25. Tristeza

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Ahora salía casi todas las noches al distrito rojo. Empecé con el prostíbulo de Al- Bashir y terminé siendo regular en todas las casas de placer. Zula me cambiaba el rostro y me dejaba en alguna taberna. Después no lo veía más hasta por la mañana. ¿Dónde estaba? ¿Con quién? Yo bebía para no imaginarlo en brazos de alguien más. Era una tortura. Bebía y danzaba hasta el amanecer, y después me iba con algún extraño para acostarnos en una posada, o en un callejón. No importaba realmente el lugar, sino que fuera bueno y me ayudara a olvidar. Llegaba a mi casa hecha un desastre, vacía, demasiado agotada para pensar. Dormía unas horas y luego me iba a ensayar.

Zula y yo manteníamos la racha de éxitos en el teatro. Dos noches a la semana yo bailaba para cientos de personas junto al brujo. Éramos uno en los hechizos, en la música y el baile. Sólo entonces me dignaba a mirar sus ojos y fundirme con él, entregándome a la dicha de estar en sus brazos, aunque fuera por un instante. Él me abrazaba y yo quería echarme a llorar por lo feliz que era a su lado. Pero todo formaba parte de aquella ilusión que fabricábamos y, como todo, se desvanecía al final.

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Aquel día la resaca me postró en cama. Zula no vino a buscarme para los ensayos y yo dormí hasta que alguien llamó a la puerta. Gruñí un "¿quién es?" poco amistoso.

— ¿Halima? — susurró la voz de Garth. — ¿Puedo entrar?

Me incorporé a medias, pasándome una mano por el cabello despeinado. ¿Hacía cuánto no veía a Garth? ¡Dioses! Tan ocupada estaba siendo miserable que olvidé al pobre niño. Abrí las ventanas para dejar entrar el sol y la brisa.

— Pasa, querido. — le dije.

Garth asomó la cabeza con timidez y luego se acercó a la cama. Traía unos libros en sus manos.

— Disculpa, Halima. — susurró. — No quería molestarte.

— Nunca molestas, querido. — respondí, acariciando su cabeza.

Garth alzó la mirada.
— No he visto a mi padre últimamente. — dijo. — Quería mostrarle mis hechizos para el examen de admisión.

— Aún faltan muchos meses, ¿verdad? — contesté.

— Tres.

Mi pecho se oprimió. Solo faltaban tres meses para que se fuera. La certeza de su partida me golpeó con un martillazo. Mi niño se iría. ¿Cómo había llegado a amarlo tanto?

— ¡Oh, mei gutt! — lo rodeé con mis brazos.

"Mi niño". Era la criatura más tierna y amable. Sin él yo jamás hubiera conocido al mago Zula. Debía todo a ese pequeño de corazón gigante.

— Te voy a extrañar. — dije mientras lo besaba.

— Apestas, Halima. — Garth huyó de mi abrazo. — Hueles a vino y... a otras cosas.

Me quedé helada. El niño, cabizbajo, apretaba los libros contra su pecho. Era la primera vez que veía sus dientes de kobold chirriando por el disgusto.

— ¡Solo bebes y bebes, igual que mi padre! — gritó.

— Garth...— empecé a decir.

— ¡Los odio!

Garth sorbió por la nariz y se fue corriendo de la habitación. Me quedé un instante paralizada, muerta de vergüenza. Yo olía fatal, desde luego, porque había pasado la noche fuera, emborrachándome y teniendo sexo con extraños. Él había olido "eso" en mí. Fui corriendo a bañarme y después busqué a Zula. Teníamos que arreglar las cosas por él. Si alguien merecía una vida feliz, ese era Garth.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora