34.Panqueques

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Mar Gallego

Domingo por la mañana.

Despierto, de golpe de mi sueño.

Que digo, ese no era un sueño, todo estaba oscuro, solo podía escuchar unas voces indescifrables, hasta que sentí que me caía y me desperté de golpe, tomo mi móvil, de la mesita de noche, viendo la hora en este, son las cinco de la mañana, casi las seis.

Salgo de mi habitación, todas aún siguen dormidas, por lo que me encamino escaleras abajo, saliendo de casa, y es que el desastre de la fiesta se puede ver mejor, hay vasos rojos por todo el jardín, las flores están destruidas, y hay algunos sartenes tirados.

Pero nuestro jardín no es el único destruido, el de los Mendoza esta peor, los botes de la basura están regados por toda la entrada, y hasta puedo estar segura de que hay excremento en su jardín.

Decepcionada, regreso adentro, me encamino a la cocina en busca bolsas negras para comenzar a botar toda la basura y es que en si es mucha, salgo de casa y me dirijo a la parte trasera de la casa, en la piscina, hay otro gran desastre, vasos, pelotas de ping pong, ropa interior, una muñeca inflable, flotaban en el aguan.

Me quedo viendo el agua, confusa.

—¿Esos son...?

—Dildos. —La voz de Enrique llama mi atención, él se acerca hasta donde estoy. —Estas despierta.

—La verdad es que no pude dormir. —me encojo de hombros. —Es increíble, ¿Qué haremos con tantos dildos?

—Ni idea, pero yo no quiero ver eso en mi casa. —Los comenzamos a reír.

—¿Qué haces despierto? aún es temprano.

—No pude conciliar el sueño, me dormía y me volvía a levantar. —Deja salir un suspiro. —Estoy haciendo café ¿Quieres?

—Me encantaría, pero tengo que desayunar comida.

—Por tus pastillas ¿Verdad? —mete sus manos en los bolsillos de su buzo a lo que yo asiento. —Entonces que dices si hacemos panqueques, y hablamos un rato.

—Me parece bien.

—Vamos. —Enrique comienza a caminar rumbo a la casa, a pasos rápidos lo sigo.

No he tenido el tiempo suficiente de conocer a Enrique, solo sé que él, mamá y papá, fueron compañeros de escuela, y que él estuvo enamorado de mamá, pero mamá escogió a papá, fue un triángulo amoroso muy complicado, según lo que entendí.

Así que...por qué no conocerlo ahora.

Enrique y yo entramos a la casa y nos dirigimos a la cocina, tomo asiento en el desayunador, mientras veo a Enrique servir dos tazas de café y preparar la mescla para los panqueques.

—¿Cómo van los dolores de cabeza? —Lo veo revolviendo la masa.

—Pues creo que bien, a veces vienen de la nada y es como si me estuvieran martillando la cabeza, las pastillas ayudan un poco. —tomo un trago de mi café.

—El otro día te desmayaste por eso, por las pastillas.

—Si, no me las tome, no desayune, y no dormí muy bien, fue como una bomba para mi cuerpo.

—Mmm, oye Mar. —Pongo mi atención en Enrique. —Se que no debería preguntarte esto a ti, pero es que de verdad me preocupa.

—Dime ¿Que ocurre?

—De casualidad ¿Sabes si León visita un lugar llamado la polvera?

Mierda

—¿La polvera? —me hago la desentendida. —No, bueno, hasta donde yo sé, no, pero dime ¿Que es la polvera? —esto no pinta nada bueno.

Mar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora