XII. ¿Por qué no dejas el hotel?

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Pidieron un taxi y salieron con María rumbo al aeropuerto, donde los esperaba una persona de la casa de reposo que escoltaría a María hasta allá.

–¿Cómo?, ¿no me dijiste que irías por Max a Puebla, primero? –Desconcertada.

–Max ya está en la casa de reposo, mi amor, tus primos se encargaron de eso –dándole a entender que sus nietos le habían ayudado–, así que no habrá problema, me voy directo a Baja California.

Victoria entendió la indirecta. –Bueno, pues espero que tengas un bonito viaje... abuela –la abrazó–, me vas a hacer mucha falta.

María observó a Heriberto y sonrió. –Dudo mucho que te vaya a hacer falta, creo que te quedas en muy buenas manos –pícara.

–¡Ay, por Dios! –Indignada.

Ellos rieron ante su respuesta. –María, le prometo que su nieta queda en buenas manos –sonriéndole enamorado– y también que iremos a visitarla pronto.

–¡Qué maravilla, niños! En ese caso me voy más tranquila –les sonrió–, cuídense y pórtense mal –les guiñó el ojo.

Victoria no pudo evitar ruborizarse y Heriberto reír ante el comentario, definitivamente esa mujer era única y muy divertida. La vieron entrar al aeropuerto y decirles adiós a la distancia.

–Tu abuela es un encanto –reconoció Heriberto.

–Y le has caído muy bien –reconoció.

–Eso es bueno –la abrazó–, porque nos veremos muy seguido –prometió.

–Estoy contando con eso, –sonriendo–, ¿quiere que lo acompañe a su hotel, doctor? –Suavizando su voz.

La miró fijamente y se acercó a ella. –¿Me está haciendo una propuesta indecorosa, Srita. Carvajal?

Ella agachó la mirada completamente ruborizada. –Compórtese doctor, estamos en un sitio público.

–Sí, claro –su voz era grave mientras se acercaba cual animal acechando a su presa–, pero podemos irnos a un sitio no tan público, tal vez.

–Heriberto contrólate –sonrojada–, por Dios, no tiene mucho rato que estuvimos juntos.

–No lo sé, pero simplemente no me puedo cansar de ti –agarrándola por la cintura y apoderándose de sus labios–, eres demasiado bonita para mis ojos y tu piel es extremadamente suave al tacto –acariciando sus brazos– me vuelves loco.

Ella le acarició el rostro, embelesada. –¿Qué habré hecho en esta vida para merecer un hombre como tú?

–El que debe preguntarse qué de bueno hizo en la vida para merecer una mujer tan bella como tú, soy yo –dándole un beso–, definitivamente tu llegada a mi vida ha sido un regalo.

Empezaron a caminar rumbo al exterior del aeropuerto para buscar un taxi de regreso.

–¿Ah sí? –Divertida–. ¿Tan terrible era tu vida que yo soy lo mejor que te pudo suceder?

Él soltó una risa nerviosa. –Pues, no me ha ido muy bien en la vida ni en el amor –reconoció–, pero todo ha mejorado mucho en los últimos días, gracias a ti.

–Se me hace increíble que no hayas tenido una vida maravillosa siendo un hombre tan guapo y lleno de virtudes –se sinceró.

Él largó la carcajada. –Gracias por los halagos, pero estoy lejos de ser ese hombre que piensas –suspiró–, tan es así que... ya me pusieron los cachos y tuve que cancelar mi boda.

–¿QUÉ? –Muy sorprendida–, ¿te ibas a casar?

–Sí –nostálgico–, hace cerca de seis meses.

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