XLII. Fantasmas del pasado

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*Casa de Victoria*

Después de la cirugía de semanas atrás, el cuerpo de Heriberto había recuperado la sensibilidad y parte de la fuerza motora para dejarlo ponerse en pie. Aún se tenía que apoyar en una andadera especial, pero por momentos efímeros lograba mantenerse de pie solo.

Esa tarde, Heriberto se encontraba en el jardín con las niñas cuando ambas pequeñas externaron su sentir.

–Papi, ¿cuándo volverá mi mami? –Preguntó Valentina muy triste.

–Ya pasaron muchos días –agregó Paulina con sus ojitos aguados.

–Pronto, les prometo que pronto –las abrazó–, está trabajando y no puede venir.

–¿Ni llamar? –Cuestionó Paulina dolida.

–No, ni llamar, porque la pueden regañar –mintió.

Las niñas se sentaron en el pasto y no dijeron más. Solo se quedaron mirando al vacío con algunas lágrimas. Heriberto se sentía impotente. Deseaba hacer algo para recuperar a su mujer y calmar la tristeza de sus hijas, pero nadie tenía noticias de nada.

–Buenas tardes –saludó Christopher llegando al jardín.

Las niñas emitieron un débil "hola" y salieron de ahí rumbo a la casa con Eros corriendo detrás de ellas.

–¿Mal día? –Preguntó.

–Algo así –comentó Heriberto–. ¿Cómo estás?, ¿qué puedo hacer por ti?

–Vine a decirte que los últimos estudios salieron bien, Ríos, es cuestión de tiempo para que recuperes tu movilidad por completo –felicitó.

–Gracias.

–¿No te da gusto? –Sorprendido.

–Me daría más gusto que me trajeras noticias de Victoria –escupió con coraje–, pero no, tu padre y tú la metieron en este problema y no veo que estén haciendo nada –reclamó.

–¿Nosotros? –Desconcertado.

–Sí, Christopher, ¿ya se te olvidó? –Reprochó con coraje–. Desde que ella y yo vivimos aquí, tú nos mentiste y dejaste que tu padre la asustara y le hiciera daño en aquella premiación –le recordó con rencor.

–Heriberto...

–¡Qué! –Furioso–. No me vengas con cuentos, lo que hiciste tuvo muchas consecuencias negativas, eres en parte culpable de todo lo que se vino después y lo que está pasando ahora –lleno de impotencia–. Si tu padre no se hubiera aparecido esa noche... si no le hubiera dicho mentiras y le hubiera llenado la cabeza de ideas, ella no me habría dejado –reclamó.

En ese momento Christopher comprendió que sí, tenía parte de la culpa, pero también supo que ese par ya no estaba mal.

–Te arreglaste con ella, ¿verdad? –Asertivo.

–Eso a ti, ¿qué te importa? –Celoso.

–Mucho –confesó–. Esa mujer que tanto has despreciado desde que despertaste, es alguien muy especial en mi vida, gracias a ella he obtenido muchas cosas y muchas experiencias. Si yo sigo aquí contigo y luchando por tu bienestar, no es por ti, no te equivoques, es por ella, porque me ha tocado ver todo lo que ella ha decidido hacer por ti –le echó en cara– y que tú no has valorado.

–Tú no sabes nada...

Lo interrumpió. –Lo único que sí sé, es que, en este momento, el que puedas verla o acercarte cuando la hallemos, depende de mi padre o de mí y ninguno de los dos te quiere cerca a menos que me digas qué es lo que quieres de ella, porque a mí también me parece muy extraño que el mismo día que Victoria decide mostrarte documentos confidenciales, muy importantes, desaparece sin rastro alguno y han pasado nueve malditas semanas sin que tengamos ni una sola noticia.

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