Capítulo 58

119 18 8
                                    

Arista

La lluvia caía fuertemente como un reflejo del dolor que sentía, no era mi corazón el que se estaba rompiendo a pedazos, pero así lo experimenté.

Lucius Maxwell Arscorth ya no lloraba, solo observaba en silencio como bajaban la caja de la ex reina Idara Arscorth para se enterrada. Lucinda y Erica lloraban al lado de su padre, abrazándose la una a la otra, sin importarles estar empapadas por la lluvia. 

Lo que había dicho el inmortal en aquella ocasión se había cumplido al pie de la letra. Idara fue debilitándose con el paso del tiempo, su salud fue cada vez más frágil y pasaba largos periodos en cama y un día, este día, había dejado de respirar en los brazos de su esposo. 

Ella murió pacíficamente y sin dolor, pero Max estaba destrozado, aunque ahora no emitía ni un solo ruido. 

Mantuve mi distancia, permitiéndole pasar su dolor con Erica que no dudó en abrazarlo, tratando de consolarlo, pero él no correspondió, solo permaneció ahí con la mirada fija a la tierra que cubría la caja donde estaba ella. 

Permanecí ahí, detrás de él hasta que toda la ceremonia pasó y todos fueron a resguardarse de la lluvia, a excepción de nosotros dos, pasaron las horas, el día, la noche y él solo estaba arrodillado en silencio, sin moverse, al nuevo amanecer se puso de pie, todavía mojado por la lluvia que seguía cayendo, me miró con sus ojos completamente rojos pero vacíos, como los de alguien que lo había perdido todo, extendí mi mano hacía él, pero la golpeó y pasó de largo, en ese momento creí que quería estar solo y luego volvería, pero nunca lo hizo.

 Desperté bañada en sudor frío, mi habitación estaba congelada por mis pesadillas, hubiera sido un alivio si no supiera que era la realidad, pero eran mis recuerdos que se repetían sin fin.

Una doncella estaba lista para ayudarme a ponerme de pie, vestirme y llegar con paso vacilante a mi balcón para desayunar. Ya no tenía la energía suficiente para hacerlo por mi misma, ya me habían pasado factura demasiadas veces los intentos de suicidio de Max. Miré el amanecer con una taza de café, sintiéndome ya indiferente por el dolor crónico en mi pecho, como todas las mañanas. 

Cayden había muerto hacía diez años, sacrificándose por Aiden en un ataque rebelde. Exactamente veinte años después del deceso de la ex reina Idara Arscorth. Yo había estado demasiado enferma como para darme cuenta de los problemas y él me lo había ocultado con una sonrisa cuidando de mis episodios. Derramé nuevamente mis lagrimas al recordarlo, me dolía demasiado su ausencia.

Todos los días me levantaba con el corazón destrozado, miraba el hermoso paisaje que solo me hacía sentir peor y terminaba de nuevo en mi cama llorando, eso en mis mejores ocasiones. Cuando Max volvía a ponerse en peligro o intentar acabar con él, caía enferma por semanas, incapaz de mover un solo dedo por la debilidad, mi cuerpo estaba en el borde, si lo intentaba una vez más, lo lograría. 

Tal vez darme cuenta de eso me hizo querer salir de mi encierro. 

- Hoy quiero ver al rey, ayúdame a llegar, por favor.- Le pedí a la doncella, quién accedió y me apoyó para salir de la habitación con paso lento pero constante, tuve que detenerme por un acceso de tos en la entrada de su oficina. Aiden me escuchó abriendo la puerta y me levantó en sus brazos, llevándome a su sofá, sacó su pañuelo y me limpió la sangre de la comisura de la boca con amabilidad. 

- No te esfuerces tanto, madre. Puedes pedir verme y yo te llevaré a cualquier lado.- Dijo con tranquilidad, le detuve la mano.

- Todavía puedo caminar.- Susurré.

- Pero...- Comenzó de nuevo.

- Mi vida no terminará por caminar un poco.- Traté de tranquilizarlo.- Estaré bien.- Llevé mi mano a su mejilla.- Hoy tu energía es más emocional, ¿Ocurre algo? 

Villanos (La guerra eterna parte III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora