Capítulo 1: El origen.

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El Dios Sadida, se podía decir que ahora era algo melancólico y solitario, evitaba cualquier contacto con sus muñecas. Pues se encontraba herido y desolado, el Dios Yopuka profano a Lacrima y de ella nació un monstruo. Pero lo peor es que Dathura ya no estaba, al igual que Lacrima.

Ya no sabía nada de ellas y eso lo llevo a una gran melancolía, él esperaba poder tener hijos, no es que él quisiera tener 22 cómo Zurcarak, pero al menos quería tenerlos.

¿Cómo se sentiría ser padre? Hasta incluso las criaturas más mundanas poseían un hijo, ¿por qué él al ser un Dios se le negaba esto?

Obviamente no podía criar al hijo de Lacrima, sería un peligro para el mundo de los 12, pero eso no le quitaba las añoranzas al Dios de tener un hijo.

Pero la tristeza lo devastó, tanto, que hizo que su dimensión se sintiera tan pequeña para él. Y fue así, que cayó al Mundo de los Doce, en una zona remota para tener tiempo para él. Con suerte, sus muñecas tardarían un poco en encontrarlo.

Ahí se quedó, en ese bosque tomando un sueño profundo, para así pensar y pensar en todo. Y también, para así, opacar su tristeza.

—¿Estás bien?—una voz hizo que saliera de su sueño, al abrir los ojos se encontró con una pequeña niña de 14 años.

Era una Sadida, pero lo que lo confundió, fue ver unos hermosos ojos azules. Se podría decir más azules que los de la propia Dathura, por qué estos no eran celestes como el cielo, sino que parecían una piedra hermosa que cualquier Anutrof o el mismo Dios desearían.

—¿Una niña?—murmuro el Dios.—Dejame, quiero estar solo.—pronuncio el Dios.

—¡No, este sitio es muy peligroso! ¡Vendrás conmigo!—el Dios Sadida no supo como, pero al final termino en la casa de la pequeña niña Sadida. El Dios Sadida se tomó su tiempo para ver el pequeño lugar donde vivía la mortal, pero le llamo la atención algo.

—¿Donde están tus padres?—pregunto él.

—Murieron.—respondio la niña, quien apunto a lo que parecía ser un retrato de los mismos.—Fue hace mucho tiempo, no estuvieron para mí Iniciación Sadida. Estuve sola.—agrego la niña, quien dejó un rico plato en la mesa para el hombre.

—Ah, gracias.—dijo con cortesía el Dios.

—¿Usted cómo se llama? ¿Y que hacía aquí? ¿No le dijieron que este lugar es muy peligroso?—dijo la niña, parece que se encontraba entretenida por la presencia del Dios.

—Me llamo Sadia.—el Dios Sadida no quería hacer su presencia pública, además, no es como si esa niña le dijera a alguien, pero no quería que una mortal supiera que un Dios solo por andar triste se fue de su dimensión y vino al Mundo de los Doce.

—¡Si quieres puedes quedarte aquí, Sadia! ¡Estoy contenta de tener a un amigo!—grito la niña y el Dios sin esperarlo fue abrazado por ella.

Bueno, no es que le importará quedarse o no, pero la verdad, es que no quería hacer nada.

Al final, se quedó con la niña unos cuantos días, llegando hasta pasar meses. Se podía decir que vivía una aventura con esa niña de pelos tan alocados de color verdoso, ojos azulados que parecían joyas y un tono de piel parecido al de un árbol.

—Adomilis.—un bello nombre para una Sadida tan salvaje.

Se podía decir, que cuido indirectamente de esa niña, la ayudaba con todo lo de la casa, hasta la ayudaba a conseguir comida.

No sabía si admitirlo, pero se divertía con la compañía de la mortal y le agradaba su compañía.

—¿Estás cómoda?—pregunto él, mientras acariciaba la mejilla de la joven.

La semilla de un Dios. [Wakfu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora