XI. Quédate conmigo

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Se quedaron abrazos por cerca de media hora cuando el fresco comenzó a colarse por la ventana despertando a Victoria y haciendo que se quitara el brazo de Heriberto con cautela.

Se sentó en la cama, reaccionando en la hora que era y se levantó con cuidado a darse una ducha. Tenía que ir a ver a María.

Salió del baño envuelta en una bata y notó que Heriberto seguía dormido, así que le marcó a su hija. –¿Bueno?

–Mamá, ¿dónde estás? –Cuestionó preocupada.

–Perdóname, cariño, me quedé platicando con Heriberto.

Se hizo un silencio breve. –¿Platicando? No sabía que ahora se le decía de esa manera –se burló.

–¡María!

–No soy tonta ni tengo diez años, mamá. Además, por mucho que hayan platicado, nadie tarda más de cinco horas en un restaurante y ve la hora que es –evidenció.

–¿A qué hora sale tu vuelo? –Prefirió cambiar la conversación.

María no pudo evitar reír. –Saldrá a las once de la noche, no encontré otro horario, así que hasta suerte tienes.

–En un momento más estoy allá, ¿de acuerdo?

–Eso espero, no sea que te vayas a quedar platicando otro rato –se burló.

–Ya cállate, no quiero más de esas bromas –sentenció y colgó.

Suspiró divertida. ¡Quién diría que a estas alturas su hija le jugaría semejantes bromas! De momento unos brazos la rodearon por detrás.

–Heriberto...

–Nos quedamos dormidos –reconoció escondiendo su rostro en el cuello femenino.

–Necesito ir a ver a mi abuela –le recordó–, ya me llamó para preguntarme dónde estaba.

Él no pudo evitar reír. –¿Le dijiste dónde estabas? –Pícaro.

–¡Cómo se te ocurre, Ríos Bernal!, claro que no, le dije que me había ocupado, pero que en un rato más estaba por allá.

–¡Vaya que te ocupaste! –Descarado.

–Suficiente, doctor –indignada–, hágame el favor de vestirse.

–¿Te voy a acompañar o me regreso a mi hotel?, no quiero que te sientas presionada por lo que pasó –Curioso.

Ella se puso un poco nerviosa, pero no quería alejarlo, no sabía a dónde pararía todo eso, pero necesitaba de él en esos momentos y deseaba compartir su vida con él hasta donde el universo se lo permitiera.

–Si no quieres ir conmigo no tengo problema, pero me gustaría que me acompañaras –le sonrió.

–No puedo despreciar tu compañía –sonriendo–, además, no me quiero ir al hotel a estar solito –reconoció.

–Entonces, doctor, ya tiene un plan conmigo –tomándolo de la mano–, así que vístase que yo haré lo mismo, pero en sitios diferentes porque mi abuela tiene su vuelo a las once de la noche y ya no podemos darnos el lujo de retrasarnos –sonriéndole.

Heriberto le robó un beso y fue por su ropa para vestirse. Se sentía en una nube, estaba demasiado contento y ni qué decir de Elena, ella estaba igual que él. Todo parecía un cuento de hadas.

Ambos se terminaron de arreglar y salieron de la casa rumbo al hogar de María.

*Paralelamente*

*Hotel Wyndham Garden*

Diego y Fernanda estaban conversando en una de las salas de estar del hotel mientras esperaban a que diera la hora para ir a cenar con Heriberto.

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