XLIII. Nuestra historia merece una segunda parte

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-¿Qué? -Desconcertado.

-¡Christopher! No seas entrometido -exigió Amaia con enfado-, no es tu problema.

-¿Sabes? Yo creo que sí es problema de todos -se acercó Camila-, porque si le has mentido respecto a tu nombre a Heriberto, puedes ser capaz de todo.

Amaia se acercó a Heriberto en total calma. -Es verdad, me llamo Amaia, no Zulema -suspiró-. Zulema fue mi nueva identidad para poder obtener un trabajo después de la traición del hombre que amaba hace años -explicó sin dar más detalles-, pero podemos hablarlo después...

-¿Qué haces aquí? -Intrigado-. Me dijiste que estabas de viaje y hoy apareces aquí sentada junto a Christopher en el mismo hospital en donde está la mamá de mis hijas.

-Heriberto...

-No quiero especular, ¿Amaia? -Ella asintió-, así que, dime, ¿qué haces aquí?

Se hizo un silencio incómodo, Amaia no supo ni qué decir porque no sabía cómo explicarle a Heriberto todo lo sucedido, además, estaba molesta al ver que estaba ahí, preocupado por esa mujer, la misma que ya le había quitado el amor antes.

-Estaba con Victoria cuando ella me llamó -sentenció Christopher.

-¿Qué hacías tú con ella? -Molesto.

-No tengo por qué responderte, por el contrario, podría llegar a preguntarte ¿qué haces aquí si se supone que no tienes nada con ella? -Celosa.

*Paralelamente, habitación*

Victoria había sido estabilizada. Tenía una herida en el costado derecho del abdomen debido a un vidrio que salió disparado de la mesa que quebró con el cuerpo de Leonela, sin embargo, pese a todo, solo tenía un ligero desprendimiento de placenta que, con el cuidado necesario, en un par de días, semanas a lo sumo, estaría totalmente recuperada y fuera de peligro.

-Hola, Victoria -le sonrió Ernst al ingresar a la habitación hasta acercarse a ella-. ¿Cómo te sientes? -Acariciándole la mejilla.

-Ernst... -la voz se le quebró- no sabes el gusto que me da estar de vuelta -reconoció-. Estoy aturdida, asustada... pero dentro de todo estoy bien -reconoció con más calma.

-¿Qué ha pasado, Victoria? -Preguntó con cautela-. ¿Qué fue lo que sucedió?

-No quiero hablar de eso...

La interrumpió. -Si no me lo dices a mí, vas a tener que decírselo a un oficial del gobierno alemán -le advirtió-, ¿acaso estás protegiendo a Heriberto?

Ella lo miró desconcertada. -¿De qué estás hablando? Heriberto no tiene nada que ver con esto, Ernst -advirtió con seriedad- ni siquiera te atrevas a insinuarlo.

El hombre la miró sorprendido. -Ah, ¿sí?, ¿cómo es eso? -Intrigado-. ¿Por qué estás tan segura de que él no te vendería?, ¿no te parece muy extraño que el día que le muestras el expediente, desapareces?

-No, no me parece extraño, una cosa no tiene nada que ver con la otra, tengo la certeza de que Heriberto no estuvo involucrado en lo más mínimo en esto -sentenció con enfado.

-Victoria, no puedes ser tan ciega, ¡ese idiota te dejó salir sola de su casa después de la conversación porque te tendió una trampa! -Explotando.

-Tú no sabes nada... -nerviosa.

-Entonces, explícame, ¿por qué te dejó ir sola? -Insistente.

Victoria se sintió conflictuada, pero si no sacaba a Ernst de su error, seguramente Heriberto iría preso por sospechas infundadas.

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