4. Zula

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Era un joven alto, de piel canela y largo cabello negro peinado en trenzas. Lucía un complejo atuendo que, desde mi punto de vista, era una danza de telas negras que flotaban alrededor de su cuerpo. Mientras caminaba en círculos, examinándome fríamente, las telas se movían y dejaban entrever sus brazos musculosos.

— Hay que ser muy valiente o muy estúpido para intentar robarle a un mago. — dijo el hombre.

Intenté hablar pero mi lengua no obedecía. Yo estaba paralizada mirando el movimiento casi hipnótico de las telas negras, el cabello del joven y sus ojos ensombrecidos por largas y sedosas pestañas.

— ¿Qué viste en el caldero, Halima?— preguntó el joven. — ¿Cuál es tu secreto?

Sin poder evitarlo, mi boca se abrió y empecé a hablar:
— Vi a mi hijo. El bebé que dejé morir en el río.

El mago se echó a reír.
— ¡Vaya! ¿Y te arrepientes?

— No.

— ¿Lo amabas?

— Odiaba al parásito.

El mago llevó un dedo a sus labios.
— Voy a guardar el secreto por ti. No digas semejante barbaridad frente a Garth.

Apenas había terminado de hablar cuando el niño kobold llegó corriendo. El espanto se dibujó en su cara al vernos allí.

— ¡Padre!— exclamó.

— Garth, has dejado entrar una rata. — dijo el mago, quien supuse era el "gran Zula Halilu".

Las orejas del niño enrojecieron.
— ¡Lo siento! ¡Estaba herida y... y yo...!

— Calma. — Zula extendió una mano hacia él. — No es culpa tuya, sino de esta... cosa. Pero no seas tan ingenuo la próxima vez.

Garth bajó la cabeza.
— De acuerdo.

— Déjanos un momento. — dijo Zula. — Tengo que lidiar con esta ladrona.

— Sí, padre.

Garth me miró con lástima y se mordió los labios. Debía estar imaginando el castigo que me daría Zula. Caminó fuera de la habitación, retorciéndose las manos. Quedamos solos de nuevo, el mago y yo. No tenía la altura y corpulencia de Bekir, mi antiguo prometido. Era, de hecho, bastante delgado. Pero tenía los músculos bien definidos y una boca hermosa, de labios llenos.

— ¿Me vas a matar?— le pregunté.

— No tengo que hacerlo. — respondió Zula. — Eres la persona más odiada en la capital de Keergahn. Sólo tengo que entregarte a los Yusuf y, listo, vas a colgar despellejada en la plaza. Además, tendré una jugosa recompensa.

Mi cuerpo se tensó. Recordé a tía Hanane en su lecho de muerte, recordé su agonía y los gritos rompiendo la noche. No quería morir así.

— Eres un mago poderoso. — le dije a Zula. — ¿Qué ganarías entregándome a los Yusuf? ¿Oro? ¿De verdad eres tan superficial?

Zula arqueó una ceja.

— ¿Me ofreces algo mejor?

Odiaba su actitud arrogante. Odiaba no poder mentirle. Sabía quién era yo y lo que había hecho. Con él no me servían las historias fantásticas.

— No tengo oro, ni joyas. — le dije. — Nací en la casta más baja de Keergahn. No soy una dama ni una princesa. Tuve que abrirme camino sola. ¡Sola! ¡Y no me arrepiento de nada!

No le hablé de los hombres que me atacaron ni del dolor que sentía entre mis piernas desde aquella noche. Seguro ya lo sabía también y no le importaba.

— ¡Mátame si quieres!— lo reté.

Zula me evaluó con su mirada.

— No te voy a matar, Halima. No tiene sentido. Ya estás muerta.

Quise escupir su rostro, pero me tragué la saliva.

— Ni siquiera pienses en ello. — me advirtió Zula. — Cuando quieras escupirme de nuevo, tragaras mi orina.

— Cerdo. — apreté los dientes.

Él hizo una reverencia.

— Gracias por el elogio.

Se incorporó y me pellizcó una oreja. Fue tan inesperado que sentí arder mi cara y no supe cómo reaccionar. Estaba muy cerca y yo me veía reflejada en sus ojos.

— Puedes quedarte. — dijo Zula. — No intentes robar ni hacernos mal a Garth o mí.

— ¿Me dejarás quedarme?— no tenía sentido. ¿Qué tramaba? ¿Cocinarme en el caldero? Algunos magos lo hacían, de acuerdo a las leyendas.

— No te voy a comer. — Zula rió, adivinando mis pensamientos. — Eres una culebra venenosa. Y además estás flaca y sucia.

— ¿Entonces por qué?

Zula dio un paso atrás.

— Eres una ladrona y asesina de bebés, y no te quiero cerca de Garth. Pero... quizá tenga un uso para ti.

— No voy a dormir contigo. — le dije enseguida.

Él se echó a reír tan alto que las paredes se estremecieron.

— ¿Dormir contigo? ¡No seas ridícula!

Siguió riendo como si fuera el mejor chiste del universo. De nuevo aquella arrogancia. Lo odiaba. Así que dejé fluir todo el veneno como la serpiente que era.

— Oh, ya veo. Eres de los que prefiere niños pequeños.

Los dedos de Zula me apretaron la garganta. Fue tan rápido que no lo vi. De un momento a otro ya estaba flotando a varios centímetros del suelo y él me agarraba del cuello. Sus ojos eran fríos.

— Te lo diré una sola vez, Halima. Garth es mi niño. Lo traje del norte, más allá del mar. Fue abandonado cuando nació porque era muy pequeño. Hubiera muerto de hambre en el bosque de no ser por mí. Es como un hijo. 

Apretó más y agité los brazos, rogando por aire.

— Puedo tolerar que seas una asesina y ladrona, pero...— sus uñas me atravesaron la piel y sentí manar la sangre de mi cuello. — si vuelves a decir algo tan repugnante, voy a despellejarte viva. ¿Entendido?

Asentí a duras penas y Zula me dejó ir. Caí desplomada y jadeando a sus pies.

— Eres peor de lo que imaginaba, Halima. — comentó el hechicero, ignorando mi tos y la sangre manchando mi ropa. — Te daré una oportunidad. ¿Seguirás con estafas mediocres? ¿O vas a trabajar conmigo para cambiar tu destino?

Lo miré, entre indignada y curiosa.

— ¿Qué me propones?

Él extendió los brazos con un teatral gesto.

— Te daré lo que siempre has anhelado, Halima. Te convertiré en una dama.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora