19. Khalil

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Zula caminaba en círculos por mi habitación, frotándose la barbilla y mascullando para sí. En tres días nos iríamos de gira y había un montón de baúles abiertos con mi ropa aún sin doblar. Yo estaba en la cama, demasiado agitada para pensar claramente. No me quitaba a ese maldito Khalil Bozdağ de la cabeza. En mi almohada yacía la invitación a almorzar que había enviado esa mañana.

— ¿Irás?— preguntó Zula, deteniéndose al fin.

— Si me niego podría usarlo en mi contra. — respondí.

— Quizá planee chantajearte. No puedes confiar.

— Ya lo sé. Iremos a un lugar público, así que no intentará hacerme daño.

Zula vino a sentarse en la cama junto a mí.

— De todas formas, voy a ponerte un hechizo. — dijo el mago.

Me levanté el camisón, dejando al descubierto mis senos y abdomen. Zula trazó unas líneas con su dedo en mi piel y sentí el calor de su magia penetrándome. Era una sensación maravillosa.

— Con esto no podrá envenenarte ni herirte con armas de ningún tipo. — explicó. — Además voy a estar cerca, por si acaso.

— Gracias. — arqueé la espalda. Su calor me llenaba. — Mmm... te necesito dentro, señor mago.

Cerré los ojos, abandonándome al placer. Lo escuché reír mientras se abría paso dentro de mí con su miembro cálido y firme. Agarraba mis senos y me besaba el rostro. La caricia de su magia en los puntos más sensibles era una divina tortura. Llegué al clímax una y otra vez, hasta que ya no me respondían las piernas.

Después de bañarme y vestirme con ropa digna de mi estatus, me fui en el carruaje a la ciudad. Nos encontraríamos en un restaurante junto al puerto. Zula, quien iba conduciendo, me advirtió nuevamente que fuera muy precavida y no dudara en gritar si necesitaba ayuda.

— Tranquilo, no pasará nada. — le dije.

Pero vi que tenía los hombros tensos y la mirada turbia. Por algún motivo su disgusto me causó alegría. Yo le importaba. Me dejó en el restaurante y se marchó, no sin antes repetir sus advertencias.

Apenas entré al local, una empleada me llevó a un cubículo privado. Era mediados de septiembre y el calor aún castigaba la ciudad, pero allí hacía fresco. Había una mesa decorada con suma elegancia: flores, servilletas de tela, cubiertos plateados y copas de oro. Khalil Bozdağ estaba en pie junto a un amplio ventanal que daba al puerto. Vestía una túnica oscura y su cabello rizado estaba un poco revuelto por el aire que venía del mar. Era apuesto, sin duda, y le sacaba provecho.

— Buenas tardes, señorita. — me dijo. — Gracias por venir.

Retiró una silla para que me sentara y yo acepté con una breve inclinación de la frente.

— Sólo tengo un par de horas. — dije con frialdad. — Soy una mujer ocupada, señor Bozdağ.

— Por supuesto. — dijo él mientras llenaba mi copa. — No le quitaré mucho tiempo, señorita.

Tomó asiento frente a mí y alzó su copa.

— Un brindis por usted y su próxima gira.

Brindamos sin quitarnos la vista el uno al otro. Él sonreía de aquella forma descarada e irritante, pero yo mantenía la expresión neutral, casi aburrida.
— ¿Cuáles son sus intenciones?— pregunté. — No me ha invitado sólo para brindar por mis éxitos.

— Ya lo dije aquella noche en su fiesta, quiero conocerla mejor. — respondió Khalil.

— ¿Qué pensarán tus padres? No quedamos en buenos términos.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora