XV. Presencia desagradable

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*Hotel Wyndham Gardner*

Heriberto llegó apresurado, definitivamente, Elena tenía razón y se había pasado de impuntual. Llegó corriendo a la recepción topándose con Marisol que estaba escuchando a su jefe iracundo.

–¡No es posible que Ríos se haya ido de esta forma y no se presentara el día de hoy al Congreso! –Furioso.

Nerviosa. –No lo sé, doctor, solo me dijo que vendría al Congreso, pero nadie lo ha visto...

Interrumpió. –Buenas tardes –saludó algo nervioso.

–¡Mira nada más la hora que es, Ríos Bernal! –Espetó Gabriel muy enojado.

–Discúlpame, amigo, tuve un pequeño... inconveniente, pero ya estoy aquí –le sonrió calmado.

–¿Tú crees que eso basta?, ¡se suponía que irías a dar un discurso a la inauguración esta mañana! ¡Y NO LLEGASTE! –Iracundo.

Heriberto reaccionó en que era cierto, él era el encargado de dar el discurso de inauguración y no había llegado por estar con Elena.

–Te creí capaz de todo, pero no de dejarme plantado así –se pasaba los dedos entre el cabello–, cuando le pedí a Diego que vinieran, le dije que necesitaba que tú confirmaras para ver el tema del discurso del Congreso y él me juró que vendrías, ¡QUÉ MALDITA SEA LES PASA!

–Hombre, cálmate, entiendo que estés furioso, pero te juro que no fue mi intención... mi semana previa fue muy complicada –suspiró– sé que me equivoqué y te ofrezco una disculpa, te prometo reparar el daño de alguna forma –apenado.

Gabriel estaba muy molesto, pero pudo notar que efectivamente Heriberto era consciente de su error. Estaba a punto de replicar algo cuando la presencia desagradable de Leonela llegó a la escena a interrumpirlos.

–¡Heriberto! –Se escuchó saludar a la mujer–, ¡qué dicha verte por aquí!

El hombre no pudo ocultar su descontento. –No puedo decir lo mismo de verte a ti –espetó con desagrado–. ¿Qué diablos haces aquí, Leonela?

–Vaya, ¡cuánta sinceridad! –Señaló Leonela desconcertada, eso era nuevo–. Acompañé a mi papá a unos negocios en la ciudad, ¿por qué?, ¿acaso no puedo respirar el mismo aire que tú?

–No te equivoques –advirtió Heriberto–, podremos estar en la misma ciudad, pero no vamos a compartir el mismo aire, mucho menos el mismo espacio, Leonela, así que, si ese es tu plan, ve cambiando de idea –advirtió.

Leonela lo miró entre sorprendida y desconcertada, en todos esos meses Heriberto nunca había sido tan cruel ni tan directo, siempre que se encontraban él la miraba con dolor, pero definitivamente algo había cambiado. Incluso, podía llegar a decir que se veía tranquilo y ¿feliz?

–No veo por qué eres tan grosero –fingió demencia–, hace seis meses nos íbamos a casar y ahora vienes con una actitud muy nefastita –se atrevió a decir–, ¿acaso todo el amor que me tuviste ya se te olvidó?

Gabriel se dio cuenta que el ambiente se había puesto muy tenso, pero estaba intrigado. Esa mujer estaba provocando a su amigo con toda intención y no quería dejarlos solos. Él sabía perfectamente cómo le afectaba todavía a Heriberto hablar de ese tema.

Heriberto sintió que la sangre se le calentó. –Fíjate que no, Leonela, no se me ha olvidado que justamente hace seis meses te encontré en la cama de mi departamento revolcándote con el doctor Guillermo Quintana, quien se decía mi amigo y, menos, he olvidado que fui yo quien canceló nuestra boda. Es más, puedo decirte –sonriéndole– que, a seis meses de ello, te agradezco inmensamente lo que hiciste porque de otro modo no estaría donde estoy ahora –con una seguridad en sí mismo que puso nerviosa a Leonela.

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