XLVI. La familia de mis sueños

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*Heidelberg, Alemania*

*Casa de Victoria*

Victoria estaba fascinada aventándose harina con todos y haciendo galletas que no sintió el paso del tiempo hasta que Heriberto apareció en la escena completamente guapo y arreglado para salir rumbo a su trabajo.

Victoria estaba fascinada aventándose harina con todos y haciendo galletas que no sintió el paso del tiempo hasta que Heriberto apareció en la escena completamente guapo y arreglado para salir rumbo a su trabajo

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El hombre solo sonrió al mirar la escena entre sus hijas y su mujer llenas de harina disfrutando del momento y no pudo negar que, incluso, la presencia de su padre y sus amigos en esa escena, lo hacían feliz. Las cosas habían cambiado muchísimo en su vida y ahora, se atrevía a asegurar que era muy feliz. Ese era el ideal de su vida, era la familia de sus sueños y deseaba que fuera eterno.

Sonrió. –Buenos días, veo que estamos muy divertidos todos –burlón.

–Mi amor –se giró a mirarlo Victoria y se acercó con ternura–. Te ves guapísimo el día de hoy.

Él la besó. –Señorita Sandoval, ¿recuerda que hoy tenemos cita con la doctora en –miró su reloj– exactamente una hora? –Divertido al verla llena de harina.

–¡Se me fue el tiempo! –Apenada–. Dame veinte minutos para estar bañada y arreglada –sonriendo.

–¿Estás segura de que te alcanza ese tiempo? –Burlón e incrédulo.

Ella no pudo evitar largar una carcajada. –De verdad que me alcanza.

Prometió mientras encaminaba sus pasos al segundo piso para poder arreglarse dejando a Heriberto en la cocina con el resto.

–Hijo, me da gusto verte recuperado por completo –reconoció Franco admirando la fortaleza de Heriberto.

–Gracias –muy seco y con otro semblante menos alegre.

–Ríos, ¿hasta cuándo vamos a seguir así? –Cuestionó–. Pensé que había quedado claro que no hay razón para estar molestos.

–¿No la hay? –Incómodo–. Papá, podrá ser cierto que no hubo un engaño físico entre ustedes durante el tiempo que estuvimos saliendo ella y yo, pero eso no quita que nos mentiste y que disfrazaste todo. ¡Por Dios!, nos dejaste creer mentiras y te fuiste con ella.

–Sí, eso es cierto –suspiró–, pero ¿qué hace que a ella la perdones y a mí no? Al final, no fui yo quien te mintió, yo solo intenté protegerla y ayudarla. Fue ella quien decidió callarse todo y no confiar en ti, que no se te olvide eso.

Heriberto se molestó. –Sí, eso es cierto y lo tengo muy presente, pero no fue ella quien hizo llorar incontables noches a mi madre, ¡fuiste tú con tu mentira! Si no era cierto el engaño, ¿por qué no le dijiste a mi mamá que todo se trataba de una confusión?, la lastimaste profundamente.

–Hijo, si intentaba explicarle las cosas a tu madre, podía afectar a tu mujer y lo sabes, me sentí entre la espada y la pared, además, la vi tan asustada cuando la alcancé en aquel momento que la corrieron de la cabaña que no supe qué hacer. Después de unos meses, todos nuestros planes se vinieron al piso.

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