Cristalina Verdad

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Aparecieron en un castillo de vastos silencios cruzados por taciturnos rayos de sol.

Era un baluarte de la extinta familia Fleamont, que fuera de sangre pura.

El deterioro del castillo era el último testimonio de un esplendor que pervivía en el recuerdo, pero memoria ya sin trono, sin oropeles, una mansión de fantasmas.

Era un vasto edificio de innumerables habitaciones, escaleras, salones, jardines y torres, a la orilla de un lago calmo y árboles, donde nadie venía.

O casi nadie. El Clan se reunía algunas noches entre sus muros. O Severus lo visitaba solo, sin permitir que nadie lo acompañara.

-Un mundo de melancolía –opinó ella, arrancando ecos del amplio recinto.

Se sentaron en uno de los largos peldaños polvorientos de una escalera de intrincada herrería. Snape le tomó una mano, acariciándola lentamente, mostrando que estaba con ella, pero posó dos dedos de la otra sobre sus propios labios, asumiendo un aire meditabundo.

Hermione lo contempló sonriente. La introversión de Severus y esta seriedad tenía destellos de atrevimiento como en el salón, como si poco a poco se armara otra personalidad en él, o una personalidad en potencia se dibujara paulatinamente.

Lo comprobó de nuevo cuando él se levantó y le tendió ambas manos para sostenerla al levantarse.

Severus le tomó el rostro, besándola en la boca, respirando profundo para beber su aroma.

Ella le devolvió la caricia, abrazándolo, apretándolo contra ella.

¡Tenía tantos deseos de decirle lo que sabía de él! ¡Y decirle que lo comprendía, que estaba de su parte, que admiraba su fortaleza y más, su estar enterada que no lograban intimidarlo para que se alejara de ella...! Mas no podía revelarlo, por lo sabía por medio de algunos ardides.

Aun así, tenía preguntas.

-Severus... -dijo al cruzar el recinto, tomados de la mano- Tú tienes un carácter que te lleva a cosas muy inusuales para la mayoría...

Dufftown. La voladura de la estatua donde ella participó por hartazgo de la imagen que tuvo de los Merodeadores, de Lily Evans, de la que no se arrepentía, el contrario, la hacía sentir libre.

-... y sin embargo –añadió ella-, aun con tu pinta de chico malo, también tienes formas que parecen de otra época, de un tiempo pasado... ¿quién te enseñó a ser así?

-Nadie –él bajó la mirada, sonriendo para sí, con taciturna ironía.

Ella quiso saber más.

-¿Nadie, es porque que no he visto que llegue mensaje de tus padres o que comentes de ellos?

La que habría sido pregunta de respuesta tremenda para cualquier otro, no era así hacia ella. Con cualquier otra persona, él habría dicho que no deseaba hablar de ello, silenciado al otro o gritado que no era asunto de la incumbencia de nadie, pero respondió:

-Mi padre era un hombre... inaccesible –remató Severus al cabo de buscar la palabra–. Su carácter me causaba... repulsión –pensó de nuevo–. Es difícil encontrar las palabras. Es extraño hablar de ello.

Ella se preocupó por él.

-¡Oh, si te molesta, no me digas, discúlpame, no quisiera...!

-De ti no me molesta nada –la miró a los labios.

Caminaron entre tapices aguamarina, por salones donde se interpretara música de danza y donde enamorados descendieron por fastuosas escaleras de mármol y bronce, hoy invadidas de viento, de recuerdo.

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora