Segunda Sangre

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Sonó la cuarta campanada desde la Torre del Reloj, cuando los Slytherin varitas en mano y en fila por la escalera subiendo, descubrieron a Hermione arrodillarse al lado del umbral donde yacía la inconsciente Venus Lovegood.

Wallys Flitwick había dejado de llorar, desmayado por el dolor de la fractura y por el nerviosismo.

En cambio, Pettigrew lanzaba alaridos largos y temblorosos. Su llanto angustiado era como el alarido de un gato.

Las Hufflepuff que no tenían heridas causadas por los Gryffindor venían con los del Clan; les habían dicho que no se dejaran ver, porque Sirius Black estaba descontrolado y rompió la varita de Hermione. Ningún Slytherin se animó al albur de atacar a Potter o a Black y que la novia de Severus saliera lastimada.

Las campanadas lanzaban su expectante sonido.

-¡Granger...! –la llamó Lucius Malfoy, que iba primero- ¿Están los cuatro idiotas ahí, quién grita?

La castaña respondió en tono de cuando tenía todo bajo control, sin piedad porque hablaba de un enemigo.

-Peter Pettigrew intenta desesperadamente meter sus tripas en el estómago que no tiene cómo cerrar –dijo, tirando de Venus y Wallys hacia los Slytherin-. James y Sirius se preparan a atacar. Malfoy... deben llevarse a estos dos chicos a la Enfermería.

Lucius indicó a los de atrás que recibieran a los heridos, porque su nivel no era de ayudar a los impuros sino de acabarlos, y eso significaba aquel par que no alcanzaba a ver.

Ceres Carrow terció, con curiosidad:

-Granger, si no tienes varita, ¿quién destripó al imbécil de Pettigrew?

Por respuesta, Hermione vio al final de la galería donde luego de la última campanada, alguien declaró:

-Sus errores como estudiantes son mis fallas como maestro. Pero vamos a rectificar.

La chica Travers abrió mucho los ojos.

-¡Por los trolls! –espetó- ¡Es Severus!

El portón del Tribunal se abrió liberando el bullicio de jueces al discutir y levantarse, así como dejó salir a dos guardias del Wizengamot que sujetaban de los brazos al sonriente e irónico Fénix Rosier, esposado a la espalda.

Los agentes Mörlich y Yardley llegaron a la carrera, al tiempo que Isis Fitzyork tomaba a Rosier del cuello de la camisa y otros aurores alejaban a los guardias sin contemplaciones.

-¡Fénix, desde este momento estás bajo custodia de la OA! –indicó Fitzyork, echando a trotar y obligando al alumno a hacer lo mismo- ¡Te han declarado Enemigo del Estado, no tienes derecho a abogados!

Un destello de cámara fotográfica.

-¡Mörlich! –Isis apuntó al reportero, sin detenerse- ¡Quita el aparato a ese imbécil!

-Con gusto, jefa... -fue hacia el desconcertado fotógrafo de El Profeta.

Trotando, aurores se desplegaron en torno de Rosier, manos alzando solapas de las gabardinas y la otra dentro, para sacar varitas si se requería, causando ecos fríos de mármol al llevar al prisionero.

-¡Brenda! –llamó Isis.

-Dime –respondió su compañera, alcanzándola.

Tomaron las escaleras de bajada, rápido. Rosier perdía pie, pero no lo dejaba caer.

Isis llevaba al alumno a los separos de la OA. Uno de los aurores de custodia tomó a Rosier del cabello para que bajara más sometido. Veloces, se alejaron.

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora