36. Muerta

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No hubo juicio. El trato extraoficial me permitió librar de la cárcel a cambio de un pago justo. Se llevaron todo, muebles, alfombras, espejos, vajilla, candelabros, mi ropa. Todo fue subastado para compensar a las víctimas de Faran. Por último, venderían la casa. Yo veía todo como si fuera un sueño, drogada por el té relajante. Yo era un fantasma. Yo había muerto en el teatro. Aquello era una horrible pesadilla.

En una semana ya la casa estaba desierta. Quedaban solo mis venenos y cuchillos en una caja. De mi ropa, sólo unos vestidos. Asha y su familia insistieron en darme cobijo en su hogar, pero yo estaba como sonámbula. Me quedé en el espacio donde alguna vez estuvo mi enorme cama, abrazando el baúl con mis pertenencias.

— Mañana venderán la casa. — me dijo Asha. — No puede estar aquí, señorita.

Yo lucía el vestido hecho por ella, la única prenda bonita en mi escaso guardarropa.

— Venga a nuestra casa. — insistió Asha.

Pero yo seguía mirando a la nada.

— Adiós, sean felices. — murmuré.

Los kobolds se miraron unos a otros. Asha me tocó el hombro y susurró:

— Lamento mucho lo de Garth. Si algún día me necesita, vaya al taller de elfos nómadas en el Barrio Negro. Siempre tendrá un hogar con nosotros.

Estreché su mano y la vi marcharse junto a su esposo e hijas. Me quedé allí, sin pensar en nada.

No sé en qué momento llegó Abdou Al- Bashir. Aunque alguien se hubiera molestado en cerrar las puertas, el elfo seguro habría entrado de cualquier forma. Yo estaba aún abrazada a mi baúl.

— Halima, ven conmigo. — fue una orden.

— Estoy bien. — dije.

— No fue una sugerencia. Vienes conmigo.

Alcé la mirada.
— ¿Por qué? Tú me odias.

— Claro que no. — repuso Abdou. — He comprado la mayor parte de tus cosas. En mi burdel hay un cuarto para ti. Úsalo mientras lo necesites.

— No seré una puta.

— No te lo he pedido. Sólo quiero ayudarte.

— Fui engañada por los dos hombres que decían amarme. Disculpa mi escepticismo.

Abdou suspiró.

— Halima, yo también extraño a Zula. Era mi amigo. Ojalá pudiera traerlo de vuelta.

Me mordí el labio inferior.

— No hiciste nada por él.

Abdou parpadeó, como si lo hubiera abofeteado.

— ¿Qué podía hacer yo contra Faran?

— ¡No sé, algo, lo que sea!— estallé.

— Era su lucha, Halima. No podíamos evitarlo.

— ¿Y Garth? ¿Él tenía que morir?

— Lo siento mucho.

Apreté los dientes.

— ¿Alguien ha vuelto del Abismo?

— No que yo sepa. — dijo el elfo. — Pero es Zula. Él puede.

— No. — respondí fríamente. — Ya no quiero esperanza. No quiero volver a sentirme así nunca más.

Abdou extendió su mano.

— Ven, Halima. Eres joven. Tendrás una oportunidad.

Yo miré hacia adelante.

— Pero déjame advertirte. — dijo el elfo. — Si haces algo ilegal, no podré ayudarte.

— No haré nada. — respondí. — Vete ya, Abdou.

El elfo aguardó un instante, pero al final bajó su mano.

— Sabes donde encontrarme. Recuerda no hacer locuras, niña.

No le respondí.

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Al amanecer llegarían los guardias para echarme. Anduve por la casa desierta, bajo la luz de Luna que entraba por las ventanas abiertas. Fui a los cuartos de Garth y de Zula, ahora completamente vacíos. Olfateé en busca de un olor, de un recuerdo, pero Asha había limpiado muy bien por última vez antes de irse. Todos los libros, ropa y muebles fueron vendidos. Eran habitaciones impersonales, frías. No tenía nada para recordarles excepto el anillo de Garth.

Garth había muerto. Zula estaba en el Abismo. ¿Qué era el Abismo? ¿Una tierra llena de monstruos? ¿Un hueco sin fondo habitado por bestias? No importaba. Ya no volvería a verlo. Ya no escucharía su risa nunca más. Estaba sola y arruinada, igual que al principio.

Y sin embargo, no podía llorar.

Tal vez ya no me quedaban lágrimas.

Dejé atrás la mansión en penumbras y fui caminando hasta la playa más cercana. Sólo me llevé los cuchillos y venenos en una caja. Me desnudé y entré al agua negra, dejándome arrastrar por las olas. Nadie sabría de mí si moría en aquel instante. Así de insignificante era mi vida. Contemplé el cielo estrellado, inmenso. "Nadie me extrañará si muero, nadie recordará mi nombre".

¿Importaba acaso?

Esperé al amanecer en la orilla. Esperaba que algún bandido llegara para cortarme la garganta y ponerle fin a mi existencia. Pero no ocurrió. Así que me vestí y caminé rumbo a la ciudad llevando mi caja.

Debía tener un aspecto miserable. La gente me señalaba al pasar. Yo no sólo era cómplice de una masacre. También había perdido todo, incluso mi reputación. Además, parecía una bruja con mi pelo desgreñado y el vestido arrugado. Ignoré las miradas indiscretas y comentarios maliciosos. Fui caminando sin prisa hasta la joyería en construcción.

Ya habían terminado de pintar y estaban colocando estantes. El señor Ikram estaba allí, con sus obreros y ayudantes. Y Khalil también. Era un joven muy apuesto. El viento despeinaba sus rizos negros. Había un brillo exquisito en su mirada.

No me vieron tomar la daga y abalanzarme sobre Khalil. Solo un ayudante de Ikram, él que yo había salvado de la prisión. Él me vio, pero no dijo nada. No dijo nada cuando clavé mi daga hasta el puño en la espalda de Khalil.

No hubo resistencia. Khalil no tuvo oportunidad de reaccionar a mis continuas puñaladas. Cayó de bruces, debilitado por el veneno que empapaba la hoja. Khalil giró su cabeza y me vio por encima del hombro. Nuestras miradas se encontraron por un segundo eterno. Bien. Se llevaría mi cara, mi risa triunfal. Quiso hablar pero entre sus labios escapó un chorro de sangre. Los ojos azules, enrojecidos, bebían de mi imagen.

Pude ver mi futuro juicio. Pude ver a Modar y Nabila Bozdağ en ropa de luto. Me darían a elegir entre cárcel y esclavitud. Bien. Yo estaba muerta de todas formas. Bien.

Ikram y los demás gritaban. Alguien llamó a los guardias. Pero Khalil Bozdağ ya estaba muerto. A horcajadas sobre su espalda, yo seguí hundiendo mi daga una y otra vez. El hermoso vestido hecho por mi querida Asha ahora estaba manchado de sangre.

Y yo reía, reía, reía.

Halima: la serpiente y el mago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora