14. Morir de placer

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Mi vida cambió en un pestañeo. Recibía cartas de admiradores, flores, joyas, invitaciones a fiestas y cenas lujosas. Me dieron un camerino personal en el teatro, donde nos preparábamos antes de cada espectáculo y, al terminar, recibía a los admiradores. Comerciantes de la más alta alcurnia se arrodillaban a mis pies.

Zula era como un perro guardián. Puso hechizos en el camerino, por si alguno de aquellos hombres intentaba hacerme daño. Tampoco es que se atrevieran. Zula no exageraba al decir que "su fama le precedía". Con ese rostro lindo y las joyas trenzadas en su pelo, yo no podía imaginar qué cosas horribles había hecho en los últimos cinco mil años. Pero tan pronto lo veían de pie junto a mí, el pánico se dibujaba en los rostros.

— Por la forma en que te miran, yo diría que eres el mismo Rey del Caos. — le dije una noche, cuando me ayudaba a cambiar el traje después del espectáculo.

Zula rió. Me estaba quitando una a una las capas de tela roja y oro. Ante nosotros había un gran espejo colgado en la pared y nos rodeaba un montón de flores.
— Oh, nada que ver, yo siempre fui neutral. — me aseguró.

— Mmm... — lo miré a través del espejo. — Has vivido mucho. Seguro tienes historias fascinantes.

Acercó sus labios a mi oreja.

— ¿Cuál quieres oír? ¿De cuando era una cortesana? ¿De cuando fui parte de la Hermandad del Escorpión? ¿O de cuando le robé su juventud a un mago oscuro?

— ¡Todas!— exclamé.

Sin dejar de reír, Zula retiró la última pieza del traje. Mis senos quedaron al descubierto, firmes por la caricia del mago.

— Tú primero. — dijo Zula.

— Ya lo sabes todo. — respondí.

— No es verdad. Sólo veo destellos, no todo el paisaje. Háblame de ti.

Bajé la mirada.

— No hay mucho que decir. Mis padres nunca fueron amables conmigo. Traté de huir, pero me encontraron y me golpearon hasta quedar inconsciente. Y tía Hanane... ella quiso ayudarme y la golpearon también. Al cabo de un tiempo murió por lesiones internas.

— Lo siento. — dijo Zula en mi oído.

— Y luego...— suspiré. — luego me casaron a la fuerza. Pero antes de la boda asesiné a toda mi familia con veneno para ratas. El resto ya lo sabes. Maté a mi esposo y a mi hijo también.

Ante mis ojos desfilaron imágenes de la canasta en el río. "Tuve que hacerlo, por mi felicidad". Esperaba que Zula entendiera.

— No me arrepiento. — le dije. — Volvería a hacerlo.

— No lo dudo. — contestó Zula.

Lo miré a través del espejo. No quería pensar en los asesinatos ni en tía Hanane. El pasado estaba atrás. Ya no importaba.

— Te toca. — dije. — Háblame de ti. ¿Cómo fue tu infancia?

— Bueno, los primeros quince años de mi vida fueron una pesadilla. — dijo Zula, restándole importancia con un gesto de la cabeza. — No conocí a mis padres. Me vendieron a una escuela para cortesanas el mismo día que nací. Y, en lugar de aprender a leer y escribir, me enseñaron cómo dar placer. Era todo lo que sabía. Hasta que huí para unirme a la Hermandad del Escorpión.

— ¿Y luego?— pregunté.

— Me convertí en su herramienta. Asesiné a mucha gente. Prefiero no acordarme.

— ¿Y quién es el mago oscuro al que robaste su juventud?

Zula bajó la mirada.

— Faran. — dijo apretando los dientes. — Servía al Rey del Caos y fue responsable de eliminar varios asentamientos humanos. Era imposible de matar, así que le robé su juventud y lo dejé en su cueva del Desierto.

— Pensé que eras neutral. — dije.

— Lo era. Hasta que el maldito hirió a mis amigos. Entonces lo destrocé.

Me emocionaba oírlo hablar así. Era fácil imaginarlo en el campo de batalla, arrasando ejércitos enemigos con fuego.

— Son historias de hace mil años, aburridas. — me dijo al oído.

— Quiero saberlo todo. — respondí.

— Tal vez sea mucho para ti.

— Puedo aguantar lo que sea.

Zula mordió suavemente el lóbulo de mi oreja.

— Ya lo veremos.

El brujo me hizo inclinar hacia adelante y apoyé ambas manos en el espejo. Veía mi rostro enrojecido, mis labios entreabiertos y anhelantes. Zula tiró de un hilo en su complicado traje y las telas negras cayeron desparramas en el suelo.

— Veamos cuánto puedes aguantar.

Sus dedos me acariciaron la entrepierna. Sabía donde tocar para hacerme gemir. Tuve que morderme los labios para que no saliera un grito de mi garganta. Retiró sus dedos justo cuando sentía llegar el clímax y moví las caderas contra él, desesperada. No me importaba que me oyera suplicar.
— Por favor... por favor...

Algo duro y cálido se frotó contra mi sexo.
— ¿De verdad lo quieres?— preguntó él, inclinado sobre mí.

— Sí, lo quiero, lo quiero dentro de mí ya. — supliqué. — Por favor, dámelo.

Se deslizó en mi interior y con la primera embestida sentí que me iba. Era su pene. Zula dentro de mí. Firme y cálido. Me agarraba los pechos, gimiendo contra mi oreja en cada movimiento. Era una delicia. Veía su rostro apoyado en mi hombro, sus ojos cerrados y la boca temblorosa. Me cabalgaba despacio, entraba y salía a un ritmo perfecto, deslizándose por la humedad de mi sexo. Bajé una mano para sentirlo, cálido y palpitante. Era mío, mío. Lo envolví, disfrutando cada centímetro en mis dedos.

— Oh, serpiente. — dijo Zula con un gruñido.

La embestida me hizo gemir y retorcerme de gozo. El mundo entero se detuvo en ese momento. No era más que olas de fuego acariciándome la piel y Zula moviéndose en mi interior, prolongado la dulce tortura. Acabó dentro de mí, junto a mis últimos espasmos. Caí de rodillas, sin fuerza. Vi en el espejo su miembro oscuro, brillando por la humedad de nuestros fluidos. Él se dio vuelta un instante y cuando regresó junto a mí, para ayudarme a levantar, ya era el mismo de siempre. Aún había rastros de humedad en su vello rizado.

— ¿Fue una ilusión, o uno de tus brebajes?— inquirí.

— Mmm... ¿quién sabe?— replicó él, juguetón.

— Vas a matarme. — jadeé.

Zula me llevó en brazos hasta un sillón tapizado de rojo, con almohadones. Se arrodilló junto a mí y besó mis muslos temblorosos.

— Nadie se ha muerto de placer, Halima. — respondió Zula.

Yo cerré los ojos. Era incapaz de moverme o pensar claramente. Dejé vagar mis dedos por su pelo, envuelta en la más completa dicha.

— Bueno, — le dije. — yo seré la primera.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora