V. Pasajes antiguos

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¡Les doy las gracias por la aceptación tan bonita a esta historia, deseo que sigan disfrutando de ella tanto como yo al escribirla!

Heriberto, al salir de la biblioteca se dirigió al hospital en el que estaba colaborando, a ver a Diego y contarle su avance.

–Entonces, ¿te aceptó la salida?

–Sí, estoy contento, pensé que no aceptaría, me costó bastante.

–Bueno, pero lo lograste –contento–, ¿a dónde la vas a llevar?

–¿Recuerdas a Jacinto, el restaurador de vía pública?

–Sí, ¿por qué?

–El otro día me llevó a ver unos pasajes secretos que hay bajo la ciudad y que no se encuentran habilitados al público, le prometí sorprenderla a donde la llevara.

–Estás loco, a una mujer no le interesan esas cosas.

–Por eso mismo, quiero sorprenderla, no sé... ver qué tan superficial podría ser, no quiero otra interesada –sentenció.

–Bueno, en eso tienes razón, ya verás qué tal sale tu cita y si vale la pena. Solo ten cuidado, te veo demasiado entusiasmado.

–Esa mujer tiene algo que no te sé explicar, hermano, definitivamente me tiene intrigado.

*Al día siguiente*

Cristina llegó a la biblioteca en su horario habitual y cerca del mediodía apareció Heriberto.

–Buenas tardes –saludó con su típica sonrisa encantadora.

–Hola, Heriberto.

–¿Estás lista?, ¿nos vamos? –Sin darle tiempo a que le pudiera dar excusas.

Ella suspiró. –Sí, vámonos.

Tomó su abrigo y salieron del lugar. Subieron al auto de Heriberto para encaminarse al sitio.

Decidió romper el hielo. –¿Cómo estás?

–Bien, gracias, ¿tú?

–Feliz de ver que no me cancelaste de último momento –reconoció.

Ella sonrió divertida. –Dijiste que podías sorprenderme y no es fácil que lo logren así que no podía perderme tu intento.

–¿No confías en que pueda sorprenderte? –Divertido.

–No mucho –reconoció con una sonrisa coqueta.

–Muy bien, Cristina, ya veremos.

Después de unos veinte minutos llegaron a su destino.

–¿Qué hacemos aquí? –Mirando alrededor las casonas antiguas del centro.

–Vamos, te mostraré.

Entraron a una de las casonas y Heriberto preguntó por Jacinto quien, unos cinco minutos, después apareció.

–Hola, doctor, ¿cómo me le va?

–Bien, Jacinto, gracias. Tú, ¿cómo estás?

–Ya mejor, gracias a usted y a su papá.

Cristina los miraba intrigada, pero en silencio.

–Eso me da gusto. Jacinto, te presento a Cristina –ella saludó–, ¿recuerdas la llamada de ayer?

–Sí, claro, vengan por aquí –mirando a Cristina y sonriéndole a Heriberto.

Jacinto los descendió por unas escaleras, les pidió colocarse unos cascos de construcción y unas botas.

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