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El precio de la verdad

El precio de la verdad

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Max

Me siento esperando en el sillón de cuero con los brazos cruzados sobre mi pecho bastante serio. No debería de estar esperando, pero el dueño de Glazed está dándole demasiadas vueltas a esto cuando ya habíamos hablado antes y quedamos en vernos hoy para que me entregara lo que le había pedido, pero lleva media hora negándose a darme por lo que he venido poniendo estúpidas excusas y después de hacerle una advertencia de lo que podría pasarle a su preciado club hizo que ordenara a alguien para trajera las grabaciones. Solo asi pudimos entendernos.

Mientras tanto esperamos en silencio, sé que se siente intimidado por mí y mis hombres frente de él. Ha estado sudando todo este tiempo y se mueve impaciente en su silla, aunque debería de sentirse asi porque no juego cuando le digo que puedo acabar con él.

No se atreve a articular una palabra y yo no estoy dispuesto a darle al menos una más de las necesarias, odiaba que me hiciera perder el tiempo y ya estaba molesto por eso. Una cosa más y esto terminaría mal, muy mal.

La puerta se abre haciendo que todos volteemos en dirección a esta, un hombre delgaducho algo mayor con el cabello cenizo me entrega la computadora sin antes darle una mirada al dueño que este con asentimiento hace que él hombre me la de sin muchos ánimos. La tomo al momento que muevo la cabeza a uno de mis hombres para que se asegure que esto no sea una trampa o un intento estúpido de verme la cara, le doy la computadora para que corrobore que todo lo que necesito este ahí.

—¿Para qué quieres esas grabaciones de todas formas? —habla mientras el hombre canoso sale de la oficina.

—Ese no es tu problema —me limito a responderle en un tono bastante seco.

Este se pasa las manos por el cabello, cansando seguramente esperando que le responda su pregunta, pero no lo hare. Nadie debía saber para que necesitaba esas grabaciones, sobre todo porque no soy yo quien se encuentra en ellas ni las necesito, pero ella sí, le dije que la ayudaría y lo iba a hacer.

Espero el asentimiento de uno de mis hombres y me levanto mirándolo serio.

—¿Es la única copia? —camino hacia el escritorio donde está casi encogido, que me incline hacia el de alguna forma lo hace tragar con dificultad.

—Tengo que quedarme con la original —dice, alzo las cejas esperando que me diga lo que le pregunté, que es lo único que me interesa aquí— pero si, esa es la única copia.

—¿No la has modificado?

—Esta completa, sin cortes ni modificaciones.

—Bien.

Con una señal que le hago a mis hombres nos vamos sin antes dejarle una de advertencia de que no puede decir nada de esto ni que estuve aquí.

Esto era lo último que me falta ya que conseguir el nombre de quien compro la droga fue fácil, la única persona que la vende es Enzo y el mal nacido me debe su vida por dejarlo moverse por aquí cuando sabe que es mi zona, una amenaza a punta de pistola hizo que les diera a mis hombres un papel en donde anotaba el nombre. Sabía que no lo diría verbalmente, pero no es estúpido y si le estaba pidiendo algo me lo tenía que dar.

No me digas adiós [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora