16. Venganza

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No sé cuánto dinero gastó Bozdağ, pero al cabo de un mes tenía baúles llenos con ropa y joyas. Me llevaba a cenas elegantes con otros mercaderes, en las que me exhibía como a un tesoro. Yo le daba muestras de cariño pero jamás le dejaba tenerme por completo. En aquellas cenas de mercaderes, me acercaba a otros hombres, preferiblemente más jóvenes y apuestos, hablaba con ellos, me reía de sus chistes. Eso lo enloquecía. Pero yo volvía a ser tierna y le daba mi "cariño" a gotas. Él caía en mi trampa una y otra vez.

El problema de Bozdağ no era ser gordo y viejo. No. Había conocido a muchos hombres mayores en aquellas cenas, hombres amables. No me hubiera importado casarme con alguno de ellos. Pero Bozdağ era vil. Me devoraba con la mirada, incluso en público. Yo era su propiedad, un accesorio. Le brillaban los ojos cada vez que yo hacía mi entrada en la habitación. La forma en que lamía sus labios y frotaba sus manos, como si yo fuera un trozo de carne, me revolvía el estómago. Pero yo era independiente, y se lo dejé claro.

Me dio una casita en las afueras donde nos veíamos a menudo. Era muy linda y elegante. Yo siempre llegaba antes, con Zula, y nos acostábamos en la cama grande, con dosel y cortinas. A Zula no le importó ayudar en mi venganza, especialmente si incluía revolcarnos como animales. Me excitaba mucho tener sexo en la cama donde más tarde Bozdağ intentaría convencerme. Él siempre llegaba con regalos para mí y juraba entregarme el cielo. Yo le hacía pensar que tenía alguna oportunidad, pero sin llegar jamás a comprometerme.

Mientras, yo seguía divirtiéndome con Zula. Cada vez aprendía nuevos trucos para hacerlo gemir de placer. Ya fuera en el camerino o en mi cuarto, era siempre delicioso. Pero en la casita de Bozdağ el sexo era mucho mejor. El peligro añadía un toque especial. Revolcarnos sabiendo que alguien podría hallarnos y causar un escándalo, nos subía la adrenalina.

Una de esas tardes, cuando habíamos terminado nuestros juegos y yo me estaba arreglando para Bozdağ frente al espejo, alguien llamó a gritos a la puerta.

— Mmm... tienes visitas. — dijo Zula, riendo.

— ¿Quién es?— le pregunté. — Bozdağ no llega hasta más tarde.

Zula cerró los ojos.

— Mmm... oigo... a una mujer muy enfadada. Es... es Nabila Bozdağ.

La mujer de Bozdağ, Nabila, era esa dama horrible que se burló de mí aquella vez. Nacida en buena familia, inteligente y perspicaz en los negocios, había tenido que soportar las aventuras de su esposo. Hasta ese momento no le había importado, ya que eran insignificantes. Pero Bozdağ seguía intentando conquistarme luego de muchos meses. El dinero gastado en mí ascendía a sumas peligrosas. Yo era su pesadilla.

— Oigo su furia desde aquí. — dijo Zula. — Le va a dar un infarto.

— Bien. — respondí sencillamente.

No salí a enfrentarla, pero caminé en puntillas hasta la sala y disfruté viendo su desesperación desde una ventana. Era una mujer bella, pero la desesperación había hecho mella en su estado actual. Iba despeinada y tenía profundas ojeras. Le acompañaban algunos sirvientes y un carruaje elegante esperaba a cierta distancia.

— ¡Sé que estás ahí, perra!— gritó Nabila. — ¡Voy a destruirte!

— Ya no es tan elegante, ¿verdad?— susurré.

— ¿Hablarás con ella?— preguntó Zula, de pie atrás de mí.

— Cariño, — le dije. — siempre vengo en secreto. Nadie nos ve llegar ni marcharnos. Yo jamás he estado aquí.

— ¿Y Bozdağ?

— Luego de este... "desafortunado incidente", es normal que nos separemos. Ya he cumplido mi objetivo.

— ¿Arruinar su matrimonio y su bolsillo?

— Exactamente.

Lo rodeé con mis brazos.
— Llévame lejos, querido.

Zula me respondió con una sonrisa burlona. Salimos por la puerta de atrás, abrazados, y el mago hizo danzar las telas negras con un viento huracanado. Al momento nos elevamos en el aire, ocultos por la magia. Ni Nabila, que seguía gritando, ni los vecinos nos vieron cruzar el cielo. Yo me aferraba al torso fuerte de Zula y él me sostenía firme contra su pecho. Habíamos volado juntos en nuestro acto, pero nunca fuera del escenario. Desde arriba la ciudad era pequeñita y nos envolvía una cálida brisa. Aunque al principio yo tenía algo frío en el estómago, pronto superé el vértigo y los nervios. No tenía miedo junto a Zula.
— ¿Quién será tu próxima víctima?— me preguntó.

— Mmm... no sé. Ya tuve un noble, un mercader...— le sonreí. — Me falta un brujo.

— Pero a mí ya me tienes.

Sentí que ardía, pero no le dejé ver cuánto me afectaban sus palabras. Miré hacia al frente, al mar. Si miraba demasiado aquella sonrisa, aquellos ojos apasionados, iba a derretirme.

— Tenemos una relación de negocios.— le recordé. — Nada más.

— Desde luego, Halima, somos profesionales. — dijo Zula con ironía.

— Profesionales...

— Ujum...

— No se me ocurriría enamorarme de ti.

— ¡Oh, no, por la Bestia! ¡Sería una estupidez!

— ¿Cómo podrías amar a una serpiente?

—  ¿Cómo podrías amar a un brujo cobarde?

Nos echamos a reír, contemplando el mar y el cielo. Era feliz en sus brazos. Me sentía capaz de todo.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora