10. Nervios

8 4 2
                                    

Lo mejor no fue ir de compras. Lo mejor fue ir del brazo con Zula. Ni siquiera miré los paquetes luego de haberme probado las túnicas nuevas, las joyas y sandalias. Ya habría tiempo de mirarme al espejo y ensayar mi pose de reina. De momento sólo estábamos Zula y yo. Y Garth, claro. Pero el niño estaba distraído mirando los estantes de las dulcerías y corriendo de un lado a otro. No podía ver mi rubor, mi estúpida sonrisa.

En naciones humanas, como la Alianza Rau'Bahl, las criaturas mágicas eran minoría. En Xeer había kobolds, seres de piel verde, grandes colmillos que asomaban de sus bocas y orejas puntiagudas. A diferencia de Garth, que era diminuto, los demás kobolds eran altos y robustos. Mayormente se dedicaban a los tareas pesadas o la servidumbre. Los elfos nómadas, por su lado, tenían aspecto humano. Eran altos, de piel negra y usaban adornos con plumas y huesos. De no ser por los ojos dorados y las orejas puntiagudas, no se diferenciarían de la gente común. Yo estaba fascinada y Zula me regañaba por mirar fijamente a las criaturas mágicas.

Visitamos a una modista que fabricaría mi traje a la medida. Al final de la jornada yo me preguntaba cuánto había gastado Zula. Hasta ese momento nunca me importó sacarle dinero a los hombres. Por el contrario, lo disfrutaba. Pero a Zula no quería dejarlo seco.

— Descuida, te haré pagar cada centavo. — prometió él horas más tarde, cuando cenábamos en casa. — La próxima semana comenzarán las presentaciones. Debemos practicar hasta entonces.

De repente sentí miedo. Conocía de memoria los trucos pero actuar frente a un público era distinto. Garth no era imparcial. A él le entusiasmaba cualquier cosa.

— ¿Y si no lo hago bien?— susurré espantada.

— Es muy tarde para eso. — respondió Zula. — Tienes que hacerlo bien.

Ya me temblaban las piernas. Comencé a tener pesadillas en las que olvidaba mi parte y echaba todo a perder. Gracias al brebaje de Garth no perdí la cabeza.

Practicamos día tras día. Primero en casa, luego en el teatro donde tendríamos el espéculo. Era el más grande en Xeer. Me sentí pequeña en el escenario frente a los cientos de sillas y los palcos. Según me explicó Zula, en aquel teatro eran habituales los espectáculos exóticos. El nuestro sería el clímax de la noche, justo después de las bailarinas y el tragafuegos. Tuve que vender la imagen de estrella arrogante y presumida a los otros artistas. Zula, que en todos lados era admirado y recibido con gran temor y reverencia, excusaba mi frialdad con la siguiente historia.

Yo era hija ilegítima de un noble de Keergahn y una esclava. Me habían criado para servir de cortesana. Pero Zula me encontró en sus viajes y decidió pagarle a mi dueño. Desde entonces yo era su aprendiz.

— Y es muy talentosa. — les decía a todos. — Es una joya esta mujer.

Yo me ruborizaba, aunque fuera una mentira. Adoraba sus elogios. Daba lo máximo en los ensayos, esperando estar a la altura.

La noche antes del espectáculo mi traje llegó por fin. Era un conjunto vaporoso de telas rojas y oro, casi transparentes. Me sentí desnuda ante los ojos de Zula, quien me ayudó a vestir.
— Usarás pocas joyas. — me dijo, apoyando una gargantilla dorada contra mi pecho.

Me estremecí cuando sus dedos rozaron mi piel. Nunca antes había pasado. Los hombres eran un medio para un fin, nada más.

— ¿Tienes frío?— inquirió Zula.

— Idiota. — susurré.

— Lo siento. Aún es pronto, ¿verdad? Pero no tengas miedo. Yo jamás te lastimaré.

"No es eso, idiota". Respiré hondo.
— ¿Tendré que bailar así frente a cientos de personas?— inquirí.

Tenía las piernas desnudas y mis pechos se transparentaban.
— Es tu poder, Halima. — respondió Zula. — Cientos de hombres soñarán con poseerte y ninguno llegará a ti.

Me puso una mano en el hombro.
— Pero si quieres, puedes cubrirte más. Tu cuerpo es tuyo.

— No. — agité la cabeza. — No les importó abusar de mí cuando vestía mi traje de luto. No fue culpa de mi ropa, sino de ellos. Ahora tengo el control.

Le sonreí al espejo.

— Que se mueran por mí. Que sufran.

Zula echó a reír.
— Ya estás entrando en el personaje.

Me giré hacia él. Era unos centímetros más alto y solo debía levantar mi cabeza para besar aquellos labios que me enloquecían. Tan lejos y tan cerca. Era injusto y estúpido no poder besarlo.
— Gracias, Zula, por confiar en mí. — le dije.

— No lo eches a perder, Halima, y estaremos a mano. — respondió él.

Le acaricié la barbilla con un dedo. Sus ojos se agrandaron y aspiró el aire con dificultad.
— No, Halima. — susurró.

Se dio vuelta y fue hasta la puerta. Mi corazón latía acelerado.

— Me gustas, idiota.

Como si lo hubieran congelado, el brujo se detuvo con una mano en el picaporte.
— Descansa. — me dijo. — Tendremos un largo día mañana.

Me mordí el labio inferior. "Haz algo, cobarde". Pero mi cuerpo no obedecía.
— Me gustas. — dije, ahora más alto.

Por un momento creí que volvería, que me tomaría en brazos y borraría todo mi dolor. Pero sólo dijo "buenas noches" y se marchó. La cara me ardía.
— ¡Imbécil!— grité, aunque tal vez me lo decía a mí misma.

Al otro día fue una locura. No tuve oportunidad de sentir enfado con todos los ensayos. Éramos profesionales en el escenario, no hablamos de otra cosa más allá del número a presentar. Garth estaba en casa, porque el teatro de noche no era lugar para niños. Zula me ayudó a vestir en el camerino. Me puso la gargantilla y algunos pulsos de oro. Yo, fría al contacto de sus dedos, presentaba una imagen de actriz frívola. Era mejor para todos.

— Hay cientos de personas allá afuera. — me dijo Zula. — Pero saldrá bien. Hazlo como ensayamos.

Yo asentí, indiferente. Precedía a nuestro número el baile de unas muchachas semidesnudas y un tragafuegos. El público gritaba entusiasmado. No era para menos. Las jóvenes, con sólo franjas de tela cubriendo sus entrepiernas y los senos al aire, danzaban entre el fuego. Sus movimientos eran envidiables, muy superiores a los míos. Yo espiaba tras la cortina, ignorando los nervios que me apretaban el estómago.

— ¿Lista?

Miré a Zula. Vestía nada más unas telas negras cubriendo su pecho y entrepierna. Se había trenzado el pelo con adornos dorados a juego con mis joyas.
— Lista. — respondí.

Él me rodeó con su brazo y, entre el clamor de voces, me llevó al escenario.

***********************************************

¿Qué les parece? ¿Emocionados por el debut de Halima y Zula? Dejen sus comentarios y teorías ❤️

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora