17. Brujo y serpiente

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Modar Bozdağ y su esposa abandonaron la ciudad en vergüenza. Escuché los chismes en boca de Zula, quien tenía oídos en todas partes. Mi nombre permaneció limpio, aunque las sospechas de mi implicación eran evidentes. Todos sabían que Bozdağ me deseaba y que me rodeaba como perro en celo. Desde luego, no se hicieron esperar los rumores. Pero seguían llegando nuevos admiradores tras cada noche de espectáculo. Mi triunfo era absoluto.

Ahora no había tiempo de recordar mi infancia en Keergahn ni los asesinatos que me llevaron a huir. A veces tenía pesadillas con el bosque, pero al despertar Zula estaba junto a mí. A él no le importaba que yo fuera "impura". De hecho, la única que pensaba eso era yo.

— No eres tu pasado, Halima. — decía el brujo, llenándome de besos, cada vez que me despertaba gritando por las pesadillas. — Estás aquí ahora. Tú decides el futuro.

¿Yo podía ser buena? ¿Yo podía ser amada?

"Nadie amará a una serpiente".

Bueno, a la mierda el amor. Yo tenía un brujo que me arrancaba la soledad en orgasmos. La palabra "amor" estaba prohibida. Ambos sabíamos lo arriesgado que era. En mi posición tenía que permanecer soltera e inalcanzable, dar una ilusión de posibilidad a todos los admiradores. Mi plan de ser una esposa rica no estaba olvidado.

En cada noche de espectáculo Zula trazaba los hechizos en mi piel y me transformaba al compás de la música. Podía ser cualquier cosa en el escenario. Un ave, una mariposa, un destello de luz. No asesina y ladrona. Halima bailarina. Halima libre. Y era venerada por el público. Algún día tendría el esposo de mis sueños, la familia ideal, el futuro perfecto. ¿Y Zula? ¿Qué sería de él? Prefería no imaginarlo.

Cada noche bebía mi té relajante para calmar la ansiedad. Garth me había dejado un tarro con la mezcla de hierbas y yo lo preparaba. Así podía enfrentarme a un largo día de ensayos y responder a las cartas de los admiradores que llenaban mi escritorio. "La fama no es sencilla". Pero mientras hubiera té y vino, yo era capaz de seguir adelante.

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Pedí a Zula que nos mudáramos a una casa más grande. Ya no cabíamos en nuestro humilde hogar. No paraban de llegar obsequios y flores, había demasiadas cajas en mi habitación. No podía ni pensar con tal desorden.

Elegimos una mansión en el vecindario más lujoso. Ubicada en lo alto de una colina, tenía vistas de la ciudad y el océano. Había cinco habitaciones, dos baños, amplios jardines, una piscina. Contraté a una familia de kobolds para el servicio. La mamá y tres hijas se encargaban de las tareas domésticas. El papá cuidaba el jardín y hacía los trabajos pesados. Garth, como "rechazado" entre los kobolds, no era muy cercano a esta familia. Pero estaba ocupado estudiando para matricular en una escuela de magia. Su última preocupación era caerles bien. Además, yo lo adoraba. No tenía reparos en cargarlo y llenarlo de besos cada vez que lo encontraba estudiando, o trabajando en su huerto. Era mi niño querido.

Por fin yo tenía la habitación de mis sueños, con armario gigantesco y un baño espectacular. Veía toda la ciudad y el mar desde mi balcón. No tenía que volver a limpiar ni cocinar. Era una dama. Una estrella.

Entonces... ¿por qué me sentía miserable?

Había planes de gira y, mientras se ultimaban los detalles, Zula y yo trabajamos en nuevas rutinas. A penas había tiempo de relajarse entre los ensayos y las cenas con mercaderes. Iba siempre con Zula, pero me rodeaban enseguida los admiradores y no lo veía más hasta el final. Era un infierno estar lejos de él. Creí que estaba enferma.

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Otra cena. Otra fiesta con desconocidos pululando alrededor. La mansión era más grande que la mía y en sus jardines inmensos ya no cabía un alma. Me sentía infeliz en mi traje esmeralda y oro, tan pesado. Buscaba a Zula entre la multitud para suplicarle que nos fuéramos ya. No aguantaría hasta el final de la noche.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora