Mundo en Llamas

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Hermione dejó el pasillo donde se despidió de Snape y subió corriendo por una escalera, a oscuras y acompañada del sonido seco de sus pisadas decididas.

Necesitaba irse ya.

La castaña recorrió sinuosidades en la escalinata de roca para doblar en recodos marcados con señalizaciones brillosas, puestas por profesores y alumnos para orientarse. Eran nuevas vías, pues como el castillo mutaba, él había abierto galerías impensadas para conectar sitios importantes y ofrecer resguardo ante los ataques.

Hermione pensó que no debía demorar ni para preguntar más a Dumbledore, si bien tenía interrogantes. No le extrañaba ya que de haber ella viajado al pasado, Albus no la recordara en el presente. De lograr su propósito, esta realidad dejaría de existir. Pero se preguntaba: si ella había ido al pasado y tenido éxito ¿por qué este mundo continuaba existiendo?

Tal vez este universo cesaría de existir en cuanto ella lo abandonara, pensó al pasar frente a un pequeño respiradero, donde latían nubes rojizas en un cielo gris y sentenciado.

La Gryffindor tropezaba en escalones, jadeando por el esfuerzo. La repentina intuición de no esperar la empujaba, como si se hubiera hecho consciente de tener el tiempo encima.

Textualmente no tenía tiempo. Debía irse, ahora. Ignoraba cabalmente cómo era tan necesario, pero lo supo al pedírselo Snape.

Esa idea la hizo abandonar su arraigada disciplina y respeto por las normas. Una de ellas indicaba que dentro del colegio no se aplicaba magia, pero, ¿qué colegio? ¿Qué normas? Nada importaba ya.

Por su parte, en tanto feliz por haber declarado su amor a Hermione y a la vez sintiendo su pérdida, pero afirmado en su propósito de evitar sufrimientos en esa hora trágica, Snape iba de patio en patio en la madrugada silenciosa, a ocultas de los alumnos y sellando todo mirador hacia los patios, lanzando maldiciones contra vegetación y árboles de Hogwarts.

Era el final. No debía dejar uno solo árbol con vida, para que los mortífagos no los torturaran.

Con magia, Hermione apareció en resplandor por el corredor inferior inmediato del despacho de Dumbledore, cuando se dio cuenta que en efecto no tenía tiempo ya: Un vistazo a través de vitrales conservados de milagro le reveló que el tiempo de hecho se le había terminado.

Desde la distancia oscura de la noche tanto como kilómetros, columnas nubosas, blancas, más de veinte desde diferentes direcciones, se desprendían del suelo y desde el Bosque Prohibido, rumbo al castillo.

Era un nuevo ataque aéreo.

Una radio en algún salón de ese piso donde se hacinaban alumnos, le llevó la voz de Pansy Parkinson en ecos gozosos por la penumbra:

-Aquí, Malfovigilancia! ¡Sorpresa, malditos sangresucias de Hogwarts! ¿Esperaban semanas para el asalto final? ¡Error! ¿Ven lo que va sobre ustedes? -preguntó tomando por testigo a esas parábolas nubosas, casi perezosas yendo a Hogwarts- Son Colas de Escorpión, héroes. Son maldiciones que estallarán en sus caras. Ahora pagarás, Minerva, perra sarnosa, por habernos sacado del colegio aquel día. Te vamos a crucificar y desollaremos cuando arda tu puerco colegio hasta los cimientos. Martirizaremos a las piedras. También vamos por ti, malparido Severus traidor. Y por la puerca de Granger. Esto que ven es el ataque que esperaban dentro de unas semanas. Prepárense a morir.

En los caminos que llevaban a Hogwarts esa larga noche, estalló la gritería. Bajo un cielo plagado de nubosas Marcas Tenebrosas, columnas de refugiados que intentaban alcanzar el castillo se desorganizaron ante la llegada de trolls y horribles animales fantásticos que también atacaban Hogsmeade, y que habían destruido la estación, donde el exprés ardía, desquiciado.

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora