Serpiente

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No salió durante el primer mes. Tahir gastaba la cuota de Al-Bashir en apuestas y saben los Dioses qué más, pero a ella no le importaba comer pan rancio. No le importaba quedarse en la choza y limpiar. Cuando el viejo se iba por las mañanas, Halima entrenaba. Hacía flexiones y estiramientos, recreaba los movimientos letales de Zula. No tenía su daga, la bella daga con empuñadura esmeralda, pero un hueso de chivo, encontrado en los desechos, le servía igual. "Todo puede ser un arma". Halima empuñaba el hueso y bailaba como Zula, como el asesino formado en la Hermandad del Escorpión. Había llorado suficiente. Ahora debía recuperar su agilidad y su fuerza.

Más adelante, cuando se hubo calmado la agitación, Halima salió por primera vez. Con su pelo muy corto aún y la tira de cuero negro en su garganta, recordatorio de su esclavitud forzada, caminó por las calles de Xeer. Atrás quedaba su época de oro, sus triunfos de bailarina y el sueño de mercader. Estaba en lo más bajo de la cadena social.

Tahir la "alquilaba" para trabajar, ya fuera cargando fruta en el mercado o limpiando retretes públicos. Eran trabajos que nadie aceptaba. Siempre había algún guardián contratado por el viejo que le impedía escapar de la responsabilidad y visitar a su amigo Abdou Al- Bashir. Él no hubiera permitido que ella hiciera trabajos tan sucios. Pero ya le había advertido una vez: "no podré ayudarte si haces algo ilegal". Y, sin embargo, estuvo con ella después que matara a Khalil y fuera a la cárcel. Había arreglado todo para que no terminara al servicio de alguien más cruel y sucio que Tahir. No podía exigirle más. Era su culpa haber caído en desgracia. A veces Tahir olvidaba comprar alimentos y podían estar una semana comiendo sobras. Pero Halima aguantó en silencio. Llegaría su momento.

Veía a Asha con frecuencia. Ahora la señora kobold trabajaba en un taller de elfos nómadas a tiempo completo. Le regaló vestidos hechos por ella misma y zapatos. Le hizo llegar, además, ciertas hierbas que Halima guardaba en su ropa. Hierbas que mantenían a Tahir somnoliento y lejos de ella. Hierbas que, en la dosis correcta, podrían matarlo. Con cada prenda nueva, Asha le hacía llegar ingredientes frescos y el guardián de turno jamás se enteraba.

Un año pasó volando. Ya no le temblaban las manos y, a pesar de las continuas pesadillas, el trabajo duro y el entrenamiento la mantenían a flote. Ocultaba su destreza y habilidad, mantenía la cabeza baja en todo momento. Cuando sentía derrumbarse el mundo alrededor, se acordaba de respirar y mantener la calma. Besaba el anillo de Garth. Se aferraba a los recuerdos de Zula. "Un día a la vez".

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Aquella noche, luego de haber pasado una jornada atroz limpiando retretes públicos, llegó a la casa y cargó agua de la fuente cercana para bañarse. Mientras se frotaba las piernas y brazos adoloridos, recordó al gigante que había conocido por la tarde. El guardián que la traía de vuelta a la choza era un imbécil. Pero entonces apareció el hombre más alto que había conocido. No le extrañaba que midiese unos dos metros. Pero no se movía con la torpeza de algunas personas altas. Caminaba seguro. Por su palidez y el inusual color de pelo, rojo brillante, Halima supo que venía del norte. Y lo confirmó tras intercambiar algunas frases en su lengua. El joven enfrentó al guardián que la maltrataba y la salvó de una tunda. Fue el primero que la trató con amabilidad en mucho tiempo. Horas después aún le recordaba y sonreía para sí. "Debió ser un gigante del continente Solveig, no lo dudo", pensó Halima.

Después del baño esperó a Tahir junto al fogón, asando unas verduras. No había expresión alguna en su mirada. La frialdad le salía ya naturalmente. Cuando el viejo hizo entrada, Halima no alzó la cabeza.

— ¡Mierda, mierda!— gritaba.

— ¿Qué sucede?— preguntó Halima, sin molestarse en fingir interés.

— Estoy jodido, bien jodido.

Tahir iba de un lado a otro, hurgando entre sus cosas.

— ¿Qué hiciste?— preguntó Halima. — O mejor dicho, ¿cuánto debes?

— ¡Cállate, niña!— rugió Tahir.

— Abdou te va a matar. — dijo ella, sonriendo.

— No, porque me voy de Xeer.

Halima removió las viandas con una cuchara.

— ¿Te irás?

— Mañana por la noche. — dijo Tahir.

— ¿Y yo?

— ¿A mí qué me importa?

Sin amo Halima tendría que presentarse voluntariamente en la cárcel y esperar a otra subasta. Aunque, por su antigua experiencia, era muy probable que nadie la quisiera. La otra opción, quedarse libre, significaba convertirse en fugitiva. De cualquier forma estaba en problemas.

— Llévame contigo. — le dijo.

— ¿Qué?— Tahir se rió. — Pensé que me odiabas.

— No te odio. Me das asco, es distinto.

El viejo arrugó el ceño pero Halima no hizo caso.

— Pero si me quedo estaré en problemas. Llévame.

— Seremos fugitivos. — dijo Tahir.

— Veré qué hacer en Uelm. Tú llévame hasta allí.

Tahir se frotó la barbilla.

— Mmm. No sé.

— Llévame. — insistió Halima.— Te ayudaré.

Tahir lo pensó un instante.

— Muy bien, muy bien. — dijo al rato. — Pero no intentes robarme.

— Sí, sí, no te preocupes. — contestó Halima. — No hay mucho que robarte de todas formas.

Tahir hizo una mueca de disgusto, pero siguió guardando sus "tesoros" (artefactos viejos e inútiles) mientras refunfuñaba. Halima sirvió la comida para ambos, no sin antes poner unas hierbas tranquilizantes en el cuenco de Tahir. Él no vio su ágil movimiento de manos. Era un truco fácil, cortesía del mago Zula. Apenas comió, Tahir se fue a dormir. Ella se quedó un rato junto al fuego, viendo retorcerse las llamas.

Y sintió algo, una respiración contra su cuello, dulce, cariñosa.

— Al fin te encontré, mi reina.

Sus dedos temblaron, pero siguió escuchando.

— Mata al viejo.

— ¿Qué eres?— murmuró.

— Lo que ustedes llaman "Caos". He viajado mucho para encontrar una reina a mi altura.

— Yo no soy tu reina.

Un murmullo recorrió su espalda.

— Lo serás.

Halima recordó la voz de Faran:

"Un alma abatida, rota, puede manejar el Caos, dominarlo a gusto... Serías una gran Reina del Caos. Tienes la determinación y la crueldad necesarias".

Halima, reina del Caos.

¿Por qué no? Todos la habían abandonado. Sólo Asha y Abdou fueron amables con ella. Sólo Asha, Abdou y el gigante pelirrojo. A ellos les dejaría vivir.

Halima, reina del Caos.

Ella estuvo a punto de morir bajo las garras de un espectro. Conocía bien la fuerza del Caos.

"Y puede ser mía".

"El mundo entero puede ser tuyo", respondió el Caos.

"Seré libre y fuerte de nuevo".

"Serás imparable".

Los labios de Halima se curvaron en una sonrisa. Disfrutó el beso de la oscuridad en su piel, recorriéndola entera. Jamás había sentido un placer igual. Sus ojos brillaron mirando el fuego.

— Acepto.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora