Capítulo 40

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Aiden

Mi madre estaba mal.

Esta noche, después del ataque de las Kisas había tenido un severo shock emocional. Nadie conocía la causa directa y los médicos asumían que era el haber sido atacada por las Kisas. Sin embargo, Ilyana y yo sabíamos que eso solo era la punta del iceberg.  

Mi padre estaba molesto por eso y seguía viéndonos con seriedad después de haber despedido a los médicos que la habían revisado.

- No van a volver a salir.- Dijo, fruncí el ceño, pero la voz de Ilyana se elevó en protesta de inmediato.

- ... Pero, ¡Padre! Se suponía que estaba todo bajo control, nadie sabía que habría un ataque en una zona tan protegida.-Dijo en defensa.

- Ya veo el tipo de control que había.- Me miró.- ¿No se suponía que tu estabas a cargo de que ese evento ocurriera sin problemas?

- Si, padre.- Contesté.- Es mi culpa, asumo la responsabilidad y el castigo que corresponda.- Dije. Ilyana se levantó de su asiento y no hizo caso de mi comando silencioso de que volviera a su lugar.

- ¡No es tu culpa Aiden! - Exclamó.- Padre, estas siendo injusto con él, ¿Cómo podría saber que las Kisas matarían a los guardias asignados y atacarían a la población sin más?

Cerré los ojos lentamente, solo me estaba metiendo en más problemas. 

- ¿No es tu trabajo prepararte para este tipo de imprevistos? - Me miró directamente, ignorando a mi hermana menor.- ¿No es parte de tu formación como príncipe heredero anticipar lo que el enemigo hará? ¿Qué imagen crees que has proyectado como futuro rey? ¿Lo incompetente que eres para proteger solo una parte de la población? Si eso fue ahora, ¿Cómo harás para asumir el cargo de toda una raza? ¿Eres estúpido acaso? ¿No pensaste en un plan de contingencia? ¿No has entrenado lo suficiente? - El rey de las hadas se puso de pie.- Agradece que supiste usar tu habilidad para terminar con el problema antes de que civiles salieran heridos y solo por eso, por esta ocasión, no habrá castigo. Ahora, vete. No quiero verte. 

Apreté los puños y los labios, controlé mi poder que hacía cosquillas por salir y quemarlo todo. Respiré hondo y recuperé el control, me puse de pie dándome la media vuelta sin despedirme de manera apropiada, salí de su oficina y del palacio con paso apresurado.

Sabía que no tenía lo necesario para ser rey, ya me lo había hecho saber demasiadas veces. Sin embargo, no entendía porque seguía molestándome igual en cada ocasión. Me interné en el bosque hacía la zona abandonada, donde solo quedaban unos cuantos arboles incinerados por mi poder en mis sesiones de entrenamiento. Lancé unas cuantas bolas de fuego al árbol más grande antes de verlo derrumbarse. Me detuve y me senté antes de seguir hasta no poder detenerme.

- ¿Un mal día? - Una voz con tono tranquilo me puso de inmediato en alerta, mi sentido de la vista se deterioró por completo en cuestión de segundos y no podía ver más que figuras difusas. Me relajé sabiendo de quien se trataba.

- ¿No te aburres de molestar simples niños? - Sonreí con cierto cinismo. 

Sentí que alguien se sentaba a mi lado, su calor irradió tanto como tener el sol a un lado. Era natural, el inmortal más poderoso tenía ese tipo de aura. El Dios de la vida era un misterio en sí mismo, no se dejaba ver y no revelaba su nombre a nadie, pero yo fui afortunado hasta cierto punto, ya que se presentaba ante mi en ciertos momentos y me salvó en varias ocasiones, su ayuda era siempre muy significativa. 

Él también era el director del consejo de inmortales, un consejo que solo se involucraba en asuntos que los monarcas no podían resolver, ya me había parecido muy extraño que no se manifestara cuando estalló la guerra. Él hombre a mi lado imponía las reglas en el tablero y se sentaba a ver como se manejaba el poder sin mover un dedo, me pregunté que tipo de situación tenía que pasar para que decidiera actuar.

Villanos (La guerra eterna parte III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora