7. Entrenamiento

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Lo primero fue olvidar cuanto había aprendido. Mi forma de hablar y comportarme no eran propias de una señorita elegante. Pude engañar a Bekir, pero de haber conocido a sus padres en persona, el engaño hubiera durado bien poco. Yo era torpe, descuidada, una campesina en ropa elegante. Zula no tuvo reparos en echármelo en cara día tras día.

Las primeras semanas trabajé en mi postura, forma de andar y modales. Zula me dio clases de baile y canto. Me sorprendió lo ágil que era. Danzaba con sus telas alrededor, ejecutando movimientos bellos e hipnóticos. Fue muy complicado seguirle el ritmo. Trataba de no mirar demasiado los músculos en sus brazos y piernas, el abdomen marcado, las gotas de sudor brillando en su piel canela. Había decidido no volver a tocar a ningún hombre, a no ser que hubiera algo valioso en juego.

Me gustaba danzar. Me sentía como un ave, girando bajo la luz del sol en el claro donde solíamos practicar. En el bosque no se oían más que las palmadas de Zula marcando el ritmo. Al bailar no era Halima, asesina y ladrona. Al bailar yo era libre. Agradecía el ardor en mis brazos y piernas y el sudor que me bañaba. Agradecía el olvido.

Por otro lado, cantar me resultó imposible.

— Eres tan desafinada que parece mentira. — dijo Zula. — Ni las chivas suenan tan mal.

Y tenía razón, aunque me enfadara. Él bailaba, tocaba muchos instrumentos, su voz era como un sueño. Me gustaba escucharlo, aunque jamás lo admití. Era Garth quien insistía en oírlo cantar.

— Desde luego, mei libt. — le respondía Zula, acariciando las orejas del kobold.

— ¿Qué lengua es esa?— pregunté una vez.

Garth se había ido a dormir y yo reposaba junto al fuego con las piernas extendidas. Zula caminaba en círculos por la habitación, leyendo un libro.

— Idioma del norte. — me dijo.

— ¿Y qué significa?

— "Mi amor".

Me pregunté por qué leía de pie y caminando. Era un tipo raro.

— ¿Sabes algunas palabras sensuales en lengua del norte?— pregunté.

— Desde luego. — respondió Zula, aún concentrado en el libro.

— Dime algo.

Zula detuvo su caminar y me dirigió una mirada ardiente.

— Jeh er ei flotte bó.

— ¿Qué significa?— pregunté con emoción.

— Te quiero en mi cama.

— Mmm... suena lindo.

— Si quieres te enseño más.

— Gracias.

El brujo siguió caminando y leyendo.

— Podrías sentarte conmigo. — le dije.

— Mi cerebro funciona mejor cuando estoy en movimiento. — respondió.

— O no quieres estar cerca de mí. Admítelo. Me odias.

— No te odio, Halima. Pero tampoco seremos amigos.

Crucé las piernas una sobre otra y puse las manos en mi regazo.

— ¿Y por qué pierdes el tiempo conmigo?

— No pierdo el tiempo. — Zula me miró por encima del libro. — Eres una inversión. Te educaré a mi gusto y haremos un buen equipo.

Miré el fuego de la chimenea. Zula no podía leer mentes. Solo captaba recuerdos importantes. Sabía de mi bebé, de Hanane y Deniza. ¿Pero sabía de mi familia, a los que envenené sin reparos? ¿De mi esposo? No. Me hubiera echado sin pensarlo. Ellos no me importaban y por eso no tenía recuerdos suyos que fueran trascendentes. Pero Zula... Él me odiaría si lo supiera.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora