XXXIX. Soy inmortal

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¿Inmortal?

Heriberto la miró herido. ¿De qué diablos establa hablando? Si su teoría o su explicación absurda era cierta... ¿qué clase de mujer era?

Su mente dio un vuelco a todo lo sucedido con ella desde que se conocieron y su cabeza se sentía incapaz de procesar lo que había escuchado y todo lo que había recordado. Solo la observaba en silencio tratando de entender todo.

Su cuerpo se sentía lleno de un calor inexplicable, la sangre le hervía. Deseaba salir corriendo y no escuchar más. Su mundo se estaba desmoronando. Ahora las cosas eran más complejas, las explicaciones eran menos fáciles, las dudas eran múltiples y, sobre todo, el perdón era algo más difícil de alcanzar.

Victoria notó que se quedó pasmado, sin poder replicar nada y por un momento dudó en seguir diciendo algo, pero tenía claro que no podía quedarse callada, no más. Ya había comenzado y debía continuar con su explicación. A pesar de todo, si ya había soltado aquello, no tenía caso guardarse nada.

Continuó. –El día que saliste con tus amigos a comprar las cosas para el aniversario –suspiró–, te salí a buscar al bosque porque no sabía si habías vuelto y fue cuando tu papá descubrió solito la verdad, yo no se lo expliqué, cuando vio esta cicatriz –mostrándole su mano–, entendió que Victoria y Elena eran la misma persona, porque él suturó esta herida en aquellos años cuando nos conocimos y me dijo que no podían existir dos personas que físicamente fueran completamente idénticas hasta en heridas y marcas y me enfrentó –con un nudo en la garganta–. Hablamos y al darme cuenta que estaba expuesta, que mi secreto se iba a saber, me dio miedo y salí corriendo de regreso a la cabaña... –recordando.

>>Flashback<<

Elena iba caminando por el sendero internándose en el bosque cuando una camioneta la alcanzó.

Era Franco.

Bajó del automóvil con determinación y caminó hacia ella con un semblante muy serio. Elena se asustó.

–Lo sé –sentenció ante la mirada expectante de Elena–. Sé quién eres, Victoria.

–¿Qué? –Nerviosa, intentando disimular.

Franco tomó su mano derecha por la fuerza y le mostró la herida.

–La cicatriz –puntualizó–. Es la misma cicatriz. Yo mismo la saturé –rememoró–. Por favor. Dime la verdad –suplicó.

La farsa se había terminado.

Victoria sintió un nudo en la garganta y sus ojos se cristalizaron. La voz se le quebró mientras agachaba la mirada. –Franco... –una lágrima empapó su mejilla.

Él comprendió que esa era una afirmación. –Pensé que estaba volviéndome loco –aseguró–. ¿Cómo? ¿Cómo es posible? –Sorprendido e intrigado.

Ella solo negaba con la cabeza. –No sé. Era normal... y de pronto un día dejé de serlo –sollozó–. Me hubiera gustado decírtelo, pero no pude –tragó en seco–. ¡Sabes lo que me habrían hecho! Habría sido...

–Un fenómeno –concluyó la oración.

Ella asintió.

–Un espécimen.

–Sí –con dolor.

–¿Por eso te fuiste? –En una forma más retórica que cuestionable–. Por eso desapareciste –ella asintió.

–No te imaginas cómo me dolió.

–Creo... creo que sí lo imagino –aseveró–. ¿Nunca se lo has dicho a nadie? –Cuestionó comprensivo.

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