34. Brujo cobarde

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Los ojos de Zula volvieron a ser ojos humanos, que reflejaban sorpresa y horror. Su boca estaba contraída por el dolor y agarraba con ambas manos la hoja de la espada emergiendo de su pecho. No obstante, halló fuerza para mover sus dedos y las telas flotaron siguiendo el movimiento. No dejaron que la masa negra del espectro volviera a tomar forma. Cada vez que el ser lograba materializar una garra, las telas lo envolvían y aplastaban. Yo, furiosa conmigo misma, por ser débil e inútil, estaba en el suelo, aún agarrando mi cuello con las dos manos.

— No es tarde. — canturreó Faran. — Huye como siempre. Déjala morir.

Pero Zula no escuchaba. Mantenía su hechizo contra el espectro y luchaba por mantenerse despierto, aunque Faran hundía más y más la espada. Yo sólo podía imaginar su agotamiento. Sanar mi herida, luchar contra la masa de babas y resistir el dolor debía ser un esfuerzo heroico.

— Testarudo. — gruñó Faran. — ¿Qué intentas demostrar? ¿Que la amas? ¡Bah!

Faran me miró sobre el hombro de Zula, iracundo.

— ¡No te engañes, Zula! ¡Tú no puedes amar a nadie! Tu mascota kobold ha muerto. Y ahora ella morirá también. Ya no tienes que fingir interés. Yo sé que eres un hijo de puta cruel.

— Es verdad... soy cruel. — admitió Zula entre jadeos. — Te usé. Robé tu fuerza. Era joven... y estúpido. No entendía el mundo.

— ¿Y ahora lo entiendes?— preguntó Faran con desprecio.

Zula miró hacia donde estaba la cabeza de Garth. Sus ojos brillaron por las lágrimas y apretó los labios.

— Ahora lo entiendo. — respondió el brujo. — Ser amado es lo más grande. Y yo no supe verlo. Fui un mal padre. Causé la muerte de mi hijo. Perdí al primero que me amó de verdad y sin condiciones.

Zula giró la cabeza cuanto pudo y sonrió a Faran.

— Nunca sabrás lo que es, Faran. Nadie te ha querido y ya nadie te querrá. Y es mi culpa. Lo siento mucho.

— ¡Cállate!— rugió Faran.

— Lo siento... lo siento...

Zula apretó ambos puños y las telas que rodeaban al espectro se rodearon de fuego. La criatura chilló y se retorció, incapaz de huir. En unos minutos ya estaba carbonizada. El brujo, con los ojos cerrados y los labios temblorosos, parecía un cadáver ensartado por Faran.

— Es el fin. — canturreó el viejo. — Nos iremos juntos.

Me puse de pie y enfrenté al hechicero. No le dejé ver cuánto temblaba. Apreté los puños y grité:

— ¡Déjalo, Faran, olvida tu venganza! ¡Aún puedes tener una vida!

Ni yo me creía tales cosas, pero diría lo que hiciera falta en ese momento.

El viejo rió.

— ¿Cómo vas a entender tú, niña idiota?

— Sé lo que es. — respondí. — Maté mucha gente por venganza. Y mírame. He pasado años huyendo, viviendo en la oscuridad. ¡Te entiendo, Faran, y sé que está mal! ¡Todo esto está mal!

El viejo escupió.

— Cállate, humana. ¿Qué vas a entender tú?

— Entiendo. — mi voz se rompió y tragué mis lágrimas, decidida a no quebrarme frente al brujo. — Entiendo, Faran. Has estado solo por mucho tiempo, has dejado que te corroa el odio. Te entiendo, porque soy igual.

Faran entrecerró los ojos y hundió más la espada, haciendo que Zula gimiera.

— Te equivocas, niña tonta. — me dijo. — Yo no quiero venganza. Quiero justicia.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora