensas igual que hice con el niño kobold. Te haré pedazos igual que a él.

Escuché el grito y vi ante mis ojos la escena. Garth de rodillas en un charco de sangre y Faran acercando una espada a su cabeza. Garth lloraba. Rogaba por ayuda.

— ¡Padre, padre!

El rugido de Zula me devolvió a la realidad. Supe que había visto lo mismo que yo. Supe que estaba más furioso que nunca. Sus telas negras se enroscaron alrededor del cuello de Faran y le obligaron a retroceder. Los ojos de Zula eran agujeros completamente negros y sus dientes chirriaban unos contra otros.

— ¡¡¡Te mataré de una vez y para siempre!!!

Las telas asieron los miembros de Faran y tiraron de ellos hasta separarlos del tronco. Brazos, piernas y cabeza rodaron por el escenario. No obstante, aún se le escuchaba reír.

— El amo dice... "mata".

Reconocí la voz justo a tiempo de rodar por el suelo, antes que el espectro cayera desde el techo sobre mí. Era como en mis pesadillas, una masa deforme cubierta de líquido oscuro. Sólo eran distinguibles sus garras enormes, terminadas en largas uñas. El frío me paralizó. El humo era asfixiante y algo helado apretaba mis entrañas.

Pero un ruido me obligó a reaccionar. La serpiente de fuego había lanzado un golpe contra Zula. El brujo detuvo su enorme cabeza con las manos y gritó un hechizo en lengua extraña. La serpiente se retorció y estalló, esparciendo el fuego hacia los palcos y el techo. Faran, por su lado, ya estaba recuperado. Sólo que ya no tenía fuego a su alrededor ni era tan joven y hermoso. Ahora se arrastraba por el escenario como un viejo decrépito, con su piel arrugada y los ojos hundidos, envuelto en una túnica gris.

— ¡Mírame, Zula!— gritó. — ¡Mira en lo que me has transformado!

— ¿Y por qué tuviste que asesinar a mi hijo?— rugió Zula. — ¡Pudiste matarme y acabar de una vez con todo! ¡Eres un cobarde, Faran!

— Ja. Te hice un favor matando a ese lagartijo. Ahora puedes volver a ser tú, el verdadero Zula, el tirano.

— ¡Cállate!

— Muéstrale a tu amada quién eres en realidad. ¡Vamos, príncipe del Caos, amo de las mentiras!

Empuñó una espada curva y saltó contra Zula, empujándolo fuera del escenario, contra las sillas. Pero el mago se elevó de inmediato hacia los palcos. Desde allí cantó nuevos hechizos y el suelo tembló bajo nuestros pies. Incluso el espectro quedó inmóvil. Una lluvia de lanzas cayó sobre Faran, atravesándolo con un millar de afilados proyectiles.

— Debiste matarme, Faran. — dijo Zula con voz gutural y siniestra. — No tendré piedad contigo.

El viejo, a pesar de estar herido y paralizado, rió mirando a Zula.

— ¡Vamos, tirano, muestra lo que eres capaz de hacer!

Un bloque de roca enorme cayó sobre la cabeza de Faran. Sangre y sesos cayeron alrededor. Aquello debería bastar para detener a cualquiera. Sin embargo, la pulpa de carne y fluidos recuperó la forma del anciano. Creó huesos, tejido y órganos, que se recubrieron de piel arrugada y grisácea. Volvió a ser Faran, con su túnica gris y la espada curva.

— ¡¿Eso es todo?!— bramó. — ¡Puedes hacerlo mejor, tirano!

El espectro saltó contra mí. Detuve sus garras con la daga, pero su fuerza me superaba. Caí de espaldas con ese bicho encima, derramando babas negras sobre mi cara. Le hice retroceder con una patada y huí arrastrándome. Él era más veloz. Lanzó un golpe de sus garras a mi pecho, destrozando el vestido. El ataque debió ser mortal, pero sólo apareció una herida leve. Debía ser la protección de Zula. Ahora el brujo se enfrentaba con Faran. Los dos volaban por el techo del teatro, golpeándose contra los palcos y haciendo saltar chispas cuando chocaban sus armas.

— ¡Voy a matarte, Faran!— gritó Zula, enloquecido, las telas golpeando igual que látigos sobre el cuerpo flaco de su enemigo.

— ¡Eso, eso!— respondió Faran con una risa histérica. — ¡Muramos juntos, Zula!

El espectro me atacó de nuevo. Yo sólo podía evitarlo, girando y saltando, empuñando la inútil daga. Si tuviera magia. Si tuviera fuerza. Entonces pudiera matar a ese bicho y vengar a mi niño. Pero me asfixiaba entre el humo y, a la vez, el frío me apretaba el estómago. Iba a morir sin hacerle al menos un rasguño. La rabia me hizo gritar y arrojarme sobre la criatura. Sus garras alcanzaron mi garganta y la sangre manó.

— ¡Halima!

Caí de rodillas buscando a Zula con la mirada. Él venía hacia mí extendiendo los brazos. Era imposible adivinar qué sentía el mago en ese instante, ya que sus ojos eran huecos y su cara estaba detenida en una mueca de rabia. Yo me aferraba la garganta con ambas manos para detener la hemorragia. "No quiero morir", pensé. "Dioses, no quiero morir". Después de tanto luchar, después de tantos sacrificios, ¿iba a desangrarme en el escenario donde fui tan feliz? ¿Era ese mi castigo?

¡Dioses!

Las telas de Zula envolvieron al espectro y lo estrujaron hasta que fue una pulpa negra. El mago cayó de pie en el escenario y extendió sus manos hacia mí, enviando un hechizo curativo. No hubo luz ni ruido alguno, pero sentí el calor llenándome. El dolor menguó. La hemorragia se detuvo. Pude respirar de nuevo y gritar, gritar, gritar...

— ¡Zula, cuidado!

Pero fue muy tarde. La espada de Faran ya asomaba por su pecho, roja de sangre.

— ¡No! ¡Zula!

Faran echó a reír, triunfante.

— Nos iremos juntos, Zula, amor mío. — susurró pegado a la oreja del mago.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora