Trenes

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El carcelero del turno de noche empujó a Snape dentro de la celda solitaria, y le cerró los barrotes con un retumbo.

-¡Oye muchacho, soy el guardia Beckett! –lo interpeló, ronco, al otro lado de la reja– ¡Oye, muchacho, mírame cuando te hablo! ¿Es cierto que eres lamebotas de esos puercos mortífagos? –se lamió los labios con morbo– ¿Cómo son, es cierto que Bellatrix es una zorra buena?

Aasqueado, Severus volteó hacia el carcelero. Ése era de la Brigada de Aplicación de la Ley Mágica, muchos niveles de importancia abajo de la Oficina de Aurores. Un bruto sudoroso por el calor del subterráneo, de mirada lúbrica, que le recordó a un troll.

-Hasta donde sé, la única que usa la lengua es tu madre –respondió Snape, sin pensar.

El Expeliarmus lo lanzó brutalmente en un brillo, hasta golpear contra una pared y caer al piso.

Mareado, tomando aire, haciendo como nada le dolía, pesadamente se sentó en el suelo, apoyando la cabeza en el muro, observando con frialdad al guardián. Escupió hacia él y la saliva mezclada con sangre ensució el suelo.

El carcelero bajó la varita, le mostró la bolsa con los cigarrillos y se alejó por el corredor.

Severus, cerrando un ojo con incomodidad, con la lengua se tocó la mejilla por dentro. Sangraba. El Expeliarmus lo había hecho morderse.

Apoyó la cabeza en la pared estudiando alrededor, succionando la sangre hasta que se detuvo.

Ignoró el sabor metálico en la celda revestida de ladrillo sucio. La luz caía, insuficiente, desde una bóveda.

La lámina de luz se entrecortaba por el polvillo flotante... Recordó ese efecto en las ventanas de casa, cuando era niño, hacía incontables ayeres. No había más que ver excepto el incómodo lecho de roca y dos aros empotrados en la pared de la derecha, que sujetaban cadenas oxidadas.

Era un separo viejo del Wizengamot, medieval... Debió haber sido área para sentenciados a Azkabán, ahora separo temporal pues ya se contaba con celdas en el Cuartel de Aurores.

No lo habían llevado al Cuartel porque su detención por Fitzyork fue ilegal. No obstante, como los atraparon con opio, los transfirieron a la Brigada. El encierro duraría hasta mañana a las 4:00. Sólo informarían a Dumbledore.

Por el corredor llegó un eco de metal, que se apagó, dejando un hueco en el aire...

Snape estaba solo. Pero no le importaba estar solo. Estaba habituado a la soledad.

Severus Snape estaba solo excepto cuando salía de Hogwarts rompiendo el reglamento, de botas, abrigo negro con cuello subido en la nuca, para convertirse en un aprendiz de brujo.

El Snape de tercer grado que en tardes lluviosas de noviembre veía pasar los trenes en la estación de Hogsmeade... En el andén, en la llovizna, en silencio ante los vagones arribando o tomando las líneas de más allá, con sonidos rítmicos. El Snape de catorce años que caminaba por rieles entrecruzados, mientras el sol en perla bajaba por la línea de las montañas, abriendo un abanico sobre su pregunta de adónde llevaban los senderos muertos.

El Severus de dieciséis, con cicatrices entretejidas como trenes hacia destinos rotos.

El niño que había llorado de miedo, cubierto por la sombra del padre, acercándosele y empuñando un filoso descorchador.

En la celda, Severus inclinó la cabeza viendo al vacío, huraño, con el cabello sobre las sienes, ocultando un poco, un moretón en el ojo izquierdo.

Esa mañana, al salir de dar clase, Potter le puso el pie y Sirius lo empujó por la espalda, haciéndolo caer, apenas logrando poner las manos.

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora