21. Amor

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Los días se fueron volando entre espectáculos y viajes por carretera. A pesar de las fiestas y cenas elegantes, me alegré de volver a casa. Mi casa. Tras haber visitado parajes tan fríos e industrializados como Uelm, yo extrañaba el calor y el paisaje marino. Aunque ya era octubre, el clima seguía agradable. Mi hogar, sin duda, estaba en Xeer.

Asha, la sirvienta kobold, y sus hijas nos recibieron. Yo traía regalos para cada una de ellas y para su esposo el jardinero también. Mientras Garth y Zula iban a descansar, yo estuve un rato con la familia kobold en el salón principal. Eran todos grandes y robustos, con enormes dientes. Las hembras se diferenciaban por sus senos y, desde luego, por los vestidos femeninos. Pero ambos sexos tenían las cabezas peladas y grandes patas de reptil.

— Les traje ropa de la mejor tienda en Uelm. — expliqué, mientras deshacía las maletas.

— Señorita, no debió molestarse. — dijo Asha.

— No fue ninguna molestia. Me encanta ir de compras.

Era cierto. Me encantaba ir por las tiendas y derrochar en caprichos inútiles. Pero ver a la familia kobold tan contenta por los regalos, me entibió el corazón. De acuerdo a las leyendas, si uno era amable con sus sirvientes kobolds tendría siempre buena fortuna. Y los míos eran fieles y muy laboriosos. Lo menos que podía hacer era tratarlos con bondad y respeto.

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Una tarde, ya de vuelta en nuestro hogar, me encontraba planeando los próximos eventos con Zula, en mi cuarto. Hacía tiempo que no dormíamos juntos ni bromeábamos como antes. Lo extrañaba, pero nunca lo admití. Me escondía en el trabajo para no sufrir. Las sirvientas kobold habían arreglado mis maletas después del viaje y mi habitación no era un desorden infernal, como de costumbre. Viendo las fechas del calendario, me fijé en que ya había cumplido años dos semanas atrás.

— Vaya, olvidé mi cumpleaños. — susurré.

Zula, que iba caminando en círculos por la habitación mientras leía unos contratos, se detuvo inmediatamente.
— ¿Cuándo fue?— preguntó alarmado.

— Hace dos semanas. — encogí los hombros. 

— ¿Por qué no me lo dijiste?

— Se me olvidó.

"Además, casi nunca hablamos".

El mago suspiró, frotándose los ojos.

— Eres un desastre. — me dijo. — ¿Qué haremos para celebrar?

— No es necesario. — contesté. — Ya celebramos bastante, ¿no crees? Nos invitan a muchas cenas y fiestas. Y un cumpleaños no es tan importante.

— ¡No seas tonta! Claro que es importante.

Me ruboricé.

— Oh, no exageres. No quiero un gran festejo, Zula, de verdad. Podemos celebrar en casa, los tres juntos.

— No es mala idea. — respondió Zula, volviendo a caminar en círculos. — Te haré una cena deliciosa.

Una cálida sensación llenó mi pecho. Nunca antes me habían celebrado el cumpleaños. Y yo no veía el punto de festejar mi fallida existencia. Pero Zula me preparó la cena y trajo regalos. No hubo excesos, tal y como yo quería. Fuimos sólo tres alrededor de la mesa, yo y mis únicos amigos. Nunca lo había pensando hasta ese momento. Yo no tenía "amigos", tenía gente a la que usaba para lograr mis objetivos. Pero allí estaba, riendo con Zula y Garth.

— Brindemos por Halima, nuestra serpiente. — dijo Zula, con una copa en alto.

Había preparado un banquete de pescado, mariscos, frutas y vegetales frescos. Para acompañar, vino blanco.

— ¡Por Halima!— exclamó Garth.

— Gracias. — yo estaba ruborizada. — Les debo mucho.

Zula estaba a mi izquierda. Lo miré con timidez.

— Somos amigos, ¿verdad?— susurré.

— Claro, Halima. — respondió él.

Había huido a su mirada, a su voz. Pero esa noche yo no era fuerte. Dejé caer mi barrera y le dirigí una mirada anhelante. Zula me agarró la mano por debajo de la mesa. No diría "me gustas", no diría "te quiero".

"Podría acostarme contigo mil veces y no sentir nada".

Era cierto. Nuestra diversión no pasaba del cuarto. Yo lo había aceptado... entonces ¿por qué? ¿Por qué dolía mirarlo y sostener su mano bajo la mesa?

— Te adoro, mi serpiente. — dijo Zula, mirándome con ternura a los ojos. — Feliz cumpleaños.

Me dio un beso fugaz en la mejilla y se apartó, como si le quemara mi piel. Garth, distraído por la comida, no se daba cuenta de nuestra lucha silenciosa.

— Gracias a los dos por un cumpleaños maravilloso. — les dije. Estaba emocionada y temía echarme a llorar. — Los quiero.

Besé a Garth en la frente y luego me fui corriendo al balcón.

— ¡Necesito aire!— grité, antes que mi voz se rompiera. — ¡He bebido mucho!

Para cuando llegué al balcón, ya mi cara estaba húmeda. ¿Por qué lloraba? Tenía la vida que soñé siempre. ¿No debería estar feliz?

— Halima...

Volteé mi cabeza, obligándome a sonreír. Pero Zula mantuvo su expresión neutra, como todo un profesional. Había tenido cinco mil años para fabricar una máscara. Lo envidiaba.

— No soy el hombre que necesitas. — dijo Zula.

Se me borró la sonrisa. Iba directo al grano. Sin rodeos. 

— Yo soy inmortal y tú no. — prosiguió. — Eres humana y yo no.

— ¡¿Y a mí qué me importa?!— estallé. — No quiero a otro, Zula.

Lo besé y después le di una bofetada. Me sentía varada entre la rabia y el dolor. ¿Por qué no se iba? ¿Por qué seguía mirándome de esa forma, como si estuviera muriendo de pena? Jamás le había visto unos ojos tan tristes.

— Eres la mujer más codiciada en Rau'Bahl. — dijo Zula. — Vas a tener una familia amorosa y una vida feliz.

— Yo quiero eso contigo. — respondí al borde del llanto.

— No puedo. Como hechicero, me es imposible tomar una esposa humana. Está prohibido en todas las naciones del mundo.

— ¿Por eso me alejas de ti? ¿Por qué las leyes nos prohíben estar juntos? ¡Maldito seas!

— No puedo evitarlo, Halima. A los brujos se nos prohíbe tener relaciones con humanos. Si alguien se entera no sólo me echarán de Xeer, también arruinará tu vida para siempre. Te convertirás en "amante de brujos", una mujer impura.

Respiró hondo y siguió hablando, ahora más despacio.

— Nadie sospecha de nosotros. Para ellos soy tu compañero y representante, un brujo roto, un hombre a medias.

— ¡Pero no es verdad!

— No me importa lo que piensen de mí, Halima. No importa, sin con ello puedo protegerte.

Mis lágrimas brotaban sin control. Finalmente lo entendía. No era sólo un capricho de Zula: el mundo entero nos prohibía la felicidad. Yo debía estar maldita.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora