LARISSA
El agua no lavaba lo sucia que estaba mi alma.
El agua no deshacía su asqueroso toque por mi piel.
El agua no borraría mis pecados.
Terminé de bañarme, me vestí con un vestido blanco con un listón negro en mi cintura, recogí mi cabello de manera sencilla y salí del cuarto de baño con mi mascara de siempre: una agradable sonrisa.
Cayden me esperaba sobre la cama, leyendo mis libros sobre la guerra.
- ¿Algún aprendizaje que quieras compartir? - Le pregunté
- "Todo arte de la guerra se basa en el engaño".- Dijo desviando la mirada por un momento hacía mi muñeca derecha, que estaba de nuevo morada. Él sabia de que se trataba, pero no lo mencionaba a propósito, le agradecí ahorrarme las mentiras.
Cayden era un niño muy inteligente y hubiera sido un fuerte aliando si mi padre no se hubiera desecho de toda su familia. Ahora era mi responsabilidad cuidar de el.
Fui a mi tocador y retiré uno de los tónicos de mi cajón superior de la derecha. Había creado mi propio método para no cumplir con las ambiciones de papá... En esta vida yo nunca sería madre. Mi título como princesa heredera era solo una cortina de humo, él nunca estuvo dispuesto a cederme ese puesto. Después de todo, a sus ojos una mujer solo tenía que encontrar un hombre y producir herederos, no quería que la vida de mis hermanas se empañara con un destino como el mío y no me sentía con el derecho a ambicionar un final feliz, solo quería protegerlas de la crueldad del mundo. Para lograrlo, necesitaba el poder de su corona sobre mi cabeza.
No pensaba dármela, así que debía tomarla a la fuerza.
Miré hacía la chimenea donde ardían las pruebas de mis últimos contactos con las fuerzas rebeldes, necesitaba más poder. Mis fuerzas actuales serían rápidamente abatidas si ponía mis planes en marcha, miré los estragos del rey en mi cuerpo con rencor, solo tenía que aguantar un tiempo más.
- Un engaño, ¿Eh? - Murmuré. Tenía sentido, pero que el ex príncipe me lo dijera directamente me daba a entender que estaba comenzando a sospechar de mis intenciones reales.
No sentí temor por que me traicionara. No había nadie que él odiara más que al mismo rey por matar a su familia y yo era su protectora y su ama, su lealtad hacía mi no estaba en discusión, pero a veces... me intrigaba pensar en que tipo de hombre se convertiría. ¿Sería solo un esclavo de la venganza? ¿Un hombre sediento de poder? Le había tomado el suficiente cariño como para verlo como un hermano pequeño al cual cuidar.
Ciertamente todo en mi era un engaño, era la princesa de naturaleza hogareña que no tenía mayor ambición que su familia. Una mujer gentil que siempre debía sonreír sin importar que tan fuertes fueran los golpes de su tirana mano. Eso me había enseñado mi madre. Pero yo no quería eso. ¿Ambiciones? ¿Deseos? Me había enseñado a tirarlos todos hasta llegar a un punto en el que no quedaba nada de mi, eso había sido antes de comprender que había una pequeña que se aferraba a mi falda con fuerza con los ojos temerosos por el mundo. Entonces la llama que hacía tiempo pensaba había sido extinguida brillo de nuevo y nació el deseo de tomar el control de nuestros destinos.
¿Por qué tenía que resignarme a dar a luz hijos que yo no quería?
¿Por qué tenía que casarme con otro tirano cuando mi padre se aburriera de mi?
¿Por qué tenía que bajar la cabeza?
No. Ya no lo haría.
Lucharía. Lucharía hasta el final.
Por mi y por Caliope.
- Cayden, ¿Cómo vas con las lecciones de espada? -Le pregunté guardando el resto del tónico.
Cayden se encogió de hombros, su collar de esclavo me llamó la atención por un breve momento.
- Bien, su alteza.- Dijo.
Abrí la boca para responder cuando un toque en la ventana me sorprendió. Fue muy débil pero claro. ¿Cómo es que no había escudado que nadie se acercara? Me apresuré hacía la ventana confusa y la abrí encontrándome con el príncipe Maxwell en mi pequeño balcón cargando en su espalda a mi hermana menor inconsciente. Sin palabras le indiqué que entrara rápidamente y le ayudé a dejarla sobre mi cama. Comprobé sin demora su estado de salud, estaba llena de vendajes por muchas partes, pero las heridas no parecían importantes, como si ya hubiera pasado la peor parte. No tardé en comprender como se había curado al ver el rostro demacrado de Maxwell, parecía a punto de colapsar. Lo senté a lado de la cama, se dejó hacer sin decir nada.
Había pasado un mes desde que mi hermana menor había escapado de su debut como adulta, sabía que se había ido al lado de su mejor amigo con el conflicto de la familia Penwhite. Su estado era malo pero sabía que viviría, el príncipe de los vampiros se había asegurado de eso a costa de su propio bienestar. Me resistí de suspirar, esta par... Nunca dejarían de preocuparme.
- Gracias.- Le dije. Maxwell me miró sorprendido, como si hubiera sido la primera persona en decirle algo amable en mucho tiempo. Puse mis manos sobre sus hombros.
- Lo hiciste bien. Ahora descansa.- Puse mi mano sobre sus ojos y sentí como se relajaba su cuerpo, seguramente no había dormido en todo ese tiempo. Levanté su cuerpo con cuidado y lo puse a lado del de mi hermana en mi cama, me aseguraría de conseguir sangre para que se alimentara en la mañana. Cayden se había levantado y los miraba en silencio.
- Ayúdame a cambiar los vendajes.- Le dije haciendo un ademán a Cal. Cayden asintió sin más y me ayudó. Trabajamos sin decir nada y al final tomé uno de los viales que contenían mis lagrimas y deslicé el contenido por los labios de mi hermana menor. Seguramente despertaría mañana.
- Quisiera... disculparme.- Dijo de repente Cayden.
- ¿Con Cal? - Cuestioné al verlo ponerse nervioso al verla, no se me había pasado desapercibido que se había quedado unos segundos de más apreciando su rostro y sus alas. Bajo circunstancias normales, en cuanto aparecieran sus alas, podía ser prometida en matrimonio, pero yo me aseguraba de mantenerlo en secreto. Todavía no quería matar esa felicidad en ella.
- Ese día... estuve cerca de matarla y yo no debí.- Sacudió su cabeza.- Ella no tenía la culpa.
Lo entendí. Estaba realmente avergonzado y aunque odiaba a nuestro padre, era lo suficientemente justo como para no llenar su cabeza de ideas erróneas o repartir la culpa solo porque éramos sus hijas. Sacudí su cabeza.
- Entonces, deberías disculparte si crees que debes hacerlo.- Le dije.- Siempre que creas que has cometido un error debes de disculparte de corazón.
Sus mejillas se tiñeron de rosa mientras asentía pensativo.
Me pareció muy tierno. Lo tomé del brazo.
- Creo que hoy vamos a tener que ser compañeros de cama, ¿Qué te parece príncipe Eckhart? - Lo llamé por su antiguo título de manera juguetona, sacándole una sonrisa. - ¿Le parece bien si le cuento algún cuento para dormir, su alteza? - Lo llevé a su habitación, dejando a los dos invitados acaparar el espacio en mi cama.
Me gustaba pasar tiempo con los tres, como si no hubiera preocupaciones de fondo, corrupción o guerras. Solo cuatro despreocupados miembros de la realeza existiendo. Imaginé un futuro donde conseguía el trono de mi padre y ambos amigos vivían tranquilos, mi hermana elegía a un hombre bueno para hacer su vida, me visitaba para tomar té por la tarde mientras me contaba las anécdotas sobre mis traviesos sobrinos, como nuestra tercera hermana crecía y perseguía sus propios sueños sin ataduras, me imaginé a Cayden encontrando a una chica que curara sus heridas convertido en un hombre recto y justo.
Me dormí pensando en ese hermoso sueño.
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Villanos (La guerra eterna parte III)
FantasíaCulpables. La historia siempre buscará culpables. Maxwell lucius Arscorth se convirtió en el rey de los vampiros, sentándose en un trono construido en sangre e iniciando una cadena de muertes sin sentido, tiranía y traiciones. Caliope Montefher Vari...