Capitulo 23. Máscaras, sangre, pecado y lujuria

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Entramos a la casa un señor muy amable con una máscara negra nos escolta hasta un salón. En la misma sala esta la orquesta, está consta de treinta músicos, se reparte a ambos extremos, después de tocar juntos una sinfonía dan inicio al baile. Se bailan las danzas de moda en la época: minueto, gavota, contradanza, etc. Pero no sólo se baila. Durante toda la noche hasta el amanecer, la gente se divierte. Unos bailan, otros se quedan sentados y charlan, algunos van a tomar un refresco, otros se ocupan de mil maneras. Al menos es lo que yo he escuchado.

- Se considera que un baile es muy bueno cuando a uno lo aplastan -dice una voz ronca a mi espalda, vuelvo mi cabeza pero no encuentro al portador de esa voz.

Me centro de nuevo en lo que me rodea, la sala esta llena a rebosar. El número de máscaras es tan considerable que apenas puedo moverme en la sala. Nos tenemos que quedar quietos allí donde nos encontramos, y las máscaras que quieren bailar no tienen casi espacio. Uno se puede considerar afortunado si puede atrapar una copa de licor o algún otro refresco en el bufe. Aun así, a la gente pare gustarle el apelotonamiento. Las mujeres, no se muestran incómodas, al contrario. Cuando la muchedumbre es considerable, las mujeres se arrojan a las idas y venidas, y sus cuerpos delicados soportan muy bien que los compriman en todos sentidos en medio de la multitud, que ya permanece inmóvil, ya flota y rueda. Demasiada perversión para mí ojos

Esto buscando el servicio de vigilancia se que este tipo de bailes lo requieren. Ahí están parados en las esquinas de esta gran sala, esto cada vez me gusta menos. Gracias a la máscara cualquiera puede aventurarse en un baile sin temor a ser reconocido, en busca de las emociones que se asociaban con anonimato. La lujuria y la perversión salen a flote.

Busco con la mirada a un hombre que pueda entrar en el perfil de mi padre, se que me prometió que no acudiría pero lo estoy segura de que Margherita no haya usado una de sus tretas para traerlo hasta aquí. Veo a un grupo de personas cubiertos con unas túnicas rojas iguales a las de mi sueño. Un escalofrío recorre mi espalda, aprieto fuerte la mano de Alesso este me mira con dolor y confusión.

No quito la mirada de ellos, pasan horas y ese grupo está varado al fondo de la sala, uno de ellos abre una de las puertas laterales y todos los siguen. El baile continua como si nada, es hora de jugarnos el todo por el todo. Cojo la mano de Alesso y con mucha dificultad conseguimos llegar hasta esa puerta.

Cuando estoy apunto de abrirla el señor que nos dejó pasar en la puerta nos da dos capas rojas.

Dios mío, nos ha pillado! Pienso mientras mis piernas comienzan a temblar.

- Veo que son amantes de la lascivia y la lujuria, pásenlo bien y si alguna vez quieren un tercer miembro en su relación pueden contactar conmigo soy el Duque de Borgoña-dice para después pellizcar el trasero de mi esposo.

Veo como mira Alesso a ese hombre por lo que me interpongo entre ellos y le dedico una sonrisa. Nos colocamos los atuendos y pasamos al interior.

Es la misma sala de mi sueño, el mismo hombre con la cara descubierta dirige una ceremonia, en el suelo hay tumbado un hombre y una mujer está sobre el fornicando, los jadeos y el olor a sexo embriaga la sala, mientras ellos realizan el acto otras parejas se tocan con las tibias levantando sus túnicas y dejando expuestos sus genitales.

Intento acercarme un poco más, tengo que descubrir si se trata de mi padre, no puedo avanzar otras parejas me cierran el paso, de un momento a otro toda la sala queda en silencio, la mujer se quita la máscara su cabello coincide con el de Margherita, veo como levanta una daga para después bajarla rápidamente. Doy un grito pero este es tapado por la mano de mi esposo, este le indica que mire hacia el hombre ya muerto...

No puedo creer lo que mis ojos están viendo en ese momento, la mirada perdida, la mandíbula desencajada no es la de mi padre pero conozco esa cara la he visto casi todos los días durante muchos años.

Salimos de la sala con discreción, al salir nos quitamos las capas y avanzamos entre la multitud, no estoy segura de que el Duque conozca todos los detalles que se desarrollan en la intimidad de esa estancia pero poco me importa ahora lo único que deseo es salir de aquí y poner claras mis ideas.

El camino en el carruaje lo hacemos en silencio, le pedimos al cochero que de varias vueltas asegurándose de que nadie nos sigue. Llegamos a casa de mi tía pasadas las tres de la madrugada, pasamos a la casa en silencio de no perturbar el sueño de mi tía.

- Todo bien? -dice mi tía desde el sillón, consiguiendo que de un grito y un paso atrás por la impresión.

-Mi padre está bien, tía no debería estar despierta a estas horas. -

-Hace años que no duermo bien, ahora quiero los detalles...-

-Tía es muy tarde ya, ahora deseo descansar mañana tendrá sus detalles, espero que usted también descanse -

Me retiro a nuestro dormitorio, me siento en la cama y tapó mis cara con manos.

-Todo estará bien, no te aflijas Francesca- dice Alesso sentándose a mi lado.

- Como no quieres que lo haga, si ya no se en quién confiar, gracias a la virgen no era mi padre el hombre asesinado pero era el gran Maese, Alesso! Esto es demasiado complicado, esto no es un grupo de fanáticos contra el Vaticano aquí hay algo más. Y nosotros estamos en el medio...-

Alesso me calla con un beso, un beso que respondo de manera desespera, no me reconozco lo único que deseo en estos momentos es sentirme amada y deseada. Alesso se detiene y se separa unos centímetros.

No es lo que quiero de eso estoy segura me acerco más a él y le susurró:

-Alesso hazme tuya, si tengo que morir quiero sentirme completa. -

Me abraza fuerte y me tumba sobre la cama, ahora solo existimos el y yo. El mundo y las intrigas se quedan fuera de esta habitación.

Matrimonio por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora