XXVI. Años, amantes y copas de vino no se cuentan || Parte I

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*15 horas después*

El vuelo había transcurrido con normalidad, algunos iban leyendo, otros platicando, algunos más durmiendo, nada fuera de lo común y cotidiano entre los integrantes de cualquier vuelo tan largo. Durante la única escala, relajaron las piernas en el aeropuerto y compraron algunos alimentos para, posteriormente, regresar a su camino de destino.

*Aeropuerto de Múnich, Alemania*

Al llegar, Heriberto les indicó que tendrían que tomar el tranvía para llegar a la ciudad en la que se quedarían: Heidelberg, Alemania, lugar en el que residirían por los próximos meses.

El tranvía era acogedor y sin duda, lo más increíble era la vista del lugar. Las edificaciones eran sacadas de un cuento de hadas, parecía un pueblito medieval lleno de color y rodeado de una vegetación que le otorgaba un sentimiento de paz y tranquilidad poco común. Todos estaban maravillados con lo bonito del sitio. Sin duda, los siguientes meses estarían llenos de miles de recuerdos increíbles.

Después de la llegada a la ciudad, descendieron del tranvía y caminaron un par de calles rumbo a la casa en la que se hospedarían todos juntos durante su estancia

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Después de la llegada a la ciudad, descendieron del tranvía y caminaron un par de calles rumbo a la casa en la que se hospedarían todos juntos durante su estancia. El inmueble era imponente y acogedor.

 El inmueble era imponente y acogedor

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–Buenas tardes, Dr. Ríos –saludó una mujer que parecía era el ama de llaves.

–Micaela, buenas tardes –amable.

–Este lugar es precioso, Heriberto –señaló Elena mientras entraban.

–Sin duda acertaste al escoger la casa en la que viviríamos –reconoció Susana.

–¡Qué bueno que les ha gustado! –Les sonrió mientras abrazaba a Elena–. ¿Qué les parece si vamos a instalarnos en las recámaras y nos duchamos para salir a cenar?

–Sí, estoy de acuerdo –señaló Gabriel.

–Micaela, ¿podrías guiarnos a las habitaciones como quedaron distribuidas?, por favor.

–Por supuesto.

Cada uno subió a sus respectivas habitaciones.

Cuando, por fin, se quedaron solos, Heriberto abrazó a Elena besándola apasionadamente.

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