35. Un buen hombre

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Fui la única sobreviviente en el teatro. Un grupo de rescate me encontró junto a los cadáveres y me dieron atención médica urgente. No recuerdo más que fragmentos, caras, destellos de luz y mis propios gritos. Llamaba a Garth y Zula, aunque sabía que no iban a regresar. Tuvieron que hacerme callar y dormir con un poderoso brebaje. Un doctor me revisó las heridas y me recetó ungüentos para la cabeza, donde me había golpeado seriamente. Pero yo quería el dolor. Lo merecía por débil y cobarde, por no haber salvado a Garth, por no haber ido al Abismo con Zula.

Asha venía a traerme las comidas diarias y luego retiraba los platos casi intactos. Yo era incapaz de moverme. Cada pensamiento me devolvía al teatro, a la cabeza de Garth, a Zula descendiendo al Abismo. Solo bebía el té relajante para hundirme en el olvido. Flotaba en la nada, desechando mi humanidad, mis recuerdos, esperando fundirme con las tinieblas y desaparecer.

Hasta que un día Asha irrumpió en mi habitación.

— Señorita, Khalil Bozdağ insiste en verla. — me dijo. — No se irá hasta que lo reciba.

Khalil. Había olvidado a mi prometido, al hombre que debería amar. Creí que estaba muerto y sepultado bajo los escombros del teatro. Por una vez sentí algo.

— Asha, ayúdeme a vestir. — le pedí.

La señora me condujo fuera de la cama y extendió frente a mí un hermoso vestido blanco y azul.

— He trabajado en mi habitación durante semanas, esperando a que se levantara, mi señorita. — dijo Asha.

— ¿Semanas?— pregunté alarmada.

— Dos semanas y tres días, sí.

Me vi en el espejo, tan delgada que mis costillas sobresalían. Dos semanas en cama, bebiendo solo té y comiendo bocados de pan. Había estado lejos, revolcándome en la miseria.

— Por los Dioses, — gemí. — tengo que bañarme.

Estuve largo rato en la bañera. Miraba el anillo de Garth en mi dedo, esperando sentir algún cosquilleo o un pinchazo de magia. No podía aceptar que hubiera muerto. Era un niño tan generoso y bueno. ¿Por qué debía irse él?

"¡Hipócrita!", dijo una molesta vocecita desde el fondo de mi cabeza. "Mataste a tu propio hijo y ahora lloras por un niño ajeno".

— Cállate. — le dije al techo.

Mi voz interior, despiadada, añadió:

— ¿Por qué lloras? Garth no era tu hijo. Zula mintió. Ninguno de los dos te amaba realmente.

Me tiré del pelo hasta arrancar un largo mechón.

— ¡Cállate!

Respiré hondo. "Calma, Halima, calma, todo saldrá bien". Por mucha razón que tuviera mi cruel voz interior, quedarme calva no era la mejor forma de lidiar con eso. Me obligué a sonreír pensando en Khalil. Él me amaba. No estaba sola.

Asha me ayudó a peinar y recibí a Khalil en mi vestido nuevo, sentada en la cama. Apoyaba la espalda en unos almohadones, porque mi cuerpo débil no aguantaba. Khalil no disimuló el horror de verme tan delgada. Hincó una rodilla junto a la cama y estrechó mis manos entre las suyas.

— ¡Oh, querida!— exclamó. — He sufrido tanto. Dioses, qué delgada estás.

— Yo estoy bien. — fingí una sonrisa. — Lo importante es que estás a salvo. Pensé que habías muerto.

— Tuve suerte. Huí en cuanto empezó el fuego.

Khalil me acarició la mejilla y siguió hablando con el rostro sombrío.

— Cientos de personas murieron, querida. Fue la tragedia más grande jamás vista en Xeer. Estuvieron sacando cuerpos durante varios días. Por supuesto, las familias damnificadas exigen justicia.

— Faran está muerto. — le dije. — Zula arrastró a ese monstruo al Abismo.

— ¿Faran? Nadie vio a Faran. Todos recuerdan al brujo Zula... y a ti.

Los ojos de Khalil se distanciaron de mí, como si de repente los cubriera el hielo.

— Esa noche hubo un espectáculo de magia y baile que terminó en desgracia. Zula y tú eran las estrellas. No hay "Faran". No hay testigos. Para el mundo Zula Halilu es el culpable de la tragedia.

— ¡Pero no es verdad!— grité.

— Eso no importa. ¿Quién eres tú? Una bailarina de Keergahn, una cortesana. Por mucho dinero que tengas, nadie respeta la opinión de una perra que recibe a magos y elfos nómadas en su casa.

Khalil se echó para atrás.

— Por supuesto, el dinero no te va a durar mucho después del juicio.

— ¿Juicio?— mi voz era débil, apenas un gemido.

— Fuiste cómplice del mago. Tendrás que pagar a las familias damnificadas. 

Sentía un peso doloroso en el estómago. No. No podía ser. ¿Quién era este hombre de ojos helados?

— Deberías haber muerto, ¿sabes?— dijo Khalil. — Ese fue el trato con Faran.

— ¡¿Tenías un trato?!— mi cabeza giraba.

— Así es. ¿Por qué otra razón me acercaría a ti? No puedo creer lo sencillo que fue. De verdad eres idiota.

Khalil movió la cabeza.

— Bueno, es que eres una niña, después de todo. Caíste por el brujo y caíste por mí. Fue tan sencillo.

— ¿Fue todo mentira?— inquirí. — ¿Lo de tus padres, lo de tu mano?

— Oh, no. Eso fue verdad. Gracias a Faran obtuve dinero suficiente para abrir mi propio negocio. A cambio sólo tenía que seducirte y usarte para meter al espectro bajo las narices de Zula.

— ¡¿Fuiste tú?! ¡Maldito seas!

— Fue cobarde, lo admito. Pero ya está hecho. Vas a perderlo todo y yo abriré mi joyería en la fecha prevista.

Mi rostro ardía y las orejas me palpitaban.

— ¡¡¡Por tu culpa Garth murió!!!

— No es mi culpa si el mago no vio tras el hechizo de Faran. — contestó él, indiferente. — No me vio llegar, ese imbécil. No supo jamás quien ponía la semilla de Caos bajo su techo. Así nacen los espectros, ¿sabías? Del Caos. Un fragmento basta.

— ¡¿Cómo pudiste?! ¿No odias la magia?

— Odio la magia, sí, pero la oferta era demasiado buena. Con el dinero que me dio Faran puedo vivir sin trabajar toda la vida. Espero que lo entiendas.

Me lancé contra él, derribándolo al suelo. Arañé sus ojos como si quisiera arrancarlos. ¡Maldito imbécil! ¡Cabrón! Mi golpes eran débiles porque no tenía fuerza. Estaba muy delgada. Khalil me hizo caer de un puñetazo en la mejilla y me sostuvo por la garganta, boca arriba. Sólo había diversión en aquellos ojos de hielo.

— No luches, querida. — me dijo. — Si pagas te librarás de la prisión. Descuida. Puedes trabajar en el burdel de tu amigo Al- Bashir.

— Maldito.— gruñí.

— Ja, ja, ja. Como entenderás, nuestro compromiso queda anulado. No puedo casarme con una mujer de tu calaña. Asesina, ladrona, amante de brujos...

Khalil presionó sus labios contra los míos. El asco me retorció el cuerpo.

— Adiós, Halima. Cuídate.

Me dejó ir y se fue, cabeza en alto.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora