6. Fría

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Zula me dio una habitación en el piso de arriba. Tenía cama, una mesita y un armario con algunas túnicas viejas. Lo único bueno era la vista del bosque desde mi ventana. Era distinto ahora que mi vida no corría peligro. Me gustaban el silencio y los árboles majestuosos. Algún día tendría un jardín con muchas flores y árboles y aves exóticas y una fuente. Sería mi lugar privado, mi reino.

Me juré que no dormiría esa noche, pero caí rendida a penas mi cabeza tocó la almohada. Ni siquiera "el cosquilleo" en mi zona íntima pudo evitar que durmiera. El sol me despertó al amanecer. Bajé a desayunar vestida con una de esas túnicas horrendas y el cabello peinado en una larga trenza.

— Quemé tu vestido. — me informó Zula a penas llegué a la sala. Estaba sirviendo leche para Garth. — Aquí no jugamos con veneno.

— Buenos días para ti también. — le respondí. Eran mis primeras palabras de esa mañana y comprobé, aliviada, que mi voz estaba de vuelta.

Me senté de nuevo junto a Garth. El niño me saludó y empujó en mi dirección un plato lleno con gachas de avena.

— Gracias, pequeño. — le dije con sincera gratitud.

La sonrisa franca de Garth me traía pensamientos incómodos. ¿Hubiera sido tan bueno y generoso mi bebé de no haberse muerto en el río? Seguramente no. Su padre era un cretino y él habría sido igual.

— Tienes mucho que aprender, Halima — dijo Zula. —, así que empezaremos desde temprano.

Aquel día no usaba telas complicadas, sólo una especie de falda negra y abierta a los lados. Su pecho y brazos quedaban a la vista.  Yo buscaba alguna señal de que hubiera sido "distinto" años atrás. Pero, al menos a simple vista, era un hombre como cualquier otro.

— ¿Me enseñarás el arte del amor?— pregunté fingiendo un suspiro.

— Y como ser humana, en general. — respondió Zula.

— Soy humana.

— No. Tú eres una serpiente venenosa.

Zula rió.

— Pero es justo lo que necesito ahora. Una serpiente que baile al son de mi flauta. En eso te convertirás.

Me incliné hacia adelante, asegurándome de pronunciar mis senos contra la tela.
— Puedo ser cualquier cosa que necesites, gran Zula.

Él arqueó una ceja.
— No te humilles, querida. He visto gusanos más apetecibles.

Y, sin hacerme caso, le dijo a Garth:
— Libt, acaba el desayuno y ve a tu cuarto. Repasa los hechizos de ayer.

— Sí, padre. — contestó el niño.

Hundí mi cuchara en el plato, descargando mi ira sobre las gachas. Me pregunté si había formas de asesinar a un brujo. Cuando Garth se fue y nos quedamos solos, desapareció la mesa con todos los platos y cubiertos. La habitación estaba igual que la noche anterior. Incluso había un caldero en la chimenea, pero esta vez no lo miré.

— No hagas esas cosas frente al niño. — me dijo Zula. — Es de mal gusto... y patético, además.

— ¿Patético?— bufé.— No es mi culpa si no te gustan las mujeres.

Zula echó a reír.

— Oh, te equivocas. Me gustan las mujeres, y los hombres, y los elfos. Pero no me gustas tú.

El brujo acercó la silla hasta quedar frente a mí. De nuevo me vi en sus ojos negros.

— Halima, podría acostarme contigo mil veces y no sentir nada. ¿Eso quieres?

Me mordí el labio para no decir lo que realmente quería: matarlo a golpes.

— Nuestra relación es estrictamente de negocios. —añadió Zula. — No lo olvides.

Pero él sabía. Sabía de los hombres en el bosque. Yo le daba asco por más de una razón.

— Basta. — susurró. — Lo que te pasó fue horrible. Yo no...

— ¿Me estás leyendo la mente?— repliqué. — Es una fea costumbre.

— No "leo" mentes. Veo los recuerdos y emociones fuertes. Veo tu primer nombre. Veo a tu tía Hanane...

— Cállate.

— Veo la canasta en el río. Veo a Deniza llorando sangre...

— ¡Cállate!

Zula dejó escapar un suspiro, hundiéndose en la silla.
— Si quieres que esto funcione, empieza a comportarte como adulta. No me hagas perder el tiempo.

Yo temblaba de rabia.

— ¿Cómo lo apago?

— No puedes. — respondió él. — Sanar lleva tiempo. Acepta el dolor. Enfréntalo. Llora si tienes que hacerlo. Y se irá.

Miré al caldero. Esperaba que el niño muerto saliera de nuevo para señalarme con su dedo acusador. Pero no ocurrió nada. Estaba sola y fría.

— Voy a enterrarlo. — dije a Zula. — No me escucharás llorar de nuevo. Te lo prometo.

Y, mientras lo decía, fui tragándome cada instante doloroso. La muerte de tía Hanane, el bosque, Deniza, mi bebé. Los enterré en lo más profundo. Zula no volvería a escuchar mis gritos.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora